La gloriosa voracidad de Pablo Milanés
Criticó la realidad cubana con la frustración que producen los sueños rotos. Pero recordaba luego que era “un simple músico”. Eso sí, un músico voraz

Al final, la etiqueta de la Nueva Trova cubana resultó ser más un lastre que una sinergia. En la mente de buena parte del público de fuera de la Isla, Pablo Milanés, fallecido este martes en Madrid, y Silvio Rodríguez eran una especie de pareja de hecho en lo artístico, con canciones de uno que se atribuían al otro. Y no, aunque sí aunaron esfuerzos en proyectos seminales como el Grupo de Experimentación Sonora de Leo Brouwer, que combinaba educación y creación, superando carencias inauditas: “Llegamos a tocar con un bajo eléctrico, que a falta de cuerdas, utilizaba cables telefónicos”.
Hoy sabemos que las posiciones frente al poder de Pablo y Silvio no coincidían. Ni las aspiraciones artísticas. Con una discografía torrencial, Milanés alternó las labores de cantautor —adaptó incluso a Nicolás Guillén o José Martí— con catas en zonas olvidadas de la música popular cubana, dedicando numerosos volúmenes al bolero, al estilizado filin y a la vieja trova oriental. Fue rescatando a maestros jubilados como Lorenzo Hierrezuelo, Luis Peña, Octavio Sánchez Cotán y, sí, también a Compay Segundo, a los que reivindicó y relanzó ante el estupor del oficialismo cubano, que tendía a mirar con sospecha aquella “música prerrevolucionaria”. Lo que no le impedía trabajar con artistas jóvenes como Raúl Torres, Isaac Delgado o su hija, Haydée Milanés.



A principios de los noventa, en el terrible Periodo Especial, Milanés apostó por dinamizar el panorama cultural cubano. No se podía hablar de “sociedad civil”, pero montó la Fundación Pablo Milanés, que quería aprovechar la infraestructura existente para presentar nuevas propuestas. Así, se empeñó en llevar grupos de rock foráneos a la isla: en 1995, montó una gira con Los Ronaldos, sin voluntad comercial. Los visitantes descubrimos entonces que el aparato castrista no era monolítico: unos funcionarios estaban por la labor y otros practicaron el arte de las zancadillas. Finalmente, los españoles pudieron tocar en el inmenso Teatro Karl Marx habanero, pero resultó imposible trasladar a la troupe a capitales de provincia, como estaba previsto. Un desastre económico que Milanés superó con humor: “Yo quería que los rockeros cubanos dominaran los códigos del rock internacional, pero el que tenía que aprender la realidad cubana era yo”.
Una realidad que criticaba con la frustración que producen los sueños rotos. Pero recordaba luego que era “un simple músico”. Eso sí, un músico voraz, que llegó a trabajar mano a mano con jazzmen como Chucho Valdés o Emiliano Salvador. Que conste que su última entrega discográfica, de 2019, se tituló precisamente Standards de jazz.
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