‘Un año, una noche’: el tema es fuerte, su desarrollo menos
Este filme de Isaki Lacuesta no me irrita, como en otras ocasiones. Simplemente, soy incapaz de vibrar con la tragedia que sufren los personajes e implicarme con sus sentimientos

Hay víctimas del terrorismo que sobrevivieron y tuvieron el coraje, o la necesidad o la terapia, para imprimir con palabras el inimaginable horror que sufrieron, el intento de recobrar cierta normalidad, el acoso de recuerdos tan pegajosos como lacerantes, testimonios de su desgarro interior y exterior. El periodista francés Philippe Lançon logró salir vivo de la masacre en la revista Charlie Hebdo, con el rostro destrozado por dos balazos en la mandíbula, hecho polvo por dentro y por fuera. Y contó su reconstrucción física y moral en su libro El colgajo. Lo leí acompañado por el escalofrío.
Resulta demasiado cruel hacer memoria de los atentados terroristas cometidos en nombre del yidahismo o de la independencia del pueblo vasco. Y, por supuesto, también existe un terrorismo de Estado, bombardeando a civiles, legitimado por la fuerza, porque quiero y puedo. Los machacados en las Torres Gemelas, en Hipercor, en los trenes de Madrid, en los autobuses de Londres, en la avenida más popular de Niza, en Las Ramblas, en tantos sitios, aquellos que fueron trasladados contra su voluntad hacia la nada, el cielo o el infierno, se preguntarían qué imperdonable pecado cometieron para ser exterminados cuando iban a trabajar, a comprar algo en un centro comercial, a recorrer plácidamente la ciudad, viajando en un avión, en bares y restaurantes. Y los que no fueron enviados directamente al cementerio, los que quedaron heridos, conmocionados a perpetuidad, desolados por la salvaje perdida de su gente, sentirán vértigo cada vez que recuerden aquella atrocidad.
Esas matanzas también se ensañaron con gente que salía a disfrutar de la noche, de su pareja y sus amigos, de la bebida o de otras cosas que alegran el cuerpo y el espíritu, de la música, de la fiesta, del concierto de una admirada banda llamada Eagles of Death Metal. Ocurrió en París, la noche del 13 de noviembre de 2015, en la sala Bataclan. La Yihad convirtió aquel previsible cielo en un infierno. Asesinaron a 130 personas, la mayoría en esa discoteca. Imagino que a esos desconocidos los consideraban infieles, que mataban obedeciendo órdenes divinas.
El director Isaki Lacuesta pretende reconstruir en Un año, una noche ese horror en presente y en futuro, narrando el destrozo psicológico de una pareja que estaba allí, que se libraron por los pelos y cuya existencia quedo marcada para siempre, alterando su relación, transformando su vida cotidiana, perseguidos por los monstruos, el miedo y el desequilibrio emocional en su realidad y en sus sueños. Resulta obvio afirmar que el tema es brutal. Con capacidad para derretir a un iceberg. Leo titulares o panegíricos de la crítica que afirman estar ante una cumbre del cine español. También una declaración de Isaki Lacuesta, autoconvencido de la importancia de esta película, en la que asegura: “Reivindico la etiqueta de artista“.
Nunca he captado ese arte en su experimental cansina obra. El problema tal vez sea mío. Pero aquí, y ante argumento tan poderoso, también se me escapa. No me irrita, como en otras ocasiones. Simplemente, soy incapaz de vibrar con la tragedia que sufren los personajes, implicarme con sus sentimientos, que me acompañen durante un metraje que me resulta largo y también confuso, debido a los continuos y no muy afortunados flash backs alternando pasado y presente, de sentir en mi ánimo el infierno que padecieron y al que intentan sobrevivir sus protagonistas. Te metes dentro de las películas, te quedas a medias o te quedas fuera. Lo que allí ocurrió impresiona. Todo mi respeto por abordar el tema. Pero no hay nada en la forma de contarlo que me enamore.
Un año, una noche
Dirección: Isaki Lacuesta.
Intérpretes: Noémie Merlant, Nahuel Pérez Biscayart, Quim Gutiérrez, Alba Guilera, C. Tangana, Natalia de Molina.
Género: drama. España, 2022.
Duración: 120 minutos.
Estreno: 21 de octubre.
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