Hechizo en la librería de Harry Potter
Ruta por Oporto, ciudad en la que vivió la autora británica J. K. Rowling. Del Café Majestic a la Fundación Serralves
Bajo de A Coruña a Oporto, la primera ciudad “extranjera” que conocí de niño. Los días son tan luminosos que las fachadas de la Ribeira parecen haber sido recientemente pintadas. Rojos sobre todo, pero también amarillos y azules intensos. Otras lucen azulejos que les dan más singularidad. Terrazas, tabernas, buenos restaurantes con festines marinos, y las ropas tendidas como velas al viento. El río Duero bajo los puentes. El de Luis I (1886), por encima del muelle, todo de hierro y de dos pisos. El de María Pía (1877) o el de São João (1991), más reciente, fino, etéreo. En el de María Pía, Seyrig interpretó a Eiffel: un sueño largo, un tiovivo, un funambulismo seguro. Unos pilares junto al de Luis I nos recuerdan que allí estuvo otro anterior a todos estos, el puente Pênsil, que en 1841 sustituyó al puente de las Barcas.
Desde los muelles, desde el Postigo do Carvão, la única puerta monumental que se conserva de las 18 que tenía la muralla Fernandina (siglo XIV), observo el funicular dos Guindais, que sube hasta la Rua Augusto Rosa, es decir, va desde el muelle de la Ribeira hasta el barrio de Batalha. Oporto es dura de caminar, tiene cuestas por doquier. Ahora todo lo revisito. La Casa do Infante, donde supuestamente vino al mundo don Enrique el Navegante, y hoy es Archivo Histórico Municipal después de Casa de la Moneda o Aduana; el Mercado Ferreira Borges; el Palacio de la Bolsa; las iglesias de San Francisco y la de San Nicolás, una barroca y la otra de azulejos azules. Aparte de las vistas que se contemplan desde la plaza de la catedral, lo más interesante para mí de esta fortaleza medieval es el claustro de azulejería. En la plaza de la Libertad me entristece ver el antiguo Café Imperial convertido en un McDonald’s. Sin embargo, el Café Majestic resiste, apenas hay sitio para sentarse. Pocas veces he visto tantas mesas colocadas por metro cuadrado. Mejor esto que la comida basura. En la estación de San Bento me encuentro como en casa. Está igual que siempre. Paseo por ella como si lo hiciera, en viajes anteriores, con familiares que ya tomaron el tren sin retorno. Muy cerca entro en la Capilla de las Almas, un pequeño templo, también con fachada de azulejos que reproducen las vidas de san Francisco de Asís y santa Catalina. La Torre de los Clérigos es otro faro de la ciudad. Me sirve a mí de referencia, pero también lo era para los barcos que navegaban por el Duero.
En la plaza de Gomes Teixeira está la Universidad, la iglesia del Carmen, la librería Lello e Irmão y la Casa Oriental. A los dependientes de la librería, desbordados por los visitantes que no por los compradores de libros, les animo a que cobren la entrada. Harry Potter no les ha hecho nada bien (su autora, J. K. Rowling, vivió en la ciudad como profesora de inglés, y los turistas visitan la librería neogótica, de 1906, como uno de los lugares que inspiraron la estética de la saga juvenil). A este paso, las multitudes la derrumbarán. Ellos ponen cara de circunstancias. Me detengo tiempo viendo libros y seleccionando algunos para llevarme, pero la ola de gente me impide pararme todo el tiempo que quisiera. La escalera de madera labrada tiembla ante tanta masa como si estuviera poseída por la carcoma. ¡Ah!, qué maravilla cuando sólo estábamos los lectores. Hoy todo es espectáculo sin respeto. En la Casa Oriental, no sé cuánto tiempo durará aún, huelo el bacalao seco, las especias, el café y el chocolate que me gustaría tomar.
El libro más triste
El vecino jardín de João Chagas está dedicado a algunos poetas portugueses como, por ejemplo, Antonio Nobre, autor de So, para Pessoa el libro más triste de la literatura portuguesa, o no sé si incluso universal. Hay también varias esculturas de Jacobo Muñoz entre los plátanos centenarios. El jardín está flanqueado por tres grandes edificios. El Palacio de Justicia, de aires neorromanos; el Hospital de San Antonio, del siglo XVIII, y la antigua Cadeia da Relação (el tribunal de justicia y prisión), que hoy es el Centro Portugués de la Fotografía. El proyecto de rehabilitación fue preparado por los arquitectos Eduardo Soto Moura y Humberto Vieira. Aquí estuvieron presos Camilo Castelo Branco y Ana Plácido. Ambos estaban acusados de adulterio. Delante de lo que fue cárcel y ahora centro cultural se levanta una gran estatua del escritor portugués.
El Museo Nacional Soares dos Reis, un edificio del XVIII, contiene obras de arte muy interesantes. Un autorretrato de Aurelia de Souza (1866-1922) en rojo y azul y la escultura tremendamente inquietante de Antonio Teixeira Lopes Infancia de Caín. Muchos otros museos tiene Oporto, todos magníficos, pero el del tranvía es para mí siempre de visita obligada. Pura nostalgia, pura melancolía. ¡Cuántas vidas fueron en ellos de un lugar a otro! Ahora están vacíos, totalmente vacíos y abandonados ante nuestras miradas solitarias.
La Casa de la Música y la Fundación Serralves son dos edificios ejemplares de la arquitectura del siglo XXI. El primero, del arquitecto holandés Rem Koolhaas, un cubo muy aéreo y, a pesar del hormigón, muy transparente El segundo, del arquitecto portuense Álvaro Siza. Edificio de líneas rectas y muros blancos, con distintos desniveles y grandes ventanales que dan una iluminación rica. El museo tiene una magnífica colección de arte contemporáneo. Coincido con una exposición muy interesante para mí sobre los libros imposibles de los artistas. Libros de diversos materiales, no sólo en papel, sin escrituras o con escrituras ilegibles, pero, sobre todo, pintados en rojo, azul, verde, blanco.
La casa art déco, que está a pocos metros de distancia, es impresionante, al igual que los jardines. Pocas veces había entrado en un espacio así (en mis anteriores viajes estaba cerrada) y la sensación es grandiosa. El aire, el espacio y la luz como fuentes de vida. Además, se conservan también muebles de época, de los años veinte del pasado siglo. Las vistas desde los pasillos, escaleras y balcones interiores son tan majestuosas que no la hacen depender de esas otras vistas hacia el jardín exterior, tan inmenso y tan plácido. Vista interior intensa, vista exterior desmesurada. Un lugar extraordinario, sorprendente. No creo que en Europa (asolada por las guerras civiles) existan otras muchas muestras así. Jacques Émile Ruhlmann diseñó una obra perfecta que el tiempo ha engrandecido.
No puedo irme de Oporto sin visitar la tumba de Camilo Castelo Branco en el Prado do Repouso o Prado Longo, junto a la iglesia da Lapa, de aire masón, con un altar salomónico. La tumba es un pequeño nicho en lo más alto. Demasiado para un suicida en un cementerio católico. Solo pone su nombre. Hay una rama de laurel en bronce con motivo de uno de los centenarios. El cementerio es pequeño, como de pueblo, repleto de panteones. Los ataúdes no están tapados, sino a la vista, se exhiben como la última instalación de arte moderno de la que formaremos parte en la vida. Entre tanta muerte, recuerdo a la muchacha que acabo de ver paseando a sus dálmatas por la Rua dos Carmelitas. Me sonrió, y esa sonrisa vale por todos estos muertos, incluido Camilo; a él también le hubiera gustado este gesto de vida. “Como el lirio entre los cardos, / así mi amada entre las mozas”, dice El cantar de los cantares. Libro más santo, imposible.
De regreso a A Coruña me desvío en Vila Nova de Famalicão para de allí ir a São Miguel de Seide, un pequeño pueblo donde está la casa que habitó Camilo con Ana. La levantó Pinheiro Alves, el esposo de Ana, en el año 1830, con el dinero ahorrado en Brasil. En el invierno de 1863 se instaló allí el novelista tras la muerte del antiguo propietario, producida, en parte, por el disgusto que le había causado la absolución de los adúlteros. Desde esa fecha vivió allí el novelista con su familia hasta el 1 de junio de 1890, cuando se pegó un tiro. Una casa donde escribió gran parte de su obra, pero también donde vivió muchas desgracias. La muerte de su hijastro, con quien estaba muy unido; la locura de Jorge y las ruinas económicas de Nuno, ambos nacidos de la relación con Ana. Pero quizá lo peor de todo fue que aquella pasión amorosa, contra todos y contra todo, naufragó con los años de convivencia. Ana también era escritora, y sus celos eran producto de las reiteradas infidelidades, pero también intelectuales. Las fotos, ambos ya mayores, reflejan ese amor transformado casi en odio y desesperación. La casa del autor de Amor de perdición ardió en 1915 y varios años después fue reconstruida. En ella están las estancias habituales, las habitaciones, los salones, el gran despacho donde trabajaba y las estanterías con libros, sobre todo de autores franceses. Su dormitorio era muy austero, aún se conservan sombreros y bastones suyos. En la mecedora fue donde se pegó el tiro. Apenas veía y acababa de ser visitado por el médico amigo. La agonía le duró varias horas. Durante años escribió de pie. Camilo buscó el amor por doquier, frenéticamente, pero no fue feliz, como la mayor parte de los protagonistas de sus novelas. Onde está a felicidade? es el título de una de sus obras. ¿Quién lo sabe? Esta casa rezuma tristeza y dramatismo. La gloria a veces es una pesada carga.
Paso por Ponte de Lima, el río del olvido, y allí me incorporo a la legión de Decio Junio Bruto.
» César Antonio Molina, exministro de Cultura, dirige La Casa del Lector.
Guía
Visitas
Información
» Fundación Serralves (www.serralves.pt). Rua João de Castro, 210
» Museu Soares dos Reis (www.museusoaresdosreis.pt). Rua D. Manuel II.
» Centro Portugués de Fotografía (www.cpf.pt). Largo Amor de Perdição.
» Librería Lello e Irmão. Rua das Carmelitas, 144.
» Casa da Música (www.casadamusica.com). Avenida da Boavista, 604-610.
» Oficina de turismo de Oporto (www.visitporto.travel).
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