Silencio, haikus y manga: el difícil reto de traducir la literatura japonesa
Las particularidades de la cultura nipona y no solo de su lengua complican la traducción de obras del país asiático, que siempre gotean en el mercado editorial
Decía el semiólogo francés Roland Barthes en su ensayo El imperio de los signos que había una intraducibilidad inherente en lo japonés que no solo se refiere al lenguaje, ya bastante abstruso para un occidental, sino a todos los signos que se dan en aquella cultura repleta de significantes con significados que muchas veces resultan ajenos al ciudadano occidental. Sin embargo, el japonés se puede traducir, o al menos intentarlo. Y se traduce, o al menos se intenta.
La literatura japonesa siempre está presente en el mercado editorial español, como un suave goteo sobre la tensa superficie del lago (si se permite la imagen poética de estilo nipón). Y sea de la época que sea (excepto en sus versiones más occidentalizadas), siempre se reconoce por un familiar aire de sosiego, laconismo, misterio. De menos es más. “En japonés existe una palabra, ma, que significa muchas cosas: tiempo, espacio, pausa y verdad”, explica la traductora (y bailarina) Makiko Sese, “cuando te fijas en la arquitectura, la música o la literatura japonesa siempre hay espacio, tiempo y pausa, y es de ahí de donde nace la verdad”. En Japón se mantiene un vacío, no se llena todo, no se entiende el horror vacui del rococó europeo, sino la vacuifilia. “Llenarlo todo hace que pierda autenticidad”, añade Sese. Comprender esa particularidad cultural es un primer paso para adentrarse en la literatura nipona. Vaya, que Javier Marías o Mircea Cartarescu nunca pasarían por novelistas japoneses.
Traducciones en pareja
Una particularidad de la traducción del japonés es que muchas veces se realiza en pareja. Sese ha trabajado con Daniel Villa, profesor de la Universidad Complutense, en la traducción de volúmenes como Las damas de Kimoto (Errata Naturae), de Sawako Ariyoshi, o Las ballenas de 52 hertzios (Hermida), de Sonoko Machida, entre otras novelas. Sese, cuya lengua materna es el japonés, hace una primera traducción literal. Luego Villa “españoliza” el texto.
El japonés, según explica este último, tiene una estructura muy diferente. Por ejemplo, el verbo principal va al final de la frase o del párrafo, lo que le confiere un suspense característico. “El japonés es mucho más críptico”, ahonda el profesor, “no hay género ni número, ni tantas formas de pasado y futuro. Yo creo que los japoneses tienen el superpoder de leer la mente del otro, pueden comunicarse con pequeños gestos y monosílabos”. A la hora de traducir, Villa debe tener en cuenta esa ambigüedad que lo vuelve todo un poco más brumoso, y tomar decisiones.
Otras parejas que traducen a dos cerebros y cuatro manos son las formadas por Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, que se han ocupado de buena parte de la obra de Haruki Murakami, o la que forma Teresa Herrero, traductora del japonés de amplia trayectoria, con el filólogo y poeta Juan Fernández Rivero, que han trabajado en la antología La semilla y el corazón (Alba), publicado con el apoyo de la Fundación Japón, que hace un repaso por la poesía japonesa desde la Antigüedad hasta el siglo XX. En este caso es Herrero quien hace la primera traducción, con interpretaciones y notas, y Fernández Rivero quien le da un pulido poético, que luego revisa Herrero. Porque aquí ya se añade la enjundia propia de la traducción poética, que es donde el traductor más puede crear y más puede traicionar.
El japonés es mucho más críptico: no hay género ni número, ni tantas formas de pasado y futuro”
Un problema general, según señala Herrero, es la romanización de las palabras: “No hay un criterio único para escribirlas en el alfabeto latino”. ¿Cuánto rigor se puede pedir a la hora de traducir el ritmo, la métrica, la rima (los poemas japoneses no tienen en sentido estricto), todos esos elementos que hacen que la poesía sea poesía? Tiene sus complicaciones: las palabras en español suelen ser más largas que en japonés, lo que dificulta, por ejemplo, la traducción del género más popular, el haiku, consistente en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas. “Este tipo de decisiones las tiene que tomar un traductor de poesía de cualquier idioma”, dice Fernández Rivero, “o acercas el texto al lector español para que sea más comprensible, o intentas mantener el juego formal original, aun a costa de que el poema quede oscuro”. En este caso han intentado acercarse más a las formas poéticas en castellano.
En el caso de la reciente antología Memoria y haiku (Nórdica), compilada por Eva Ariza Trinidad, ilustrada por Pep Carrió y traducida por Rumi Sato, la dificultad de la traducción se veía incrementada. “Se trata de una antología de haikus célebres ya traducidos por grandes maestros, como Antonio Cabezas García o Fernando Rodríguez-Izquierdo, mi mayor dificultad fue tener que encontrar sinónimos sin alejarme del sentido original con el fin de crear mi propia versión”, dice Rumi Sato. La traductora también señala como una importante dificultad la manera de reflejar en español “la belleza de la armonía tonal japonesa”. Al ser japonesa nativa, agrega: “Suelo captar incluso el sentido oculto o el significado más allá de lo que transmite un poema tan breve, por lo que puedo cometer el error de crear una traducción más extensa de lo necesario”.
Otros problemas son los de índole religiosa. “Hay muchos haikus que contienen una influencia budista. A la hora de traducir a la inversa, por ejemplo, novelas del español al japonés, también las expresiones procedentes del catolicismo constituyen una gran dificultad para mí”, explica Rumi Sato. Hay quien defiende, como Herrero y Rivero, la necesidad de desmitificar el haiku, con ese aire solemne y filosófico que solemos otorgarle: muchas veces la rana que salta en el viejo estanque y hace ruido (como la que inmortalizó Matsuo Bashô) es simplemente eso, una rana. Los haikus se pueden disfrutar en toda la sencillez de su literalidad y apreciando incluso algunos toques de humor, que también suelen obviarse a la hora de conceptualizar la poesía japonesa.
Omnipresencia de la naturaleza
La naturaleza es omnipresente en esta literatura. “Por ejemplo, en todos los haikus suele haber una palabra que hace referencia a la estación del año, y hay diferentes palabras para referirse a diferentes tipos de lluvia, por ejemplo, que pueden ser difíciles de introducir en la métrica”, señala Herrero. Tradicionalmente, la vida en Japón ha transcurrido muy unida al paso de las estaciones, no solo en cuestión climatológica, sino también cultural, y muy imbricada en la naturaleza y sus transformaciones, como metáfora de las etapas de la propia existencia. “En la cultura japonesa la naturaleza se ha asociado con deidades, con algo trascendente, en la judeocristiana se ha considerado un supermercado del que podemos disponer a nuestro gusto”, observa Villa.
Entre Oriente y Occidente hay algunas diferencias notables a la hora de entender la acción en las narraciones. “Algunas novelas japonesas parecen una balsa en términos de intensidad climática, no tienen clímax, cuando acaban parece que no ha pasado nada, pero quizás es que no nos hemos enterado”, dice Rivero. Lo que ha pasado se ha expresado de una manera muy sutil, por un detalle o una ausencia. En la poesía, también se dicen las cosas de forma ambigua, mediante una alusión a la naturaleza, un recurso irónico, una referencia literaria o cualquier camino indirecto. Esa ambigüedad también se da en el lenguaje cotidiano. “Nada es evidente”, afirma Herrero, “siempre tiene que quedar espacio para la duda”.
El género del manga, que vive otra de sus etapas de esplendor, presenta ciertas particularidades en la traducción. Por ejemplo, el espacio de los bocadillos es limitado y suele estar dispuesto en vertical, lo que implica la necesidad de buscar palabras más cortas. La imagen ayuda, aportando información, pero también puede generar problemas si los traductores se despistan y escriben algo que no concuerda con lo que se ve. En la agencia Daruma trabajan traduciendo para las principales editoriales del sector. Empezaron en el año 2000 con la serie anime Shin Chan y luego con mangas como Ranma ½ o Los caballeros del Zodíaco. Han desarrollado un método en el que hay un traductor adecuado para cada manga, según sus conocimientos e intereses, y un equipo de control de calidad que revisa el trabajo, en varias fases. “Es importante que haya una comunicación constante”, dice Verònica Calafell, cofundadora de la agencia.
Los que traducen al castellano tienen el castellano como lengua materna. También hacen servicios de traducción al japonés, con personas de lengua japonesa, que también están disponibles para colaborar en la traducción al castellano cuando se requiera, por ejemplo, cuando aparecen expresiones popularizadas muy recientemente en Japón. “Al traducir del japonés tienes que descomponer el mensaje a la mínima expresión y luego volverlo a componer, con las posibilidades que te ofrece la lengua de llegada”, explica Calafell. Con las lenguas más cercanas al castellano la traducción es más directa, aquí hay que tener en cuenta muchas cuestiones. “Son lenguas muy distintas, tanto en el código, como en el orden, como en la cultura que representan”, añade la cofundadora.
Algunas palabras se mantienen en la lengua original, cosa que sucede con tanta frecuencia cuando se traduce del francés o del inglés. Crean cierta atmósfera, nos acercan a aquella cultura, igual que lo hacen los topónimos. Muchas veces los términos son conocidos por los lectores: “A un lector de manga no hace falta explicarle lo que es un ramen”, señala Calafell. Otras veces no tanto. Por ejemplo, en la novela Las damas de Kimoto se puede leer ogotsan (gran dama), koto (un instrumento musical) o marumage (un peinado). “Quiero compartir la resonancia del japonés con los lectores”, dice Makiko Sese, “aunque sé que muchas notas a pie de página pueden resultar incómodas. Intento estar en medio. A veces el sonido transmite lo que no se puede transmitir con las palabras. El sonido tiene su poder”.
Babelia
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