Los bisnietos de la Guerra Civil desafían la memoria del conflicto con grandes libros
David Uclés, Paco Cerdà, Layla Martínez o Arnau Fernández Pasalodos exploran el trauma bélico mediante el realismo mágico, el género fantástico, la no ficción literaria y la búsqueda de los victimarios para dar una visión rica, desprejuiciada y comprometida con la historia

La lobotomía colectiva en España ha resultado hasta la fecha un estrepitoso fracaso… Lo fue en el siglo XX y lo es todavía hoy. El intento recurrente de varios sectores empeñados en enterrar dentro del olvido el trauma de la Guerra Civil sigue dándose de bruces contra la curiosidad, el ímpetu y las ganas de saber qué ocurrió entonces para no volver a repetirlo por parte de las generaciones posteriores.
Además, el país suele ser aficionado a rebelarse obcecadamente contra ciertos lugares comunes. El tiempo lo cura todo, por ejemplo… Depende, en este caso. Cuando en plena posguerra historiadores de peso como el norteamericano Gabriel Jackson en La República española y la guerra civil o Gerald Brenan en El laberinto español sostuvieron que la contienda no había servido para nada, ni siquiera a los responsables de alentarla, tenían razón. “Fue una espantosa calamidad en la que todas las clases y todos los partidos perdieron”, afirma el británico en su obra maestra.

Una conciencia colectiva con un nítido sentido de la justicia —lo que Brenan define como la perpetua búsqueda de una reforma moral, no política, de la sociedad española— no cesa. Y así llegamos al presente, con una nueva generación que exige explicaciones y a la vez ofrece respuestas desde la creación con voz y características propias sobre el pasado. Lo demuestran valores jóvenes en la literatura con obras publicadas recientemente, como David Uclés (Úbeda, 35 años) y su fenómeno de La península de las casas vacías (Siruela), Layla Martínez (Madrid, 38 años) con el éxito internacional de su obra Carcoma (Amor de Madre Editoras), Paco Cerdà (Genovés, Valencia, 40 años) y su extraordinaria Presentes (Alfaguara) o Arnau Fernández Pasalodos (Barcelona, 29 años), que mediante nuevas ópticas apara el ensayo histórico en Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España, 1936-1952 (Galaxia Gutenberg).
Lo más torpe es el silencio porque activa en los verdaderos creadores la búsqueda de respuestas. Lo más estimulante, también, los tabúes a los que se enfrentan. El tiempo, no a la manera curativa de aquel lugar común, sino como un síntoma, obra a favor. Fue Salvador de Madariaga, como recuerda David Uclés, quien fijaba en ocho décadas el periodo ideal transcurrido para tratar sin cortapisas un trauma histórico: “En efecto, que hayan discurrido más de 80 años otorga la distancia emocional suficiente para que el tema pueda tratarse desde puntos de vista distintos, con mayor soltura y con una mochila emocional más liviana o casi inexistente”, afirma el autor de la novela elegida por Babelia como la segunda mejor de 2024.
Los bisnietos de la guerra andan más alejados temporalmente de los traumas que generó el conflicto. “Ojo, somos herederos de esos traumas, pero ya no nos resultan incapacitantes para abordar nuestros pasados familiares y comunes”, asegura Fernández Pasalodos. “Me gustaría pensar que la distancia temporal, pero sobre todo física y sensorial, puede dar un prisma alejado del fanatismo, que es el reino de las convicciones, los prejuicios y las cadenas mentales. Desde ahí trato de pensar, sentir y escribir”, confiesa Cerdà.
Esa distancia es un factor importante también para Layla Martínez, quien consiguió una candidatura el año pasado en Estados Unidos al National Book Award por Carcoma. Ayuda a desembarazarse de cadenas. “La generación de los cincuenta había nacido a finales de los veinte o principios de los treinta. Vivieron la guerra y la posguerra. Tuvieron que empezar a escribir en medio de la dictadura. No solo debían afrontar la censura, que impedía hablar de ello, también querían explorar otras cosas, salir del ambiente opresivo del régimen, dejar aquello atrás. Y sus herederos, los nacidos en los sesenta, todavía habían venido al mundo en la dictadura, por lo que esa sombra todavía pesaba”.
Pero la autora madrileña cree que esos factores también determinaron los géneros literarios elegidos por las anteriores generaciones y, como consecuencia, dejaron el campo libre de prejuicios o cargas en ese sentido que define a la suya. “El desprestigio con que se ha visto siempre a los géneros fantásticos en España y la poca tradición que hay de ellos por el enorme peso del realismo ha provocado no utilizarlos para abordar temas considerados serios o importantes”. Ese desprestigio ha desaparecido en gran medida en los últimos años, según ella, “en buena parte por la influencia de la literatura latinoamericana, donde los géneros fantásticos han tenido mucha más tradición”. Su propia novela o también La península de las casas vacías, por ejemplo, le deben mucho al camino abierto por diversos autores incluso antes del boom literario.

En Carcoma, Martínez eligió un género fantástico, medio gótico. Como también sostiene que Lorca hizo en La casa de Bernarda Alba. Se trata de una obra que, según ella, puede leerse en esa clave. Ese rastro pulula por la novela dentro de unas paredes que no dejan a sus protagonistas morir, pero tampoco vivir fuera de ella. Son opciones estéticas completamente desacomplejadas. Pero también éticas, como justifica Uclés en La península de las casas vacías. En su caso, optó por el realismo mágico para transitar por una Jándula donde nadie cerraba las casas con llave, con almas y cuerpos abducidos por los hunos y los hotros unamunianos que pugnan en esta asombrosa epopeya.
Pero no lo hizo de manera caprichosa, sino tras una sesuda reflexión previa por su parte. “Elegir un género así implica dos cosas: se suavizan las escenas más sanguinolentas de la guerra e invita al lector a visitar o revisitar un episodio que ya debería conocer bien desde otro lugar diferente. Esto no implica que el tronco del libro tenga las raíces endebles. Para deformar una escena, antes la estudié minuciosamente”, asegura.
David Uclés: “No nos han enseñado la Guerra Civil ni el colegio, nunca daba tiempo, ni tampoco en las familias”
Lo hizo, además, consciente de las carencias que asedian su generación: “Aplicamos la mirada que tenemos: perdida, vacía, ausente…”, afirma Uclés. “No nos han enseñado la Guerra Civil ni el colegio, nunca daba tiempo, ni tampoco en las familias”. Pero él tuvo la fortuna en ese sentido de contar con un abuelo dicharachero: “Gracias a Dios, mi abuelo materno, cuyas historias son el germen de esta novela, hablaba por los codos y de todo. Para él, el silencio era un enemigo a derrotar”. Sin embargo, Uclés cree que el desconocimiento generalizado también puede resultar para los de su quinta una ventaja: “Mi generación, al no tener una mirada impuesta y común acerca del tema, narra la Guerra Civil con total libertad y utiliza para ello géneros muy distintos e inéditos para inmortalizar lo sucedido antaño y las secuelas todavía latentes de aquello”, comenta Uclés.
Paco Cerdà, sin embargo, adopta un método periodístico muy contemporáneo y, a la vez, heredero de clásicos, como Manuel Chaves Nogales. Empapado de conciencia por la memoria y desafiante ante las tergiversaciones de la historia, pero muy cercano y atento a las palpitaciones emocionales de quienes lo leen. Presentes ha conectado con lectores y editores internacionales, como ocurre con Carcoma y el libro de Uclés. En la anterior feria de Fráncfort fue vendido a siete países. Es algo que, según intuye el autor, “quizás ocurre por desplegar una mirada humana que indaga en la emoción de la resistencia y la represión”.
La obra se abisma ante una épica del horror a la que, aparte de la condena fácil, es interesante acercarse en toda su complejidad para tratar de comprender, dice Cerdà. “Saber: eso busco. Y que el lector sienta; eso también”. Para ello se identifica por ejemplo con Antonio Scurati, el autor de la monumental M, una biografía novelada en cuatro tomos sobre Mussolini. “Estoy de acuerdo con el autor italiano cuando dice que debemos mirar cara a cara a nuestros demonios. Para mí, en cualquier caso, la no ficción no es su tema; es, ante todo, el compromiso ético y el estilo con el que se aborda. Y la minúscula de la historia, enfocada casi con microscopio, el territorio histórico y literario que me apasiona”.
En eso engarza con Fernández Pasalodos, quien, como historiador, no rehúye tampoco las técnicas literarias más sutiles y transparentes. Tampoco el miedo: “Me he enfrentado a los silencios de mi abuela, que murió sin contar lo que realmente le había ocurrido a su padre. De no haber sido por mi investigación, no habríamos sabido lo que le pasó a mi bisabuelo Manuel Sesé, ni tampoco podríamos entender el contexto general que propició su asesinato”.
Fernández Pasalodos parte de ese trauma familiar para ampliar el campo a toda la lucha y la represión guerrillera por parte, sobre todo, de la Guardia Civil, pero a instancias directas y muy atentas de la jefatura del Estado. Desarmó la versión que caló dentro de la familia y sirvió para encubrir el miedo. “El trabajo de archivo ha dado voz al silencio impuesto por el relato familiar, que trató de olvidar o de maquillar a mi bisabuelo como víctima política. Lo pasé muy mal cuando leí por primera vez la documentación escrita por sus asesinos, donde describían lo que realmente había ocurrido. Pero si algo caracteriza a quienes escribimos sobre estos temas desde nuestra generación, es precisamente la ausencia de temor”, afirma.
En eso, concuerda con Cerdà. Las historias familiares les han tocado de cerca. Han marcado el camino: “Los silencios están para romperlos. Y los miedos, para vencerlos. Supongo que eso significa tomar la palabra y publicar. Soy bisnieto de un fusilado en el paredón de Paterna en 1943. A la vez, también soy nieto de un abuelo que perdió a su padre y vivió esa ausencia como un trauma transido de silencios y dolor callado”.
Parece lo mismo, pero no lo es, opina el también autor de 14 de abril y El peón. “Ese bisabuelo, llamado Paco como yo y congelado en un cuadro que he visto cientos de veces y unas pocas fotos, es historia de la posguerra. Mi abuelo Pepe, que a sus 99 años todavía sigue entre nosotros, para mí es memoria viva de la guerra y la posguerra. La memoria que me ha legado. La memoria que late en mi interior”, afirma el escritor valenciano.
Una memoria que ha vencido esa voluntad de aniquilación impuesta por Franco. Aquella intención asesina: “Cueste lo que cueste”, como le adelantó al periodista norteamericano Jay Allen cuando lo entrevistó al principio de la guerra, nueve días después del golpe del 18 de julio, para que le contara sus planes. No sirvió de nada, como sostuvieron muy pronto Brenan y Jackson. Aquí siguen las generaciones posteriores a su máquina de exterminio sin bajar la cabeza y entremezclando planos temporales, como bien afirma Cerdà… “Se confirma, una vez más, esa teoría de san Agustín: Que ni el pasado existe ni el futuro tampoco. Todo está anclado en el hoy”.

La memoria, dice Cerdà, “es una paradoja”. Y acierta: “Miramos atrás para ver mejor hacia adelante desde donde nos hallamos. Y esa es la oportunidad que debe aprovechar esta generación”, asegura. A pesar, incluso, de que algunos se empeñen en hundir el progreso. “Desde este presente en el que se banaliza el odio, se trivializa el autoritarismo y se menosprecia la democracia, desde esta encrucijada se ve la guerra y la posguerra distinta que en los años de la Transición o en los amnésicos noventa”, sostiene el autor valenciano. “La memoria ha de ser fértil. Servir para algo. Recordar hacia mañana, insistía Federico García Lorca”.
Layla Martínez: “El fascismo nunca desapareció, solo estaba latente, así que luchar contra él representa una prioridad”
En ese mañana lorquiano andamos, con la obligación de lidiar lo contemporáneo desde distintas ópticas, como el feminismo o el ecologismo. Fernández Pasalodos refleja el desastre medioambiental que supuso la guerra contra el maqui en Hasta su total exterminio… Cómo para ello hubo que arrasar bosques con el objeto de evitar los camuflajes, así como Layla Martínez hace hincapié en la visión de las mujeres y sus reacciones, incluso desde la rabia y la violencia. Todo ello, esconde también, según ella, la pervivencia evidente de un totalitarismo que no fue extirpado: “Creo que una de las cosas más peligrosas del fascismo, precisamente, son las cosas que no se ven. Esas sutilezas calan en la opinión pública y son más difíciles de ver. Ahí es donde creo que reside un conflicto clave para nuestra generación”. Destaca, entre ellas, la reacción machista al auge del feminismo o el aumento de la transfobia y la homofobia. “Todo ese rasgo afecta a gente que incluso se considera de izquierdas, pero sin embargo acaba utilizando la palabra mena para hablar de niños y adolescentes migrantes o se opone a la gente que quiere salirse del binarismo de género. El fascismo nunca desapareció, solo estaba latente, así que luchar contra él representa una prioridad”, afirma Martínez.
Para ello, según Fernández Pasalodos, tampoco deben dejar de colocarse en el lugar del otro. El joven historiador lo ve como una aportación generacional. “Hasta la fecha, nos hemos centrado en saber qué les ocurrió a las víctimas, pero no hemos querido saber nada de los victimarios. Sabemos mucho de los asesinados y apenas nada de los asesinos. Nuestra generación tiene que romper de una vez por todas con esta cuestión. Debemos ser quienes exijamos conocer las identidades de los verdugos, y una vez identificados debemos comenzar a escribir sobre sus vidas, a entender los motivos que los condujeron hacia ahí en una dictadura fascista”.
Con estos mimbres, quizás sean ellos, los bisnietos, quienes tracen el camino definitivo hacia la deseada concordia en este campo. “En cualquier caso, y pese a los vientos nada favorables y radicales que soplan hoy día, soy optimista”, asegura Uclés. “Tal vez podamos ser capaces como generación de aceptar las atrocidades que cometieron todos en aquella histeria colectiva que provocó el golpe de Estado del 18 de julio. El lavado de cerebro del régimen franquista y el silencio impuesto en la Transición ya nos quedan lejos”, asegura el autor andaluz. Todo el camino recorrido en una travesía de 15 años para escribir su novela le ha convencido luminosamente de que pervive la esperanza: “Estoy seguro, y confirmo haberlo notado, de que seremos capaces de poder ponernos de acuerdo y de erigir una historia única y fuerte; de que nuestros hijos podrán crecer y asumir lo que hicieron sus tatarabuelos sin traer la discordia al presente”.

La península de las casas vacías
Siruela, 2024
700 páginas. 26 euros

Carcoma
Amor de Madre Editoras, 2021
144 páginas. 18 euros

Presentes
Alfaguara, 2024
328 páginas
19,85 euros

Hasta su total exterminio
Galaxia Gutenberg, 2024
448 páginas
26 euros
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