El barco de guerra nazi más feo protagoniza un intenso ‘thriller’ literario con trama en Canarias
El crucero de batalla ‘Gneisenau’ centra la nueva novela de Ildefonso Arenas, que plantea el desembarco de armas químicas de Hitler en las islas
Cuando se piensa en los barcos más famosos de la flota de alta mar de Hitler vienen a la cabeza generalmente sobre todo los grandes acorazados gemelos Bismarck, de cinematográfica caza, y Tirpitz, “la reina del norte”, tan temido en su cubil de los fiordos noruegos por Churchill. También el acorazado de bolsillo Graf Spee y su gotterdammerung o hundimiento en el Río de la Plata y, quizá, el valiente corsario transformista Atlantis del caballeroso capitán Rogge. Son relativamente pocos —y sobre todo los que han montado su maqueta en Airfix, Revell o Tamiya— los que añadirían el crucero de batalla Scharnhorst, y muchos menos los que citarían a su mellizo el Gneisenau, no por nada tenido como la hermana fea (al igual que los ingleses los alemanes utilizan el artículo femenino para los barcos) de la pareja, que ya eran considerados barcos feos los dos. Pues bien, al Gneisenau, un navío que es uno de sus favoritos, dedica su nueva novela, un intenso thriller que mezcla gozosamente géneros, el escritor Ildefonso Arenas (Madrid, 75 años), cuya debilidad por los barcos de guerra alemanes (y su conocimiento del tema) ya quedó evidente en El buque del diablo (Edhasa, 2018), sobre el esquivo crucero de la Primera Guerra Mundial Goeben.
En La hermana fea, el misterio del ‘Gneisenau’ (Edhasa, 2022), Arenas junta novela histórica, de aventuras, bélica y policiaca, thriller científico a lo Michael Crichton y hasta thriller judicial estilo John Grisham en una historia que arranca en la Gran Guerra, continúa en los años treinta y cuarenta y culmina en 2005, y en la que se especula con que el Gneisenau desembarcara secretamente armas químicas y saboteadores nazis del batallón Brandenburg en las Canarias de cara a defender las islas de una posible invasión británica durante la Segunda Guerra Mundial. Esas armas —proyectiles con un gas nervioso devastador, Trilón-210, miles de veces más potente que el sarín—, almacenadas en escondites por los alemanes, comienzan a provocar víctimas más de medio siglo después y una crisis turística en Maspalomas, Playa del Inglés y otros lugares turísticos. Una jueza, una inspectora de policía y una forense españolas investigan las muertes y siguen el rastro de un escurridizo agente nazi de sobrenombre Winnetou, sacando a la luz el pasado y una amenaza terrible para el presente.
La novela, en la que Arenas, autor de las notables Álava en Waterloo y Tercera Cruz de Caballero, logra equilibrar su saber enciclopédico con un tono narrativo ágil propio de un best seller y en la que resuenan ecos de Arturo Pérez-Reverte y Almudena Grandes, tiene muchas ramificaciones, entre ellas la vida y aventuras (el presidente mexicano Huerta le regaló su pistola de oro y visitó la isla de Pascua) del célebre jefe de espías alemán Wilhelm Canaris, jefe de la Abwehr y al que se hace artífice del plan canario (el nombre parecía predestinarlo); las redes de escape de nazis con la participación de Otto Skorzeny, el golpe de Estado contra Allende (el libro juega con la idea de que Pinochet usara el gas nazi de las islas) o una conexión inesperada con el 11-S…
“Invento muy poco”, afirma Ildefonso Arenas, que ha tenido el detalle de regalarle a su interlocutor una pequeña maqueta del Gneisenau ensamblada por él mismo. “El Gneisenau estuvo en las Canarias en julio de 1939, y luego hizo una segunda visita imprevista en marzo de 1941 cuando navegaba por el Atlántico con el Scharnhorst y puso proa a toda velocidad en solitario hasta llegar a las islas. Nadie sabe qué hizo, pero pasó por allí. En cuanto a los gases, todo lo que explico del potentísimo T-210 sintetizado por los nazis en 1938 es cierto”. Arenas señala que La hermana fea es “tres historias en una, la primera, con las aventuras de Canaris y la marina de guerra del Káiser, era indispensable para entender las otras dos. La operación nazi que narro en la segunda parte pudo o no existir, pero los ingredientes son verdaderos. La tercera, la parte actual, es la novela de intriga pura”.
El autor recalca que los alemanes contemplaron que los británicos atacaran las Canarias como represalia si ellos invadían Gibraltar con la aquiescencia de España. “Enviaron incluso a un capitán de navío para que analizara las defensas de las islas y quedaron espantados al ver lo poco que había, así que proporcionaron algunas baterías”. El gas (el legendario T-210) es en la novela el arma escogida para rechazar al enemigo. Del tono de superventas de parte del libro, dice riendo que “pretendía que se vendiera un poco más”. Admite que también quiso dar más atractivo a la historia haciendo que las protagonistas principales fueran mujeres —aparte de Canaris y el agente alemán, exoficial mutilado del Gneisenau—. La inspectora de policía es lesbiana y la jueza y la forense ambas bisexuales, lo que conforma un trío bastante insólito en los thrillers habituales. Arenas, cuya producción narrativa no carece de episodios eróticos (sus lectores recordarán la escena de Talleyrand y su sobrina en la bañera en Álava en Waterloo), narra con sorprendente soltura los encuentros amatorios de las tres mujeres. “La verdad, me costó más hacer que la jueza fuera también informática. El sexo entre ellas en parte lo he imaginado y en parte me he documentado como he podido. En todo caso, la psicología de los personajes es más complicada de describir que sus prácticas sexuales: hay un límite de posibilidades para lo que los seres humanos somos capaces de hacer en ese aspecto”.
El autor está de acuerdo en que La hermana fea daría para una serie. “Lo veo, sí, aunque la parte de la marina imperial y de los barcos de Hitler sería algo más compleja que la trama policiaca actual”. Como todas las novelas de Arenas, está muy documentada. “La he trabajado durante diez años, el origen fue un viaje a Noruega donde vi una de las torres de artillería del Gneisenau, convertida en batería costera tras desmontarla del barco y que se conserva como museo”. Era la denominada César, otra era la Bruno, y la tercera, apunta con un guiño, la Anton. “Esa saltó de su enclavamiento cuando una bomba fatal le acertó al crucero en puerto en Kiel”.
¿Era tan poco agraciado el Gneisenau, la Hässliche Schwester, la hermana fea? “Estaba mal armado, era poco marinero y difícil de operar”, señala Arenas. “De origen tenía una proa recta que hacía aún más tétrica y siniestra su silueta, con ella tomaba mal la mar, así que se la cambiaron por una estilizada proa lanzada tipo clíper, un arrufo (curvatura de la cubierta) muy marcado y una eslora siete metros más larga, todo eso mejoró algo lo poco marinero que había salido el barco, pero siguió navegando mal”. Dicho esto, “pese a ser el menos glamuroso y sexy de los barcos alemanes, tenía su especial belleza: a mí siempre me ha gustado el Gneisenau, desde su nombre, que era el del mariscal reformador del ejército prusiano, un personaje que me apasiona”. El novelista se declara fan de tres de los barcos que han llevado el nombre de Gneisenau: el que nos ocupa, su antecesor crucero de la Primera Guerra Mundial (que también aparece en La hermana fea) y el buque escuela que se hundió por una tormenta en Málaga siendo socorrido generosamente por los malagueños.
En su novela, con momentos muy emocionantes, Arenas dedica un hermoso pasaje a la navegación en el crucero de batalla, botado en 1936. Es como si hubiese estado a bordo del Gneisenau: “La proa se alzaba con insuperable majestad sobre la montaña marina, para dejarse caer con solemne pesadez, alzando a babor y estribor cientos de toneladas de agua tumultuosa que se desplomaban contra las torres proeles, barriendo las cubiertas hasta terminar en nubes pulverizadas que subían más arriba del telémetro principal. Dentro la gente se sujetaba como podía para no estrellarse contra los mamparos. Una experiencia de las que justificaban ser marino de guerra”. De La hermana fea no se sale sin aprender expresiones náuticas alemanas tan sonoras como “Auf Gefechtsstationen!” (¡zafarrancho de combate!).
Como el de muchos de los barcos de Hitler —que, como Napoleón, no sentía ningún cariño por la Marina—, “el final del Gneisenau fue triste”. En 1943, tras varios reveses de la Kriegsmarine, “el líder nazi decidió que a la mierda los barcos y lo dejaron pudrirse sacándole todo el material aprovechable”. En marzo de 1945, fue hundido lleno de cemento para bloquear la entrada del puerto de Gotenhafen (la polaca Gdynia). Posteriormente fue reflotado y desguazado, y así acabó de feamente la hermana fea...
Babelia
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