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‘Todas las esquizofrenias’, un mundo habitable pese a todo

Esmé Weijun Wang escribe con honestidad sobre el trastorno esquizofrénico que padece y sin ocultar los costes personales que supone la enfermedad

La escritora estadounidense Esmé Weijun Wang.
La escritora estadounidense Esmé Weijun Wang.Jacquelyn Tierney
Patricio Pron

Esmé Weijun Wang llevaba sólo algunos meses en Yale cuando fue ingresada en el hospital psiquiátrico de la Universidad: había dejado de dormir, pensaba incesantemente en el suicidio y su comportamiento era errático. “No me pusieron correas, pero lo harían en la siguiente ocasión por haberme tomado una sobredosis. Una enfermera (…) me aseguró que mi médica acudiría al hospital. Todavía estoy esperándola”, escribe. Un semestre más tarde la expulsaron.

Ninguna Universidad quiere que “la demanden por el suicidio de un estudiante o se la juzgue responsable de un tiroteo en masa”, observa Wang, pero la escritora norte­americana no llegó a tanto; o sí, de algún modo: hasta 2017, cuando se le diagnosticó trastorno esquizoafectivo y comenzó a tomar haloperidol y quetiapina, alternó periodos de —relativa— normalidad con episodios psicóticos en los que la realidad era desplazada violentamente por las alucinaciones: el té podía estar envenenado; el aparcamiento estaba lleno de cadáveres; su marido había sido sustituido por un robot; estaba muerta y nadie lo notaba.

“La esquizofrenia es confusa, molesta, absurda, impredecible, inexplicable”, escribe: según algunos, podría ser “el precio que paga la humanidad por la habilidad para escribir óperas conmovedoras y discursos estremecedores”, el origen de las religiones o, como afirma Kay Redfield Jamison en Touched with Fire: Manic Depressive Illness and the Artistic Temperament (marcados por el fuego: la enfermedad maniaco depresiva y el temperamento artístico), la “puerta de entrada a la brillantez artística”, una opinión que preocupa a Wang. “Si la creatividad es más importante que ser capaz de aferrarse al sentido de la realidad, podría ser un argumento válido”, considera, “pero el precio que se paga por ello es tan alto que probablemente ni yo ni mis seres queridos querríamos pagarlo”.

Wang cita a Joan Didion, quien escribió en Noches azules: “Todavía está por verse el caso de que un ‘diagnóstico’ lleve a una ‘cura’, o, ya puestos, a cualquier resultado que no sea una debilidad confirmada y, por tanto, impuesta”; al igual que muchas otras personas, sin embargo, la autora parece haber encontrado en los diagnósticos que se le ofrecieron —más que en la “genialidad” y el “alto rendimiento” que muchos filmes, libros y series asocian con el trastorno— no una cura, ya que la psicosis puede regresar en cualquier momento, sino una forma específica de actuar y de ver el mundo. Wang maneja con soltura distintas versiones del DSM —la “biblia de los trastornos mentales”— y habla con autoridad del trauma, la pérdida de autonomía en la que caen los pacientes, su necesidad de consuelo, de respuestas, de orientación, su inquietud ante la persistencia del síntoma o su retorno, los tratamientos, la internación —incluyendo la forzosa: “Es difícil expresar con palabras el horror que supone ser ingresada contra tu voluntad”—, las grietas del sistema por las que caen quienes no pueden pagar un tratamiento de calidad o seguirlo; entrevista a psiquiatras y a responsables de asociaciones de ayuda a personas con trastornos mentales y a sus familias, revisita crímenes reales —como el de Malcoum Tate, un afroamericano de 34 años con esquizofrenia paranoide severa que fue asesinado por su madre y su hermana, que le atribuían una “posesión diabólica”— y presenta estadísticas, pero su libro pertenece por derecho propio a una serie que, de La campana de cristal, de Sylvia Plath, a Girl, Interrupted (inocencia interrumpida), de Susanna Kaysen, y de Viaje al manicomio, de Kate Millett, y los libros de Redfield Jamison a Furiously Happy: a Funny Book about Horrible Things (furiosamente feliz: un libro gracioso sobre cosas horribles), de Jenny Lawson, no se limita al ejercicio del periodismo, sino que piensa el malestar como algo más que una suma de circunstancias personales, avanza de la expresión individual al análisis de un desasosiego que tiene su causa en un modo específico de existencia social, se pregunta si la disrupción de la realidad no permite verla con una claridad mayor que la que ofrecen los discursos hegemónicos, por qué este tipo de trastornos afecta principalmente a mujeres ambiciosas y con talento y qué dice esto acerca del mundo al que esas mujeres tienen que hacer frente.

Wang escribe con honestidad y gracia, con una agudeza que es innegablemente la de una autora de calidad, sin ocultar los costes personales de la enfermedad mental —el capítulo que dedica a su decisión de no tener hijos a raíz de ella es el más logrado del libro—, pero también sugiriendo que un mundo presidido por la esquizofrenia puede ser —pese a todo— uno habitable y que dé cabida a la creación artística y a los reconocimientos: The Border of Paradise (la frontera del paraíso), su debut novelístico, obtuvo el Premio Whiting; la revista inglesa Granta la destacó como una de las mejores escritoras estadounidenses de su generación; Todas las esquizofrenias ganó el Premio Graywolf Press de No Ficción, y estuvo entre los libros más vendidos de The New York Times durante semanas.

Portada de 'Todas las esquizofrenias', de Esmé Weijun Wang.

Todas las esquizofrenias

Autora: Esmé Weijun Wang.


Traducción: Julia Osuna Aguilar.


Editorial: Sexto Piso, 2022.


Formato: tapa blanda (224 páginas, 21,90 euros).

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