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Columna
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Vocación

Me alegra no haber traicionado al muchacho que, contra el franquismo, se acercó a Blas de Otero. No, Blas, no he tenido que perdonarte, todo lo contrario, te doy las gracias

Blas de Otero, el 5 de junio de 1976, en un homenaje a Federico García Lorca, en Granada.
Blas de Otero, el 5 de junio de 1976, en un homenaje a Federico García Lorca, en Granada.Ricardo Martín

La reina Letizia inaugura este lunes la reunión anual de directores del Instituto Cervantes en el Hospital Real, sede del rectorado de la Universidad de Granada. Cada latido de los días mezcla realidades y baraja lo que sucede con la memoria. Soy un director adolescente. A ese edificio, que mandaron construir los Reyes Católicos, acudí yo un mes de junio de 1976 para conocer a Blas de Otero. Admiraba mucho al autor de Pido la paz y la palabra y fue una alegría que viniese a la ciudad para participar en el homenaje a Federico García Lorca que se organizó 40 años después de su asesinato, pero en el día de su nacimiento. Por lo que se refiere a Lorca sí hubo vida más allá de la muerte. Eso lo celebramos entonces contra viento y marea, es decir, contra Fraga Iribarne. Me acerqué a Blas de Otero para decirle que por gente como él me quería dedicar a la poesía y respetaba el compromiso político. Blas sonrió y me dijo “espero que puedas perdonarme”.

La vida rima. 1976 fue mi primer curso universitario. Desde entonces me he dedicado a la paz y la palabra, 46 años de libros, clases, inquietudes y compromisos cívicos. Me alegra haber aprovechado el paso de los años para cambiar en algunas cosas, pero me alegra más no haber traicionado al muchacho que, contra el franquismo, se acercó a Blas de Otero. No, Blas, no he tenido que perdonarte, todo lo contrario, te doy las gracias. Como Lorca, formas parte del sentido de mi vocación y mi manera de estar en el mundo cada vez que cierro la puerta de un aula, entro en un despacho o escribo una palabra. Y quizá por eso no comprendo la vanidad hueca de tanto profesional degradado y viejo que no cumple con la dignidad de su oficio y se dedica a recibir órdenes de los prepotentes y a obedecer con demasiado servilismo. Sigo con orgullo, querido Blas, pidiendo la paz, la educación y la palabra.

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