Montero incumplió tres requisitos
Según ella, la declaración que hizo se entendió en su “literalidad”, como si hubiera sido posible un sentido figurado alternativo


No hay manera. Nadie rectifica bien en la política.
Para reconocer un error con sinceridad hacen falta estos cuatro requisitos, según explicábamos aquí tras el caso Rubiales: 1. Nombrar los hechos concretos cometidos (sin deformarlos). 2. No poner el error en duda (sin subjuntivos ni oraciones condicionales). 3. Evitar eufemismos. 4. No derivar la culpa hacia otros (porque no hayan entendido bien, por ejemplo).
La vicepresidenta María Jesús Montero incurrió en la barbaridad de cuestionar la presunción de inocencia cuando se trata de delitos sexuales, y se tomó tres días para rectificar su doctrina. Pero lo hizo con subterfugios.
El 29 de marzo había teorizado: “Qué vergüenza que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes valientes que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos”.
Y el 1 de abril dijo: “Si de la literalidad de la expresión que utilicé se puede concluir que yo he puesto en cuestión ni más ni menos que la presunción de inocencia (…), pues evidentemente la retiro y pido disculpas por esa expresión”. (…) “Quiero ir al fondo del asunto, que me importa mucho más que la manera en que la expresé, a ver si la expreso ahora de una forma más clara, que se pueda entender mejor. (…) Desde mi punto de vista, la presunción de inocencia no puede ser incompatible con la credibilidad y con la fiabilidad del testimonio de las víctimas”.
En mi opinión, Montero incumplió tres de los cuatro requisitos (le faltó añadir algún eufemismo).
1. No reconoce los hechos, sino que los deforma. Según ella, su declaración se entendió en su “literalidad”, como si hubiera sido posible un sentido figurado alternativo. Si decimos “todo el mundo sabe que Madrid es la capital de España”, hablamos en sentido figurado, pues sabemos que no todo el mundo lo sabe (por ejemplo, los bebés). Pero aquí no cabía otra interpretación. Montero debería haber asumido la literalidad inconfundible de su mensaje.
2. Pone el error en duda, al comenzar con una oración condicional. Por tanto, no da por indubitado lo que ella hizo, sino que lo remite a una posibilidad.
3. No hay eufemismos en esa segunda declaración. Por ese lado, muy bien.
4. Deriva la culpa a la mala comprensión de los receptores, y se remite en todo momento a la expresión, no al fondo. Dice: “A ver si lo expreso de una manera más clara que se pueda entender mejor”, Pero no se trataba de decir lo mismo de otra forma, sino de decir lo contrario.
Cuestión aparte es el aserto final: “La presunción de inocencia no puede ser incompatible con la credibilidad y con la fiabilidad del testimonio de las víctimas”. Esta formulación teórica muestra que en realidad sigue pensando lo que dijo en un primer momento, porque lo vuelve a decir. La presunción de inocencia sí es incompatible con acusaciones creíbles y fiables… pero no demostradas, y por tanto ha de ponerse por encima de ellas. La verdad moral de cada uno no es la verdad judicial. Lo verosímil no es siempre lo veraz. Y si concurren la ausencia de pruebas en la acusación y la ausencia de pruebas en la versión del acusado, lo que se somete a juicio es la primera de ellas, no la segunda, según establece la jurisprudencia española (sentencia del Supremo 1029/1997).
Todos cometemos errores, en eso no nos distinguimos los seres humanos unos de otros. Lo que sí nos diferencia es la forma en que cada cual los gestiona después. Unos pocos, con humildad. Otros muchos, con soberbia.
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