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Crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rosa Chacel, crónica de una humillación

‘Íntima Atlántida’ se centra en la vida y obra de una de las intelectuales españolas más importantes del siglo XX. La nueva biografía escrita por Anna Caballé se sobrepone a un relato de vida insufrible y autodestructivo

La escritora Rosa Chacel (Valladolid, 1898-1994) en 1989.

Hay cierta historiografía que padece una obsesión concéntrica, como cuando se tira una piedra a un lago. Hay quienes desean convertir a nuestras escritoras más admirables en abuelitas mansas. Hiperfeminizan la vejez y la sintetizan en una fotografía como olvidada en un mercadito. Lo insólito es que muchas ni siquiera fueron abuelas y que con sus hijos mantuvieron una relación compleja. Ese trabajo intelectual suyo que se entierra de manera intonsa —¿quién obvia una civilización por el mero hecho de estar bajo el mar?— es otro modo de reducir sus labores creativas a un comentario jocoso o bien sobre su personalidad, cuando a lo único que aspiraron las autoras del siglo XX en España fue a “existir”, en palabras de Anna Caballé, “como escritora[s]” y a poseer un estilo. Y es Caballé precisamente, biógrafa de Laforet o Concepción Arenal y responsable de los volúmenes de La vida escrita por las mujeres, quien nos da la clave sobre este debate y que ahora publica un relato biográfico de la escritora, pensadora y cuasicentenaria Rosa Chacel (1898-1994).

El titular es claro: nos encontramos ante una biografía, en torno a la autora de La sinrazón, magna y justa —verán ustedes, si deciden leerla, que con Chacel no era fácil ser cabal—. La biógrafa ha sido capaz de sobreponerse a un relato de vida insufrible y autodestructivo, compuesto por más errores que aciertos, sin imponerse a quien se avergonzó en numerosas ocasiones de respirar y para quien cada año era el peor de su vida. La biografía está escrita desde esa delgada línea que media entre desmentir al personaje o disentir de la persona, y se apoya para ello —entre otros materiales inéditos— en la lectura de testimonios epistolares del núcleo familiar que formaron Timoteo Pérez Rubio, Rosa Chacel y Carlos Pérez Chacel, durante casi 50 años. Caballé teje el retrato de Chacel sobre un bucle de melancolía infinita, sobre la “soledad hambrienta de reconocimiento” de un “rostro bifronte”, marcado por esa “dualidad de carácter que presidía su comportamiento”, aspecto que Carmen Martín Gaite iluminó con sabiduría popular al señalar su signo zodiacal, Géminis.

Íntima Atlántida es un texto indispensable acerca de una de las intelectuales más importantes del siglo pasado, en el que se jerarquizan filias y fobias (ambas arbitrarias) y se señalan, ay, Rosa, las cosas presentes, no las pasadas. Se les retira a sus escritos el hipotético aire naíf, fruto de sus últimos años, ya que a la vallisoletana esa pátina le habría hecho vomitarse encima, tal y como se comprueba en su obra total, los Diarios, que se publicarán nuevamente, por cierto, a mediados de junio, al cuidado de Elena Medel.

Chacel no se adaptó, siempre estuvo en lo cierto, fue un ser carente de intuición, no se atrevió a abrazar la naturaleza mutable de los sentimientos hasta el final, leía obsesivamente sus libros en un gesto de ensimismamiento puro, construía y restauraba muebles, fabricaba joyas. Igualmente consumía anfetaminas para poder trabajar de noche y casi siempre que decidía entregar un libro suyo a una editorial esta o quebraba o entraba en quiebra semanas después. También cruzó el charco en dirección a Brasil y tuvo la entereza de ir a ver con Lea Pentagna (la mujer que estuvo 36 años al lado de Timo, su marido; un triángulo amoroso tan largo como una dictadura) Tal como éramos al cine, ya en Madrid.

Si pienso en Chacel, me cuesta no imaginármela hoy esgrimiendo aquella frase de que perder las formas no implica perder la razón. Es más, fantaseo con que es ella la que hace circular su nombre como autora de la sentencia viral —con esa auctoritas más grande que la Acrópolis ateniense que tenía—. Chacel guerreó con la bestia acrítica que para ella fue el feminismo, con pagar el peaje a su vuelta a España de haber vivido un exilio no plenamente político, así como con el asunto del dinero en su última época, que era también la primera, porque sepan ustedes que Rosa Chacel jamás tuvo una autonomía económica completa como resultado de la comercialización de su obra, sino que empezó tímidamente a tener lectores a sus casi 80 años. Muchos se ofenderán con lo atropellado de las publicaciones al final de su trayectoria, porque, qué tontería, quién quiere hacer dinero con lo que escribe, ¿no? Pero no es afrenta, sino evidencia: en España parece ser algo impuro que las autoras acepten los frutos de lo que el mercadeo literario hace con su trabajo. Chacel aprovechó así la última ola de un mar que nunca la notó en su orilla siquiera como bañista.

Encabezo este texto con la palabra humillación porque eso es lo que entiendo que debió experimentar a lo largo de su vida y entre sus coetáneos, y que Caballé pone con suma elegancia sobre la mesa. No por nada, a finales de los años sesenta, el discípulo más aventajado de Ortega, Julián Marías, le escribiría primero a Guillermo de Torre y luego al librero y editor López Llausàs en estos términos sobre la vallisoletana: «Algún día va a parecer vergonzosa la desatención que está sufriendo [Rosa Chacel], comparada con la acogida de tantos mediocres».

Portada de 'Íntima Atlántida. Vida de rosa Chacel', de Anna CAballé.

Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel (1898-1994)

Anna Caballé
Taurus, 2025
568 páginas
24,90 euros

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