Literatura joven
El libro póstumo de Blas de Otero fue una revelación. Este año se celebra el centenario del poeta
En 1998 un escritor de 76 años publicó uno de los grandes libros de la poesía española joven. El autor era José Hierro y el libro, Cuaderno de Nueva York (Hiperión). Con los lejanos precedentes de Martí, Juan Ramón o García Lorca, la Gran Manzana supuso para los poetas que escribían en los años noventa algo parecido a lo que Venecia había supuesto para los novísimos en los setenta: un espacio mental, con su propio culturalismo (sucio) y su propia capacidad evocadora. El sol es siempre el mismo, pero un verso parece distinto si ese sol se pone en Manhattan, en la Giudecca o en Tomelloso. Tan distinto que es posible que el reto de un escritor sea estar a la altura de Tomelloso, sin prejuicios y sin confundir lo literario (y lo metaliterario) con la literatura. Esa fue la gran virtud de Hierro: escribir un libro urbano sin quitarse las alpargatas, es decir, contaminando de sentimiento y víscera la disonancia antisentimental que caracteriza buena parte de la poesía moderna. Como en 'Oración en Columbia University': "Bendito sea Dios, porque inventó el silencio, / y el chirrido de la chicharra, / y el lagarto de fastuoso traje verde,/ y la brasa hipnotizadora/ (horizontal crepúsculo pudo haberla llamado / don Pedro Calderón de la Barca en el declive del Barroco). / .../ "Bendito sea Dios, porque yo quise/ arrezagarme en la ternura/ pronunciando la mágica palabra/ entonces descubierta. '¿Papá?' 'Mariconadas, / si te la vuelvo a oír te llevas una hostia".
Años después, en 2010, pasó algo parecido: un escritor muerto publicó otro de los grandes libros de la poesía joven. El autor era Blas de Otero y el libro, Hojas de Madrid con La galerna (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). Galerna era el modo en que el poeta bilbaíno se refería a las depresiones que sufría desde joven y esa fue la palabra que eligió para el poemario doble en el que trabajó desde 1968 hasta su muerte, acaecida en 1979. Nacido en 1916, hace ahora un siglo, tenía 63 años. Libros como Ángel fieramente humano (1950), Redoble de conciencia (1951) o Pido la paz y la palabra (1955) convirtieron a Blas de Otero en el gran referente de la lírica social de la posguerra, mano a mano con Gabriel Celaya. Cuando la poesía dejó de ser un arma cargada de futuro Otero tuvo más suerte que Celaya y conservó un crédito que muchos retiraron a su paisano de Hernani, acusado de “formalismo temático”.
Si la antología El silencio vasco (Visor), preparada por Jon Juaristi, demostró en 2011 que Celaya era más que un cliché, los trescientos poemas de Hojas de Madrid con La galerna —editados por Sabina de la Cruz, viuda de Blas de Otero, y prologados por Mario Hernández— demostraron que en manos competentes la capital de España —esa suerte de Tomelloso por otros medios— podía dar tanto juego como la misma Nueva York.
Como los de Bilbao pueden ser también de donde les dé la gana, Otero parece por momentos, además de joven, un poeta polaco. Baste pensar en un poema como ‘Se anuncia la Edad de Hierro’, armado con la misma ironía y el mismo desparpajo de Wislawa Szymborska o Zbigniew Herbert. “Divertido es un sábado por la tarde en la edad de piedra”, dice el verso con el que arranca una historia de nostalgia por aquellos años en que los hombres descansaban ante los dólmenes al tiempo que los periódicos, impresos “a cincel”, anunciaban la llegada de la edad del hierro, “la cual ya no me resulta tan divertida”. A veces la literatura joven la escriben poetas prehistóricos.
Babelia
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