50 años de ‘Transformer’, de Lou Reed: porque sin el lado salvaje la vida no vale la pena
Cumple medio siglo uno de los discos más heterodoxos, deslumbrantes y salvajes de la historia de la música pop
La música de Lou Reed sigue sonando en el mundo. Este mes de noviembre se celebran los 50 años de la publicación de uno de los discos más heterodoxos, deslumbrantes y salvajes de la historia de la música pop, Transformer, que se publicó en 1972 y que elevó a Lou Reed a estrella del rock and roll, y no por la crítica, sino por el público.
En el complejo mundo en que se convertirían la música y la poesía de nuestro roquero neoyorquino, Transformer ocupa el puesto de salida de una carrera que no se parece a la de ningún otro músico de rock. Transformer era diferente a todo, y su éxito fue un milagro. Fue la primera vez que se grababa el clásico Walk on the wild side, que se editó como sencillo y ascendió a las listas de discos más vendidos. La apuesta por esa canción se debe a David Bowie. En 1972, la letra de Walk on the wild side la entendió muy poca gente, pero eso daba igual porque la canción se metía en tu mente y no podías olvidarla. La ponían en la radio sin saber que los personajes de los que hablaba la canción eran reales y pertenecían a la gente que merodeaba la Factory de Andy Warhol, en donde la vanguardia artística se mostraba a través de una exploración de la sexualidad. Y eso es Transformer: un canto a la promiscuidad sexual y a la liberación de los instintos. Los hombres se volvían mujeres y las mujeres hombres, y lo hacían desde la alegría más desaforada.
La voz de Lou Reed se construyó en este disco. Y este disco no sonaría como suena sin dos magos de la invención acústica: Mick Ronson y David Bowie, que fueron los productores de esta joya y los inventores de esa voz. Jamás de los jamases la voz de Lou Reed en directo sonó como suena en este vinilo de 1972. En ese sentido, también se creaba aquí el arte conceptual, un arte que evadía el referente real y se oía solo en la virtualidad de un tocadiscos. A mi juicio esa es la gran maravilla de este disco: un sonido que partiendo del rock and roll alcanzaba regiones desconocidas, a lo que contribuyó también el bajista Klaus Voorman. Mi gran desilusión cuando escuché por primera vez a Lou Reed en Madrid en directo, hace cuarenta años, fue que Walk on the wild side no sonaba como en Transformer. Nunca sonaría así, porque esa voz era una creación artificial. Esa voz era una utopía.
Otro de los grandes temas del disco fue la canción Perfect day, un himno melancólico a la placidez de un paseo por Central Park, que nunca supimos si hablaba del amor a un ser humano o del amor a los chutes de heroína, quizá ambas cosas sean lo mismo. En cualquier caso, da igual porque la canción es excepcional. Y otro de los grandes errores de la crítica fue catalogar el disco como perteneciente a la tendencia glam rock, una etiqueta nefasta. Yo creo que este disco es muy literario. Solo el título ya evoca a la gran novela de Franz Kafka. No es un disco decadente ni un disco de reivindicaciones homosexuales ni un himno al travestismo. Es pura belleza. Sonido en libertad. Es la creación de una voz que reclama su derecho a existir por sí sola, por su misterio, por su claridad vocal, por su sencillez. La canción Andy´s chest, dedicada a Warhol, es un poema casi onírico inspirado en el intento de asesinato que sufrió el pintor a manos de la actriz Valerie Solanas.
EnTransformer, Lou Reed elevó el rock a una forma de literatura. Hay más poesía en este disco que en mil libros de poesía juntos. Aquí hubo un milagro de la modernidad. La ciudad de Nueva York quedaba expresada de una forma que perdura y perdurará. El rock saqueaba las formas antiguas de la literatura y de la poesía. Este es un disco infinito. Este disco es el nacimiento de una nación de mentes libres. Todo quien lo oyó en 1972 se convirtió en otro o en otra y se dio una vuelta por el lado salvaje de la vida. Porque sin el lado salvaje, la vida no vale la pena. El mensaje sigue en pie. Y sigue siendo revolucionario, provocativo, antiburgués, anticapitalista y anticomunista, nihilista y vitalista a un tiempo, liberador, romántico, sórdido y utópico al unísono, y de un individualismo recalcitrante. Transformer fue un grito de belleza. Y ese maravilloso grito sigue con nosotros.
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