‘No mires a los ojos’: mal comienzo y buen final
Me dan ganas de abandonar la sala durante el tedioso comienzo de esta película. Hasta que comienza a interesarme, me introduzco con curiosidad satisfecha en la extraña relación entre los protagonistas
Aconsejaban Golpes bajos en aquella desgarrada y memorable canción: “No mires a los ojos de la gente, me dan miedo, siempre mienten”. Actualmente, es imposible hacerlo. Los ojos de la inmensa mayoría del personal están concentrados permanentemente en una pantalla. También proclamaban su certidumbre de que aquellos tiempos eran malos para la lírica. Todos lo han sido, pero ahora son simplemente agónicos. No es que la realidad desprecie a la lírica, sino que la desconoce o le parece una gilipollez para ociosos aquejados de boba e inútil melancolía. Me entretengo dándole vueltas a estas caprichosas cositas durante el largo y lamentable arranque de la película No mires a los ojos. No he leído la novela de Juan José Millás. O sea, que no tengo referencias literarias, no puedo establecer socorridas comparaciones entre lo leído y lo que veo y escucho en la pantalla. Recuerdo con admiración y agradecimiento la novela de Millás Visión del ahogado. Y reconozco que su obra, incluidas las columnas, reportajes y perfiles que publica en los periódicos, además de inquietante y dotada de un universo y un estilo poderosos, jamás es previsible.
Y me dan ganas de abandonar la sala durante el absurdo y tedioso comienzo de esta película. Habla de un señor muy raro, airado, torrencial en su verborrea, neurótico, quejumbroso, indignado por el despido que ha sufrido en su empresa. Se lo cuenta a un melifluo presentador de televisión. Todo transcurre muy lento y absurdo durante un rato. No le pillo ni un punto de gracia a que este tipo tragicómico se introduzca en un armario que está depositado en un camión de mudanzas y descubra que es feliz viviendo clandestinamente en la casa familiar donde se ha depositado el armario. No sé si soy culpable de mi aburrimiento o si es el director Félix Viscarret el que me está contando mal la historia.
Esa casa pertenece a un marido intrascendente e infiel, una esposa con gesto entre ausente y desolado y una hija adolescente. La mujer llega a pensar que se ha colado un fantasma en la casa, que además está empeñado en ayudar con la limpieza. A partir de esos momentos me despierto, comienza a interesarme la historia, me introduzco con curiosidad satisfecha en la extraña relación entre esa mujer que lleva demasiado tiempo viviendo con la apatía, la incertidumbre, la soledad interna y llevadera, y el revolucionario huésped que está despertando sensaciones en ella. Hay misterio. También ternura. Y compasión. Al absurdo inicial lo reemplaza la vitalidad. Y como en Pickpocket ambos podrían decir: “Qué camino tan extraño hemos tenido que recorrer para llegar a encontrarnos”. Robinson y Robinsona ya tienen compañía.
La relación entre esta pareja de perdedores que se han conocido de forma tan surrealista tiene cierto encanto. Las entrevistas con el obstinado marciano me sobran. Iñaki Gabilondo, en su cameo de lujo, lo hace bien interpretando a su propio personaje, a ese legendario señor que supone un eterno lujo cuando se coloca detrás de un micrófono o delante de una cámara. Y acepto a Paco León en un personaje con unas características que se prestaban al pasote absoluto. Pero la que me conmueve es la sobria, sutil y guapa Leonor Watling otorgando enigma y resurrección a ese ser tan íntimamente desconcertado y perdido.
NO MIRES A LOS OJOS
Dirección: Félix Viscarret.
Intérpretes: Paco León, Leonor Watling, Àlex Brendemühl, Juan Diego Botto, María Romanillos, Iñaki Gabilondo.
Género: drama. España, 2022.
Duración: 107 minutos.
Estreno: 4 de noviembre.
Babelia
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