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“Papá, mamá, quiero un libro de astronautas”

Amaya García y Alberto Mínguez han escrito ‘Doce Soles I: Encélado’, la novela juvenil de aventuras espaciales con rigor científico que no encontraban para sus hijos

Los escritores Amaya García y Alberto Mínguez.
Los escritores Amaya García y Alberto Mínguez.Paco Puentes

Cuando la hija mayor de Amaya García (Barcelona, 34 años) y Alberto Mínguez (Sevilla, 43 años), de nueve años, pidió a sus padres que le leyeran una novela de astronautas, estos no dieron con historias de esa temática protagonizadas por niños y adecuadas para ese mismo público. Hallaron textos educativos que explicaban a los más jóvenes conceptos como el sistema solar y libros de ciencia ficción más adultos, como El Marciano de Andy Weir y Contacto de Karl Sagan. Sus hijos disfrutaron de estos relatos, pero no era exactamente lo que querían. Así fue como a los padres se les encendió la bombilla: serían ellos los que escribirían una novela de astronautas con un grupo de niños como los personajes principales. El resultado fue Doce soles: I Encélado (Edebé), la primera entrega de una trilogía que es, en esencia, un proyecto de familia.

Tanto García como Mínguez son novelistas primerizos, pero ella, que estudió danza contemporánea y humanidades en la Universidad Carlos III y se doctoró en Historia de la Ciencia por la Autónoma de Barcelona, proviene de un entorno en el que se cultivaban las letras. “Mi padre era escritor y mi madre correctora de estilo, así que yo escribí mucho de pequeña. Cuando me largué de casa con 18 años hubo un divorcio respecto a la escritura, pero trabajando en la tesis me di cuenta de que sentía un tirón hacia este mundo que no podía pasar por alto”, explica por videollamada. Por otro lado, Mínguez es catedrático de Álgebra y Teoría de números en la Universidad de Viena, así como editor de la revista Monatshefte. Con su alto nivel de formación y respectivos conocimientos, la pareja ha conseguido dar forma a un relato en el que el rigor científico aspira a estar a la altura de la diversión.

Para lograr sus objetivos respecto al rumbo de la historia, ambos tuvieron que acostumbrarse a ceder. “Cuando empezamos, la idea era que Amaya se encargara de escribir y yo de la ciencia, pero poco a poco empezamos a discutirlo todo. En mi mundo se trabaja en equipo y se hace con colaboraciones en las que uno sabe más de una cosa y los demás de otra. Pero te pones a hablar y, hablando, surgen cosas nuevas que ni yo sé hacer ni el otro sabe hacer”, relata Mínguez. Para una mente creativa como la de García, atenerse a un minucioso realismo respecto a la ciencia puede llegar a ser cargante, pero considera que han conseguido que funcione en una historia para niños. “El primer libro sucede al 100% en el espacio, en un marco narrativo muy claustrofóbico para mí, para el lector y los protagonistas. Sin embargo, salió muy natural encontrar esa diversión, porque el espacio es fascinante. En la nave espacial no tendremos fantasmas ni cuadros que hablan, pero rápidamente encontramos otras cosas”, comenta.

En la novela, los distintos tipos de gravedad, la tecnología de impresión 3D y la inteligencia artificial son algunos de los elementos con los que los autores juegan para hacer del relato algo sumamente entretenido. Todo ello se comprueba a través de la narración de su protagonista, Sol Sierra, una niña que queda atrapada junto a 11 chicos de su edad en un transbordador espacial que, para el terror y desconcierto de todos, despega antes de tiempo. A diferencia de sus compañeros, provenientes de países varios, la chica no dispone de tantos conocimientos y formación en cuanto al espacio. Sin embargo, sí cuenta con una mirada curiosa que sirve para acercar a los jóvenes lectores a una serie de conceptos con los que, al igual que Sol, seguramente no estén muy familiarizados.

Imagen de Encélado, la luna de Saturno que da nombre a la primera novela, tomada por la sonda Cassini.
Imagen de Encélado, la luna de Saturno que da nombre a la primera novela, tomada por la sonda Cassini. NASA

Tal y como explica Mínguez, despertar en los niños esa curiosidad por la ciencia y el espacio ha sido también otra de las metas a alcanzar para la pareja de autores. “Cuando era joven, veía a Indiana Jones y quería ser arqueólogo. Y cuando lees una ficción histórica, te dan ganas de aprender más. Queríamos provocar el mismo efecto con nuestra novela”, comenta el profesor. Por otro lado, ambos convinieron que lo mejor para su obra era evitar ciertos tropos y clichés reincidentes en la literatura infantil y juvenil. Para García, uno de los más cansinos es el del “villano malísimo y la lucha del bien contra el mal”, que muchas veces se quedan en un marco “maniqueo y falto de matices”. Mínguez añade que se subestima la capacidad lectora de los más pequeños. “La mayoría de novelas escritas para niños de 12 años suelen tener capítulos de tres páginas con letra grande y dibujos. La impresión que me da es que los niños están preparados para más, aunque no hay mucha oferta”, argumenta.

Pero la prueba de fuego para determinar si los padres han alcanzado sus objetivos la ponen los lectores más importantes: sus hijos. Afortunadamente, para los tres pequeños de la casa de García y Mínguez, de nueve, siete y seis años, el primer tomo de la trilogía ha sido todo lo que querían y más. Mínguez describe bien el panorama en su hogar: “El mediano ha hecho toda una colección de construcciones de Lego con cosas que aparecen en nuestra historia. La casa está llena de dibujos de Doce Soles”. Tanto les ha gustado que, tal y como cuenta García, el devenir del argumento se ha vuelto un tira y afloja con ellos. “En algún punto dramático del segundo libro se han quejado diciendo ‘Papá, mamá, no nos hagáis esto, no estamos de acuerdo’. Tenemos que negociar con ellos para que entiendan que no todo puede ser fácil y bonito”, explica. A pesar de las reticencias, de vez en cuando, los niños se salen con la suya y escuchan salir de la boca de sus padres un “vale, te escucho”.

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