El cine del Sahel lucha por que se escuche su voz
Los estrenos de ‘Mali Twist’ y ‘Lingui’ subrayan la vigencia de las historias africanas de una zona que sufre un descenso creativo cinematográfico por el yihadismo y la crisis económica
Durante décadas, el Sahel era una franja de terreno fronteriza en África, un espacio que separaba el Magreb y el Sáhara de la sabana y la selva del sur, y en la que algunas civilizaciones se beneficiaron del comercio que atravesaba sus terrenos, pero que no poseía su propia voz. En la cultura pasaba lo mismo, estaba en medio de cinematografías tan potentes como la egipcia y la nigeriana y su famoso Nollywood. Solo algunos creadores de Mauritania, Burkina Faso (donde se celebra uno de los grandes festivales del continente, el Fespaco, cofundado en 1969 por el director Ousmane Sembène, el considerado padre del cine africano) y de Senegal han dado testimonio de una región que ahora sufre las oleadas de la violencia yihadista y de la crisis económica provocada por la sequía. En España han coincidido los estrenos en salas de Mali Twist, del francés Robert Guédiguian, y de Lingui. Lazos sagrados, del chadiano Mahamat-Saleh Haroun, como perfectos ejemplos de películas que intentan narrar historias que el resto del mundo no está acostumbrado a ver en la pantalla.
Para Mane Cisneros, directora del Festival de Cine Africano Tarifa-Tánger, “no se puede hablar como tal de un cine del Sahel, porque son países unidos por la geografía, que tal vez solo tienen en común los años del cine calabaza [películas filmadas en los pueblos rurales de África y, generalmente, mediocres], porque contaban historias que iban más allá de las fronteras”. Cisneros destaca como el más interesante al mauritano Abderrahmane Sissako.
Mahamat-Saleh Haroun no es un cualquiera en el mundo del cine (Yamena, 61 años). Durante años ha sido uno de los pocos directores africanos que ha logrado que sus películas se vieran en festivales y salas comerciales europeas, como Estación seca (2006) o Un hombre que grita (2010). Vive a caballo entre París y Chad, y en 2017 aceptó ser ministro de Cultura, Desarrollo Turístico y Artesanía. Solo estuvo un año. “Soy el único cineasta chadiano conocido. Sentí la responsabilidad de cuidar de los míos, de los artistas, de la cultura. Entré con una idea noble de la política y me encontré con todo lo opuesto. Dimití, efectivamente, al año”, contaba la semana pasada por videollamada.
En Lingui. Lazos sagrados, Haroun habla del aborto clandestino a través de la historia de una madre soltera y su hija de 15 años que se queda embarazada. Y lo que surge no es una sororidad nacida de una conciencia femenina abstracta, sino del sufrimiento que acarrea el día a día. “He tardado mucho tiempo en escribir un guion con protagonistas femeninas”, explica Haroun, “porque hasta hace poco mi cine se centraba en la guerra civil que sufre mi país. Y quieras que no, la guerra es culpa de los hombres, no de las mujeres. Sigo sin abandonar el retrato de la violencia, que asuela mi nación, aunque esta vez sea la que infligen los hombres a las mujeres”.
Pocas cosas unen tanto a los países del Sahel, apunta el cineasta, como el gobierno de la sociedad patriarcal, “caracterizada por el eterno dominio del hombre sobre la mujer”. En realidad, desarrolla Haroun, “parece imponerse en todo el mundo, vivimos una regresión de los derechos sociales. Fíjate en la sentencia del Tribunal Supremo estadounidense sobre el aborto. Todo gira alrededor de la religión, sea cual sea, y del dominio del cuerpo femenino. En el Chad si las mujeres quieren tener algo que decir, están abocadas a una sororidad pragmática”.
“Europa nos considera un continente inferior, sin nada cultural que ofrecer, porque entramos en su esquema de naciones subdesarrolladas” (Mahamat-Saleh Haroun)
Haroun odia la etiqueta cine africano. “Es que me parece un cajón de sastre para la obra de un continente demasiado diverso”, dice. “Y a Europa le cuesta ver cine de este continente. Personalmente, no quiero ir de víctima, porque a mí me ha ido bien. Pero Europa nos considera un continente inferior, sin nada cultural que ofrecer, porque entramos en su esquema de naciones subdesarrolladas”. ¿Y tienen que ser creadores del continente quienes cuenten sus historias? La pregunta es pertinente porque el otro gran estreno que trae a España una historia del Sahel es Mali Twist, que se desarrolla en los años sesenta, en un Malí recién independizado, revolucionario y socialista, donde los jóvenes de su capital, Bamako, bailan el rock y visten a la última, una alegría de vivir que retrató en aquella explosión de gozo el fotógrafo Malick Sidibé.
Es un filme con actores malienses, que con el actual reinado del terror yihadista en este país se ha rodado en Senegal, dirigido por un francés, Robert Guédiguian. ”Las historias pertenecen a todo el mundo, sobre todo a quien dispone de los medios para recogerlas y plasmarlas. Occidente siempre ha mirado a África cuando le faltan recursos imaginativos. Cada vez veremos más historias africanas contadas por europeos porque son cuentos extraordinarios. Lo importante es que alguien las cuente mientras nosotros no tengamos medios para hacerlo”, reflexiona el chadiano. “Hay que asumirlo, no quiero amargarme. Si se muestra África tal y como es, sin clichés, mejor. África es la matriz de la humanidad, y de ella ha nacido inspiración para todos”.
Cisneros no está tan de acuerdo con ese mensaje de Haroun: “Su voz es elitista, con un mensaje enviado desde el exterior, y poco reconocida por las jóvenes generaciones. No es verdad que desde África no haya gente suficiente para contar sus historias. Dicho eso, cuesta muchísimo sacar adelante esos proyectos. El yihadismo y la sequía ha acabado con la riqueza creadora de Malí, que antes fue una industria muy fértil; y el cine de Burkina Faso está muy tocado: en ese país están produciendo cada vez más series al estilo Nollywood, que se venden muy bien en las teles”.
El mencionado Guédiguian, unos días antes y también en videollamada, explica su meticuloso cuidado por la verdad y la verosimilitud en Mali Twist. “He dirigido y producido la película. Sin embargo, el 90% del equipo es maliense o senegalés, país en el que rodamos. Sin ellos no habría podido hacerla”, desgrana. “Hemos contado juntos su historia, y espero que el mundo entero entienda que es una historia universal. Para que además los malienses la disfruten, la vamos a proyectar allí doblada al wólof y al bambara, las dos lenguas más habladas en el país tras el francés”.
Samba, el protagonista de Mali Twist, es un joven socialista que a veces cae en un dogmatismo político que le lleva a no disfrutar con plenitud de ese momento vital. “Pues sí, soy yo”, reconoce el francés (Marsella, 68 años). “El idealismo le lleva a creer sinceramente que puede cambiar el mundo”. En Malí fracasó el socialismo. “Bueno, durante ocho años fue un éxito hasta que se unieron diversos elementos en su contra. Entre ellos, que el país colonizador, Francia, se opuso a esa revolución”, ahonda el veterano cineasta. “Cuanto mayor es la utopía, más grande es la desilusión. ¿Sabes qué vende bien el capitalismo? La noción del divertimento. Las revoluciones socialistas mueren en parte por su excesiva seriedad. ¡Qué error! Porque no hay revolución sin alegría”.
Para Guédiguian, el Sahel es una zona marcada por una cadena de dominio externo: “Nunca han podido crecer por sí mismos. Del colonialismo al comunismo o al capitalismo. Y de ahí, el neocolonialismo. En realidad, nunca han sido independientes, y ahora navegan entre la compra de sus materias primas por parte de China, el nuevo dominador de la región, y el terrorismo yihadista. Curiosamente, el capitalismo local ha devenido en semifeudalismo por el impulso chino”.
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