La nueva vida de una de las bibliotecas más bellas del mundo
El Real Gabinete Portugués de Lectura, una desconocida joya cultural fundada hace 185 años en Río, recibe nuevos visitantes gracias a su popularidad en Instagram y TikTok
Los lunes son el día grande en el Real Gabinete Portugués de Lectura, el gran santuario de la cultura portuguesa en Brasil. La entrada de visitantes a esta biblioteca de Río de Janeiro, una de las más bellas del mundo, era incesante el lunes 25 de julio, mientras el resto de las instituciones culturales cariocas cerraba por descanso semanal. La luz natural que entra por la claraboya ilumina tenuemente la sala de lectura y los lomos de cuero multicolor de los casi 400.000 libros antiguos que atesora. La espectacular biblioteca —la mayor de autores lusos fuera de Portugal— es lugar de estudio de académicos hace décadas, pero en los últimos tiempos sirve también de escenario para fotografías y selfis de una multitud que pulula por la regia sala principal.
El gabinete era una de las joyas culturales más desconocidas de Río hasta que Instagram y Tik Tok le han dado una nueva vida. Como explica el veterano coordinador de la institución, Orlando Inácio, “es efecto de las redes. Vienen, se fotografían, lo postean, otros lo ven y quieren venir también”. Un fenómeno que empezó a asomarse en los años gloriosos de los Juegos Olímpicos y del Mundial, cuando la revista Time la entronizó como la cuarta biblioteca más bella del mundo, y que en los últimos tiempos se ha multiplicado.
El desembarco del nuevo público crea a veces una difícil convivencia con el tradicional: especialistas en historia, literatura o cultura portuguesa. Un puñado de investigadores, atrincherados en pequeñas mesas, intentan concentrarse en la lectura entre el murmullo de turistas y cariocas listos para inmortalizar el momento con el móvil. Cualquiera puede llevarse libros prestados, pero lectores de a pie, hay pocos, según la bibliotecaria, Sylvia Franca, de 41 años.
Su historia es la de otras instituciones contemporáneas. Fue fundada por un grupo de unos 40 emigrantes portugueses hace 185 años en un Brasil que había alcanzado la independencia solo 15 años antes. “La crearon en 1837 para mejorar la cultura de la comunidad portuguesa porque la mayoría de los que venían no tenía educación. Solían llegar solos y después se traían a sus esposas e hijos. Aquel grupo también creó liceos literarios para enseñar a leer y a escribir, y casas de socorro para darles asistencia social”, explica en la sede del gabinete su presidente, Francisco Gomes da Costa, nacido en Portugal. Él mismo cruzó el Atlántico solo tras los pasos de un tío suyo; tenía 17 años.
Adolescentes con vestido playero y chanclas, parejas de mediana edad en pantalón corto y familias con carros de bebé se afanan en buscar un hueco despejado y adoptar su mejor pose frente a los estantes que resumen la literatura portuguesa de los últimos siglos, incluidos códices y manuscritos.
Guardados con todo mimo y seguridad, las joyas: una primera edición de Os Lusíadas, la gran epopeya de Luis de Camões, de 1572, comprada a la orden de los jesuitas; las Ordenãçoes de Dom Manuel, de 1521, o el manuscrito de Amor de Perdição, escrita por Camilo Castelo Branco en 1861.
Para la inmensa mayoría es su primera visita (y probablemente la última). Es el caso del turista francés Florent T., de 40 años, que confiesa: “Vi las fotos en Instagram. Precioso. Pero en directo es incluso más bonito”. Los extranjeros se mezclan con turistas brasileños. Otros vienen desde la misma Río de Janeiro, desde una de las barriadas más deprimidas. Tras descubrir el gabinete en un vídeo de TikTok, Lucas, un estudiante de 18 años, y sus amigas Kaylane y Maria Clara, han tomado un tren y un Uber para llegar desde Bangú.
La profesora Marceli Braga, de 41 años, también de Río, conocía la institución, pero no había tenido oportunidad de entrar en la majestuosa sede. Dice que ha tenido que aprovechar las vacaciones —”No veníamos porque no abre el fin de semana”, se queja—. El periodista Bruno Barreto, de 36 años, ha venido con su madre y el resto de la familia, para enseñarles el escenario donde ha situado la novela que está a punto de publicar. A chave (la llave) “es un viaje en el tiempo”, cuenta el autor.
La inesperada fama que la biblioteca ha cobrado viene a corregir, en cierta medida, la anomalía de que muchos cariocas nunca la hayan visitado ni sepan que en el centro histórico pueden visitar gratis un tesoro cultural y arquitectónico. Desde que en los tiempos del imperio la princesa Isabel la inauguró en 1887, allí se alza la actual sede. “Ya entonces albergaba 50.000 libros”, apunta el presidente.
No son pocos los que, engañados por la imponente fachada inspirada en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa, creen que es una iglesia y se santiguan ante la escalinata de entrada.
El calor húmedo y pegajoso de Río y los incendios ya eran una preocupación de los patronos originales. Por eso escogieron unos materiales que otorgan personalidad propia a la sala de lectura, de un ornamentado estilo neomanuelino y aspecto de atrio. La estructura es toda de hierro; y los estantes, de madera de jacaranda. El pavoroso incendio que en 2018 convirtió en cenizas la valiosa colección del Museo Nacional — la institución científica más antigua de Brasil— causa pesadillas a cualquier gestor cultural. Aquel también era menos visitado de lo que los lamentos tras su destrucción podían hacer creer. Durante su último año en funcionamiento, recibió menos visitantes que la cifra de brasileños que pasó por el museo parisiense del Louvre.
Gracias a las donaciones y a las compras de estos casi dos siglos, el Real Gabinete Portugués de lectura alberga entre 350.000 y 400.000 volúmenes. “Tenemos que seleccionar mucho”, dice el presidente. Ahora catalogan el legado de Marcelo Caetano, el primer ministro derrocado por la Revolución de los Claveles en 1974, que huyó a Brasil, entonces una dictadura.
Por cierto, Portugal puede presumir también de una de las librerías más bellas del mundo, Livraria Lello, en Oporto. Pero como potencia colonizadora mantuvo a sus súbditos durante siglos en la más absoluta ignorancia. Desde la llegada de Pedro Alvares de Cabral, en 1500, hasta el desembarco en 1808 de la familia real de Portugal, que huía de las tropas del Napoleón, libros e imprentas estuvieron prohibidos. Solo entraban de contrabando. Uno de los efectos de aquel régimen es que Brasil inauguró su primera universidad avanzado el siglo XX.
El Gabinete de Lectura es también singular porque es desde hace un siglo depósito legal de Portugal, privilegio que hasta recientemente compartía con la antigua colonia de Macao. Hasta aquí llega cada año un cargamento con una copia de cada libro publicado en la antigua metrópoli. “Son unas 10 toneladas que vienen en barco”, cuenta Da Costa. En unos modernos estantes ubicados en los edificios anexos a la sede original, las versiones portuguesas de libros de Thomas Piketty y Henry Kissinger se hacen compañía.
Ni Portugal ni Brasil subvencionan la bella biblioteca. Paga sus facturas con las ganancias que genera su patrimonio inmobiliario. “No tenemos muchos inmuebles, pero son buenos. Aunque el centro ahora está mal, se recuperará”, dice Da Costa, que fue director ejecutivo del Banco de Santander. Gracias a las oficinas y el comercio, el centro histórico de Río está en efervescencia entre semana, pero casi desierto sábados y domingos. Entonces solo circulan las personas sin hogar. Por eso la biblioteca más bella de Brasil solo abre cuando las tiendas, de lunes a viernes.
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