Leonardo Padura: “En Cuba es muy difícil ser un decente absoluto”
El escritor cubano publica ‘Personas decentes’, una novela de crímenes que se desarrolla durante el espejismo aperturista que provocaron las visitas a Cuba de Obama y los Rolling Stones
El sueño de apertura que supuso la visita de Barack Obama a Cuba, la llegada de los Rolling Stones a la isla y hasta un desfile de Chanel son el telón de fondo irresistible del nuevo libro de Leonardo Padura, que pone a su personaje, Mario Conde, a resolver viejos y nuevos crímenes en Personas decentes (Tusquets). El autor cubano nacido en 1955, premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, charla en Madrid sobre la decencia, la intensa conexión emocional de su país con EE UU a pesar de las sanciones y la nula huella cultural que dejó Rusia. Considera que es su novela más habanera y más policial. Por lo menos, la que más muertos tiene.
Pregunta. ¿Qué es la decencia?
Respuesta. Una actitud que cada vez existe menos en el mundo. Las personas decentes son personas de bien, que tienen una ética y que cumplen en momentos a veces muy difíciles. La decencia abarca la relación que tienes con tus semejantes y que parte de respetar el derecho de los otros para que los otros respeten tu derecho a hacer las cosas como crees que están bien hechas. Esa capacidad de ser decente fue muy importante en Cuba hasta los años cincuenta. Después muchas cosas han cambiado.
P. ¿Es posible la decencia en Cuba?
R. En la realidad cubana es muy difícil ser un decente absoluto porque de alguna manera tienes que participar en actividades que son oficialmente ilegales para sobrevivir. Tienes que comprar cosas en el mercado negro, resolver determinadas gestiones poniendo un billete debajo de un papel... y eso no quita que tengas un comportamiento ético. El personaje de Mario Conde siempre ha sido un hombre decente, yo necesitaba la decencia del personaje para que cuando él juzgara a los indecentes llevara un blindaje, una protección desde su propia capacidad para juzgar.
P. Decente no significa legal, entonces.
R. No siempre coinciden. La legalidad tiene que ver con la justicia, pero no siempre es justa. La decencia debería ser sinónimo de legalidad, pero hay algo más importante que todo y es la supervivencia.
Padura ha situado su novela en dos momentos históricos que conecta mediante crímenes que se hilan también por dos fogonazos de ilusión: uno fue en 1909, tiempo de ensueños en el que se fija en la historia de un famoso proxeneta, y otro en 2016, con un Mario Conde un tanto crepuscular. En el primero, Cuba espera el cometa Halley. En el segundo, espera al cometa Obama. Ilusiones golpeadas por la realidad.
P. ¿Y cómo está Cuba hoy? ¿Ya no hay una ilusión como las de esos dos momentos?
R. Es muy interesante esa lectura porque las dos historias tienen conexiones conceptuales importantes. Hablamos de dos épocas con acontecimientos que pueden cambiar muchísimas cosas y en las que, al final, nada cambia. El llamado gatopardismo de Lampedusa: cambiarlo todo para que nada cambie. La actual Cuba está en una situación muy crítica.
“Muy crítica”, repite e insiste Padura, que narra con tristeza el desgaste, la falta de perspectivas, la ausencia de posibilidades y la necesidad urgente de reformas profundas que se han negado durante demasiados años y que ha dejado heridas tapadas con tiritas. “Cuba sigue sangrando, sangrando y ese sangrado ha provocado este desangramiento”, asegura. La cosecha de azúcar es la menor en un siglo. La inflación es brutal. Las colas para conseguir comida duran varios días. Describe también apagones, escasez de combustible y desesperación. Miles están huyendo a EEUU. “Los jóvenes están buscando un sueño que en Cuba no ven. En Cuba no tienen futuro y se van”.
Mientras hablamos en un hotel de Madrid este verano, llega un hombre y a Padura se le iluminan los ojos. Es un amigo que viaja con frecuencia a Cuba y que en ocasiones le ha llevado medicinas. Y libros, muchos libros. También hoy le alegra el día con algún favor inconmensurable de los que en nuestro mundo se arreglan con Amazon. La tristeza se atisba grande en el estancamiento de Cuba.
El escritor reflexiona: “En 2016, la mejor relación con EEUU y la apertura económica hicieron parecer que iban a cambiar muchas cosas. Hasta un tipo lúcido y pesimista como Mario Conde creía que iban a cambiar, pero al final no fue así. Vino Obama, vinieron los Rolling Stones, Rápido y Furioso, el desfile de Chanel, los negocios crecieron, la gente iba y venía a EEUU, surgieron proyectos… Y todo se desvaneció. Primero, porque el Gobierno cubano empezó a temer que se le fuera de las manos. Y después porque vino un señor que les hizo un gran favor que se llama Donald Trump. Obama no vino por ingenuidad política, sino por una visión diferente. Se dijo: si no hemos logrado cambiar las cosas en Cuba con la política de hostilidad, vamos a hacerlo con acercamiento”. Con Trump, se truncó.
P. Más allá de la relación política, ¿hay una buena relación sentimental hacia la cultura de EE UU, hacia lo occidental?
R. Cuba es un país muy occidental, muy central. La población aborigen desapareció prácticamente a los 20 o 30 años de la conquista por enfermedades, maltratos y todas las barbaridades que se cometieron. Culturalmente los indígenas cubanos nos dejaron diez palabras, una de ellas huracán, y poco más. Es una cultura muy grecolatina, muy hispánica y con una gran cercanía a EE UU por razones geográficas e históricas. Los norteamericanos muy pronto estuvieron interesados en Cuba y los cubanos muy pronto fueron a EE UU a hacer negocios y estudiar allí. Los jóvenes que fueron a estudiar a Nueva Inglaterra trajeron el béisbol a Cuba, que se convirtió en deporte nacional y uno de los catalizadores de toda la estructura cultural y espiritual del país, porque fue un punto de encuentro étnico entre cultura, deporte y espectáculo, ya que a los aristócratas blancos se les unieron pronto los mulatos y los negros. Los negros además eran los que tocaban música y en el siglo XIX el oficio de músico era de la gente de “color quebrado” y algunos tuvieron posiciones importantes en orquestas del mundo. Hay un personaje cubano del que alguna vez escribiré algo más que un reportaje, el Chano Pozo, un percusionista negro que era casi analfabeto, pero un genio de la música que llevó la percusión cubana al jazz norteamericano. Y a partir de esa fusión nace el latin jazz. El cine norteamericano también ha tenido gran influencia. En 1954 el país más famoso del mundo en EE UU era Cuba porque El viejo y el mar era la novela de más éxito. El ritmo de moda era el mambo de Dámaso Pérez Prado. Y el primer éxito de una serie de televisión fue I love Lucy, con el cubano Desi Arnaz. Toda esa relación tan creativa, armónica y productiva empezó a pervertirse porque la política de EE UU hacia Cuba y América Latina ha sido muy agresiva, muy de esperar a que la fruta madura caiga en sus manos. Pero la conexión cultural es muy fuerte.
Cuando a un joven le prohíbes algo, más lo desea, y al prohibirse esa música que se consideraba de penetración ideológica, nos hicimos más fanáticos.Leonardo Padura, escritor
P. ¿Más aún que con España?
R. Es distinta. La relación con España es casi una relación familiar, lo primero por la lengua. La presencia española en Cuba duró hasta hace 120 años. José Martí era hijo de una canaria y un valenciano. Muchos soldados españoles se quedaron a vivir en Cuba después de la guerra. Más la emigración gallega y asturiana… En el cementerio de La Habana uno de los monumentos más grandes es de los procedentes de Ortigueira y siempre decimos que el edificio más grande de Ortigueira es ese panteón en Cuba [ríe]. Es una relación de una densidad y una intensidad muy particulares. La de EE UU es más de admiración por esa fábrica de sueños que es EE UU. Ahora ocurre algo que cuenta Mario Conde: cuando a un joven le prohíbes algo, más lo desea, y al prohibirse esa música que se consideraba de penetración ideológica, nos hicimos más fanáticos. Fue una barrabasada, un disparate. Y toda nuestra iniciación con los Beatles, los Rolling, Creedence Clearwater Revival, Blood Sweat and Tears... sigue siendo una parte importante de nuestra educación sentimental y un acto de rebeldía. Y la literatura más influyente para nosotros fue la norteamericana. Muchos escritores, yo entre ellos, somos discípulos de eso.
P. ¿Cuáles son sus maestros?
R. Hemingway, Faulkner, Carson McCullers, Salinger, Updike, Dos Passos... Todos fueron publicados en Cuba. Para mí ha habido tres grandes sistemas literarios con los que tengo mayor relación: la novela policiaca norteamericana, pero también Sciascia, Vázquez Montalbán, Rubén Fonseca, de los que aprendí las estructuras y la estrategia. Otro es la novela norteamericana del siglo XX, donde te encuentras desde innovadores como Hemingway o Dos Passos hasta un autor desbordado como Faulkner que influyó en García Márquez y en el otro sistema, el tercero, que es el latinoamericano de la segunda mitad del XX. Ahí aprendí y sigo aprendiendo de Carpentier, Vargas Llosa, García Márquez, Fernando del Paso, Cortázar y mis contemporáneos. De los tres me he nutrido.
P. En la novela aparece también el universo soviético, con el que Cuba estaba políticamente tan unido. ¿Culturalmente ha dejado algo?
R. Culturalmente no dejó nada. La presencia soviética en Cuba estuvo muy presente: se pasaban dibujos animados soviéticos, polacos… en los cines las películas de la gran guerra patria, y muchos cubanos estudiaron allí. Nada de eso dejó huella en Cuba, ni cultural ni emocional. Dejó 20 rusas que se quedaron en Cuba y 60 niños con apellidos rusos, mulaticos. No dejó nada, ninguna huella cultural. La distancia cultural es absoluta.
P. ¿Cómo ve desde Cuba lo que está haciendo Putin en Ucrania?
R. Como algo muy lamentable que me encaja. Rusia es un país con pretensiones imperiales. Stalin logró lo que logró porque fue la reencarnación del zar y con métodos más dictatoriales que el zar. Y ahora Putin es la reencarnación de Stalin con métodos mucho más mezquinos y sibilinos aún. Y lo lamentable y contradictorio es que Cuba aún no lo ha condenado cuando nos podría ocurrir nosotros. Tuvimos dos intervenciones militares norteamericanas en Cuba. Por un mínimo sentido de solidaridad y empatía con los pequeños debería condenar esa invasión.
Putin es la reencarnación de Stalin con métodos mucho más mezquinos y sibilinos aún.Leonardo Padura, escritor
P. Volviendo a la novela: su villano, Quevedo, ha proscrito a los artistas, ha cercenado la libertad, pero luego se apropia de sus obras. ¿Existe Quevedo?
R. Viene de la realidad. Con él sintetizo a varios personajes que lideraron el proceso de represión cultural que ocurrió en Cuba en los setenta y que respondía a “los parámetros”. Si no cumplías ciertos parámetros quedabas marginado y tenían que ver con que fueras homosexual, tuvieras creencias religiosas o “problemas ideológicos”. Cualquier cosa que se considerara fuera de la ortodoxia de un hombre en una sociedad socialista. Decenas de escritores y artistas lo sufrieron. Algunos murieron en el ostracismo. Y muchos de los que medraron en ese universo cultural sacaron algún provecho.
P. ¿Ahora se puede crear libremente?
R. Mucho más. No creo que la creación totalmente libre exista en ninguna parte porque estamos atados a determinados contratos sociales que, por más que uno no esté de acuerdo, tiene que acatar porque vive en una sociedad. Solo alguno va contra todo, como Houellebecq. Pero siempre hay unos límites que yo veo más en la ética que en la política. Ahora existe otro límite, que es el de lo políticamente correcto.
P. ¿Cercena la creatividad?
R. Es terrible, cercena la creatividad en cualquier parte del mundo o la distribución de esa creatividad. Pero hay mucha más libertad de creación. En Cuba los setenta fueron el punto más bajo, en los 80 empezó la recuperación. Y desde los noventa la industria cultural cubana y los creadores se separaron porque no había recursos. En literatura no había papel para publicar y la gente empezó a publicar fuera y a romper la norma que obligaba a pasar por el Ministerio de Cultura para hacerlo. Esos espacios se fueron ganando. Hoy la gente es mucho más libre en su creación, aunque luego sufras censura o marginación. La serie sobre Mario Conde nunca se ha programado en Cuba.
P. ¿Pero ya no hay miedo?
R. Mucho menos. En los setenta era pavor. Uno siempre tiene algunos temores. Por ejemplo, leyendo mi novela, mi mujer me dijo que no me la iban a publicar en Cuba. En otro momento yo habría tenido mucho miedo, pero ya no.
Padura publica en Tusquets primero en España y después en Cuba en otras editoriales con tiradas de 3.000 o 4.000 ejemplares por razones económicas, cuenta. Se le nubla la vista cuando recuerda los problemas económicos en Cuba para publicar o comprar un libro, pero se emociona al recordar presentaciones con cientos de personas que le han arropado.
P. “El pasado nunca termina”, dice en su novela. ¿Qué le lleva a esta reflexión?
R. Yo tengo una relación importante con la historia desde siempre. Mi tesis fue sobre el Inca Garcilaso de la Vega, el primer escritor iberoamericano que existió, hijo de princesa incaica y de un conquistador español. Todo para mí como periodista y como escritor está en la búsqueda de los orígenes. Por eso la historia aparece siempre en mis novelas, porque sirve para entender el presente. También demuestra que somos incapaces de leerla y cometemos los mismos errores una y otra vez. Los gobiernos muchas veces esquilman el pasado y de él solo dejan lo que valida sus posiciones. Excluyen lo demás. Creo que mis libros intentan establecer una memoria.
P. ¿Así definiría su literatura?
R. Es un intento de escribir una crónica posible de la vida contemporánea cubana a través de la cual trato de explicarme qué pasa en Cuba. Utilizo el recurso genérico de la novela policial, histórica y filosófica. Pero no es ni literatura policial, ni histórica, ni filosófica. Yo soy un heterodoxo. Además, intento retarme en cada libro, hacer algo diferente y buscar otras alternativas que no haya usado. Y posiblemente no sea el más talentoso de mi generación, pero sin duda soy el más trabajador. Lo que he logrado ha sido por disciplina, esfuerzo, dedicación, por espíritu competitivo que traigo de mis años de jugador de béisbol y siempre con la idea que el libro que escribo sea el mejor libro que sea capaz de escribir. Que si no es mejor no sea por falta de esfuerzo, sino de talento.
P. ¿Esta es su novela más policial, más canónica?
R. Sí, es la más policial porque es la que más muertos tiene [ríe]. Yo suelo poner un muerto por novela y aquí tengo cinco o seis. Hay dos investigaciones. Por eso creo que es la más profundamente habanera y la más policial.
P. No diremos si Conde llega a ir al concierto de los Rolling, un plan que pespuntea toda la novela hasta el final. ¿Pero usted fue?
R. No. Por convicción no fui. Porque cuando de verdad quería verlos, no pude verlos y ahora es demasiado tarde. Pero recuerdo ese momento como efervescente, con grandes esperanzas de que las cosas pudieran cambiar. Por eso cuando vino Trump y regresó el discurso agresivo de la Guerra Fría, de que eres mi enemigo, que voy a acabar contigo, eres el hijo de puta… Fue el despertar de un sueño, el sueño que fue Obama.
Babelia
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