El extraño caso de los Galvin, una familia con seis hijos esquizofrénicos
El periodista Robert Kolker se adentra en la historia de la familia estadounidense tocada por la enfermedad mental para exponer la falta de avance en su tratamiento
Su editor fue quien le puso en contacto con Lindsay y Margaret, las dos hermanas Galvin. Eran las menores, y también las dos únicas niñas, de la larga prole de 12 hijos que tuvieron Don, un veterano de la II Guerra Mundial, y Mimi, una perfecta ama de casa. Seis de los chicos fueron diagnosticados con esquizofrenia, en uno de los casos de salud mental más insólitos de EE UU, estudiado por especialistas médicos para tratar de desentrañar la vieja cuestión de si esta afección es hereditaria o adquirida.
“La primera vez que hablé con ellas sobre su trágica historia pensé que no todos los miembros de la familia que aún vivían estarían de acuerdo con que hiciera un libro sobre su caso, pero después de unos meses de conversaciones resultó que sí lo estaban, incluida Mimi, la madre. Hay muchos y ensayos, memorias de esquizofrénicos y libros médicos, pero nunca se había hecho un libro de no ficción, una investigación sobre una historia como la de los Galvin con los testimonios de todos”, explicaba este jueves en Madrid el periodista de investigación Robert Kolker (Maryland, 53 años), autor de Los chicos de Hidden Valley Road. En la mente de una familia americana (Sexto Piso).
Poco después de arrancar su investigación, en un hospital del Colorado que visitó con Lindsay, les dieron dos carros llenos de carpetas que contenían el historial médico de los Galvin. “Aquello cambió la historia”, recordaba Kolker, quien a lo largo de las 500 páginas de su volumen reconstruye no solo la historia de la familia, sino la evolución de la psiquiatría y del estudio de la esquizofrenia, desde la disputa entre Carl G. Jung y Sigmund Freud hasta el papel de las farmacéuticas. “Cuando el primer hermano, Donald, empezó a tratarse no se practicaban lobotomías, sino que se recetaban psicofármacos, algo que hoy se sigue haciendo como si fueran la panacea. Hemos crecido en una era en la que parece que hay una píldora para curar todo, pero no es así con la esquizofrenia. Uno de los motivos por los que el estigma en torno a la depresión, la ansiedad o la bipolaridad ha disminuido es porque hay medicamentos cada vez más sofisticados que son en muchos casos efectivos para tratarlo, pero no ocurre con los esquizofrénicos y estos enfermos tienen una mayor dificultad para luchar o protestar. Se considera que las medicinas existentes son suficientemente buenas porque calman a los pacientes, pero no mejoran con estos tratamientos”, explicaba el periodista.
“El caso de los Galvin ayudó a determinar que había un componente genético, una serie de mutaciones, pero no hay un gen en concreto. La predisposición a la enfermedad no implica que se desarrolle necesariamente”. Por eso, añade, para combatir el desarrollo de la esquizofrenia hoy se busca el fortalecimiento del cerebro y se trata de prevenir que haya nuevos brotes que debiliten a los pacientes y compliquen los casos diagnosticados. “La esquizofrenia no es una enfermedad como la covid, digamos, es un diagnóstico que abarca distintas afecciones. Hay un epidemiólogo que ha apuntado que la fiebre hace siglos se consideraba una enfermedad en sí misma y no un síntoma. Puede que con la esquizofrenia y otras enfermedades mentales severas acabe pasando lo mismo”.
Kolker describe peleas en los Galvin con cierto sadismo entre los hermanos, también los abusos de un sacerdote amigo de la familia y de Brian Galvin hacia el resto. ¿Cómo es posible que ese nivel de violencia no alarmara a los padres? “Don y Mimi consideraban que seguían las reglas, sus hijos eran monaguillos, tocaban instrumentos musicales, tenían una formación artística y compartían la afición a la cetrería. El resto pensaban que se ordenaría solo. Se agarraban a esa vieja idea de que los chicos son chicos. No pensaban que hubiera algo más”, explicaba el autor. Mimi se negó a ver los problemas hasta que en los años setenta el crimen seguido de un suicidio de uno de sus hijos la cambió totalmente. “Mantuvo su compostura y su manera de ver el mundo, pero en ese momento su misión fue otra. Ya no se trataba de mantener la imagen de la familia perfecta sino de obtener ayuda y tratamiento para sus hijos”. Una de las cosas que Kolker denuncia en su libro es la teoría de las llamadas “madres esquizofrenogénicas”, señaladas como principales responsables de la enfermedad mental de sus hijos. “Uno de los grandes errores ha sido culpar a las madres de cada trastorno psiquiátrico, desde el autismo hasta el comportamiento psicótico, incluso de la homosexualidad cuando se consideraba una enfermedad”, señalaba. “Hay un claro sesgo misógino que se filtró en el psicoanálisis”. En el caso de los Galvin, dice el periodista que, en parte, estas acusaciones, que dejaron en shock a Mimi y la avergonzaron profundamente, fueron lo que la llevó a tratar de mantener a sus hijos lejos de los hospitales. “Deberían haber sido tratados antes, y eso podría haber mejorado las cosas”.
Seis de los hermanos Galvin no padecen esquizofrenia, ¿cómo conviven con la sombra y la sospecha de esa enfermedad que ha marcado su familia? “Son funcionales y muy agradables, pero cuanto más les he conocido, más he visto que están hipervigilantes. Nunca superaron esa duda de quién sería el próximo. En la siguiente generación solo hay dos casos de enfermedad mental. Pero lo que más me intrigaba cuando trabajaba en la investigación era entender por qué las dos hermanas no optaron por alejarse de forma radical de la familia. Cada una de ellas ha tenido una evolución distinta: Lindsay tomó perspectiva sobre el caso de sus hermanos y la postura de su madre y vio la injusticia que castiga a muchos enfermos mentales que acaban en prisión o en la calle, y reclama un mejor sistema de salud mental. Margaret ha sabido marcar mejor la distancia, pero también ha necesitado acercarse a su historia familiar para cerrar la herida”.
Para Kolker, la clave a la hora de acercarse como periodista a esta historia reside en un delicado equilibrio. “Puedes ser empático y sentir compasión y no perder tu imparcialidad. Con la gente vulnerable has de ir con cuidado, pero sabes que al fin estás al servicio de los lectores. La historia de los seis hermanos Galvin esquizofrénicos no es una película de terror ni un caso de monstruos poseídos, sino el relato de una familia afectada por la enfermedad y el estigma”, explica. “Cuando empecé, se entendía que el periodismo de investigación eran cosas como el Watergate. A mí me interesaba la gente corriente, y contar esas historias también tiene un componente político”.
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