Poesía, franquismo y posguerra: instrucciones de uso
De la República a la Transición, Ángel L. Prieto de Paula publica una historia global de cuatro décadas de lírica española llamada a convertirse en obra de referencia
Algún lector de este libro se hará la misma pregunta que el autor en su prólogo: ¿no se han escrito demasiadas historias de la poesía española contemporánea? A su favor, este arguye que muchas no se han concluido (la iniciada por García de la Concha, por ejemplo) o, como sucede en la importante Poesía española. Antología crítica dirigida por Francisco Rico, se ha publicado lo concerniente a las vanguardias y la generación del 27 (a cargo de Andrés Soria) y Hacia la democracia. La nueva poesía (de Araceli Yravedra), pero persiste el hueco de una posguerra que no tiene ni autor ni título.
Una historia no debe cerrar el camino a otras… Más bien las sobreentiende y hasta las reclama, si se piensa que el empeño de una historia no es un yerto registro de nombres propios. Una nueva historia es un ejercicio de independencia y un punto y aparte. Se han escrito más historias de la novela de esta época que de la poesía y sin embargo nadie desdeñará la de Santos Sanz Villanueva, La novela española durante el franquismo: itinerarios de la anormalidad (2010). Como él, Prieto de Paula une la condición de crítico ejerciente y la de solvente estudioso. Y notables antecedentes de este libro son su antología Poetas españoles de los cincuenta (1995) y Musa del 68. Claves de una generación poética (1996), el mejor que hasta la fecha se ha publicado sobre el tema.
No en vano el autor hizo su tesis sobre un poeta del primer grupo, Claudio Rodríguez, bajo la dirección de otro del segundo, Guillermo Carnero. Su ambicioso recuento de ahora parte del final del periodo republicano, cuando remitía la hegemonía de los poetas de 1927 y daban la pauta escritores de vuelo menos altivo pero mayor densidad reflexiva (Emilio Prados o el joven Germán Bleiberg, pero también talantes poéticos que no frecuentaban el verso, como José Bergamín, María Zambrano y Ramón Gaya). Y el libro desemboca —40 años después— en la divisoria estética, moral y política que marcó el fin del franquismo y el asentamiento de una transición turbulenta. Los cambios están persuasivamente presentes en algún subtítulo muy calculado (pensemos en ‘Arraigo, desengaño, intrahistoria: la evolución de los escurialenses’, al hablar de Ridruejo, Panero, Vivanco, Valverde y Rosales…) o en algún otro que quizá, sin ser desacertado, requeriría algo más de precisión (‘Culturalismo y esteticismo: Cántico’). Por supuesto, definir al sector central de los poetas revelados en torno a 1968 como “los poetas del lenguaje” no es cosa nueva. Pero resulta un buen argumento para vertebrar lo que el autor ve como una “descongestión sentimental” frente a la precedente “cortedad del decir”, propia del grupo del realismo social, al que reemplazó la “emoción especulativa” de los nuevos.
Pero si algo evidencia este libro es que la poética es una cuestión de poder y hegemonías. Ahí estuvo el benigno papel tutelar de Vicente Aleixandre (sobre todo, a partir de los años cincuenta) o la sabia (e intencionada) proclamación que Dámaso Alonso hizo de “arraigados” y “desarraigados” (después de la lección previa de Hijos de la ira, un libro al que el autor dedica unas excelentes páginas). Luego cambiarían las cosas bajo el signo de la deslumbrante personalidad moral de Jaime Gil de Biedma o la descarada irrupción de Pedro (luego Pere) Gimferrer. Y en ese tramo se subraya la insolencia sarcástica de Guillermo Carnero, luego convertida en una exigente madurez estética. El ejercicio de un poder puede estar cuidadosamente planificado, como en el caso de Gimferrer, donde la construcción de su personalidad literaria se convierte en un programa cultural general (es lástima que el autor no haya podido consultar la reciente monografía de Eloi Grasset, La trama mortal. Pere Gimferrer y la política de la literatura, de 2020). Pero también, en otros momentos, los cultos personales reafirmaron lo que se percibió como la vivaz asunción de un tiempo histórico (Ángel González), o lo que se asoció a la empecinada exigencia jansenista en tiempo de debilidad (el caso de José Ángel Valente) o a la virulencia sarcástica de un discurso independiente (como fue el de Caballero Bonald en sus últimos años).
Prieto de Paula define siempre con eficacia y sentido del humor, pero también sabe usar los artificios de la cronología para señalar la convergencia de libros fundamentales de Panero, Vivanco, Rosales, Valverde y Ridruejo; o —en el inicio de los cincuenta— la de títulos de Gabriel Celaya, Blas de Otero, José Hierro y Gloria Fuertes, mientras la agorera fecha de 1975 le permite asociar libros muy distintos de Antonio Gamoneda, Antonio Colinas o Carlos Sahagún. A lo largo de todo el libro también están presentes otros elementos unificadores: las revistas más significativas, las colecciones canónicas (menos estudiadas, sin embargo) y, sobre todo, las antologías, que siempre son ponderadas con tino (así, la Consultada de 1952 o las de Batlló y las más ruidosas de Castellet hasta las intencionadas propuestas de García Martín o Martín Pardo, ya en tiempos de marejada).
No es fácil, en fin, escribir un libro donde conviven las vistas panorámicas y las trayectorias de autor, y donde se ha procurado no olvidar a nadie, pero sin caer en la obsesión de la agrupación regimental de lo heterogéneo: los casos de independencia, marginalidad o simple apartamiento están presentes como tales. Y todos —unos y otros— quedan bien retratados. Que este completo panorama se lea con gusto no es el mérito menor de sus ochocientas y pico páginas.
La poesía española de la II República a la Transición
Autor: Ángel L. Prieto de Paula.
Editorial: Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2021.
Formato: 843 páginas. 35 euros.
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