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Retrato de Pablo Milanés a través de sus 10 canciones más decisivas

La producción discográfica del cubano aborda casi medio centenar de títulos y varios cientos de composiciones de autoría propia

El cantante cubano Pablo Milanés, en 1994. Foto: SANTI BURGOS | Vídeo: EPV

La abrumadora producción discográfica de Pablo Milanés, fallecido este martes en Madrid, aborda casi medio centenar de títulos —incluyendo álbumes compartidos y grabaciones en directo— y varios cientos de composiciones de autoría propia, a menudo en letra y música, y en ocasiones con versos prestados de grandes poetas. Pero, sin minusvalorar ninguna de sus etapas, parece claro que el núcleo mollar de su repertorio se concentra en la primera década de actividad grabada, entre 1975 y 1984, un periodo enormemente fértil, inspirado y prolífico, en el que tuvo tiempo de entregar una docena de álbumes. Todas estas composiciones acabaron de fijarse para siempre en la memoria de los aficionados cuando en 1985 llega el celebérrimo Querido Pablo, un elepé producido y apadrinado por Víctor Manuel que le abriría con todos los honores las puertas del mercado español gracias a su ilustrísimo elenco de invitados: de Ana Belén a Serrat, Aute, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Miguel Ríos, Amaya o Chico Buarque. Muchos le conocían ya con anterioridad, pero ese fue el gran punto de inflexión, su refrendo entre la aristocracia de la canción de autor iberoamericana. Al principio le horrorizó su sonido, más europeo y modernizado; a los pocos días, volvió a llamar a Víctor Manuel para disculparse y decirle que le encantaba la nueva vitalidad con que había logrado aderezar los originales. De hecho, la idea se reformularía 17 años más tarde, en 2002, con Pablo querido, otro álbum de dúos, aunque en esa ocasión con aliados exclusivamente de la otra orilla del océano.

Mi verso es como un puñal

(De Versos de José Martí, 1975)

Es curioso que un cantautor de manual como Milanés inaugurara su discografía con un trabajo dedicado con carácter monográfico a un poemario ajeno. Pero en ese caso, claro, ninguna figura podía resultar tan paradigmática como la de José Martí, el gran ideólogo decimonónico del Partido Revolucionario Cubano en la sublevación contra el colonialismo español. “Yo sé de un pesar profundo / entre las penas sin nombres / ¡La esclavitud de los hombres / es la gran pena del mundo!”, clamaba el cantor en su primer canto indispensable. Y en su más primigenia reivindicación de la poesía como arma (o puñal) para avivar conciencias.

La vida no vale nada

(De La vida no vale nada, 1976)

La verdadera gran eclosión de Milanés como trovador armado de letra, voz y música llega con su segundo elepé, acaso el más pletórico y definitorio de su trayectoria. Casi todo lo que en él sucede ha trascendido a los años y pervive en la memoria colectiva, seguramente más aún por el regusto desolado que deja su partida. Nada como plantarle cara a la melancolía con este manifiesto en pro de un canto comprometido, en las antípodas de las miradas impasibles. Porque “La vida no vale nada / cuando otros se están matando / y yo sigo aquí cantando / cual si no pasara nada”.

Para vivir

(De La vida no vale nada, 1976)

Milanés fue inmenso en el arte de la canción amatoria, un capítulo ineludible para cualquier compositor, pero en el que resulta difícil no incurrir en lugares comunes y casuísticas en exceso transitadas. De alguna manera, el cubano quiso combatir ese canon dedicando su primera balada mayúscula, una pieza de melodía hermosísima, a la hiel de un amor desvanecido: “Y aunque el llanto es amargo piensa en los años / que tienes para vivir / Que mi dolor no es menor y lo peor / es que ya no puedo sentir”. Los créditos del álbum especifican que la letra se remonta a 1967, coincidiendo con sus primeros pasos musicales.

Yo pisaré las calles nuevamente

(De La vida no vale nada, 1976)

El salvaje golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973, que acalló a sangre y fuego esa primavera democrática chilena que simbolizaba Salvador Allende, dejó una herida profunda en el corazón de Milanés, que siempre había mirado con admiración hacia el palacio de la Moneda. En el mismo disco que ya incluía un emocionado homenaje al caído (A Salvador Allende, en su combate por la vida) se deslizaba esta llamada a la esperanza, a la recuperación de las libertades del pueblo hermano: “Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes”. Por desgracia, al pueblo chileno aún le costaría muchos años, hasta 1990, desalojar al sanguinario general, gracias a una lucha desde las clases más humildes a la que Milanés dedicaría un álbum íntegro: Canta a la resistencia popular chilena (1980).

Yo no te pido

(De No me pidas, 1978)

Fue otro álbum quintaesencial: Años o Son de Cuba a Puerto Rico figuraban entre sus surcos. Pero en este tercer disco despunta una de sus grandes piezas canónicas, una llamada a la intensificación del amor en el que destacan su registro vocal agudo, la apuesta por las estrofas que hacen las veces de estribillo —un rasgo frecuente en el firmante— o unos arreglos más minuciosos y sofisticados que hasta entonces, con la inusual presencia de la trompeta y el clavicordio en el menú.

Canción (De qué callada manera)

(De El pregón de las flores, 1981)

En su disco rubricado a dúo con la venezolana Lilia Vera, otra abanderada de la canción protesta, despuntó enseguida este son precioso en torno a unos versos de su admirado Nicolás Guillén, poeta y revolucionario de Camagüey que siempre se esforzó por dar voz a la población isleña de ascendencia africana. La pieza, por una vez casi bailable, es de una ternura adorable (“De qué callada manera / se me adentra usted sonriendo / como si fuera / la primavera / Yo, muriendo”) y anticipa un álbum monográfico, Canta a Nicolás Guillén, solo un año más tarde. Además, se incorporó con enorme éxito a los repertorios de Víctor y Ana o de Chico Buarque (adaptada al portugués: Como se fosse a primavera), y más tarde también al de Soledad Villamil, la actriz de El secreto de sus ojos.

Yolanda

(De Yo me quedo, 1982)

Por mucho que haya cantado a asuntos políticos y sociales de enorme trascendencia, el recuerdo de Milanés vivirá por siempre ligado a esta página eterna, la madre de todas las canciones de amor. La musa e inspiradora de aquellos versos inolvidables (“Si me faltaras no voy a morirme / si he de morir, quiero que sea contigo”) era Yolanda Benet, madre de la también cantante Lynn Milanés y de otras dos hijas en común, Lyam y Suylén, esta última fallecida en febrero. Benet había conocido al cantante a finales de 1968, cuando ella trabajaba en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y buscaba a algún compositor que pusiera música al filme La primera carga al machete. El flechazo fue tan fulminante que Yolanda intercedió para que Pablo pudiera asumir el encargo, pese a encontrarse justo entonces cumpliendo el servicio militar.

Amo esta isla

(De Yo me quedo, 1982)

Una visión idílica en torno a la vida habanera e isleña, la proclama orgullosa de un cubano que, más allá de discrepancias y avatares, nunca renegó del suelo patrio. Hay varios ejemplos de esta filiación sin apenas fisuras, pero acaso ninguno tan convincente como esta oda en la que Cuba es un hábitat de serenidad frente al bullicio americano: “No me hablen de continente / que ya se han abarrotado / Usted mira a todos lados / y lo ve lleno de gente”.

Pobre del cantor

(De Comienzo y final de una verde mañana, 1984)

Milanés ha ido forjándose una popularidad cada vez más trasnacional, como evidencian, sin ir más lejos, sus memorables visitas por los escenarios brasileños, pero le horrorizan los fantasmas del conformismo, el aburguesamiento y el espíritu acomodaticio. Por eso prefiere sacudírselos de manera pública con una llamada a los compromisos renovados que siempre han de guiar el empeño del trovador: “Pobre del cantor que un día la historia / lo borre sin la gloria / de haber tocado espinas”.

El breve espacio en que no estás

(De Comienzo y final de una verde mañana, 1984)

La otra gran canción de amor, con letras capitales, en el catálogo. Y la única que a día de hoy puede competir con Yolanda —aunque sea a cierta distancia— en número de escuchas en las plataformas digitales. El amor no es tan arrebatado y sin mácula como en su canción bandera, pero parece que el carácter pendular y algo impredecible de la musa acaba erigiéndose para el poeta en atractivo adicional: “Suele ser violenta y tierna / no habla de uniones eternas / mas se entrega cual si hubiera / solo un día para amar”.

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