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El inmenso país de los que huyeron con lo puesto

El mundo alcanza los 100 millones de refugiados y desplazados con África subsahariana como epicentro de conflictos y choques climáticos

Refugiados Africa
Una niña desplazada de su hogar camina en el asentamiento de Amma, en Chad, cerca del lago Chad, donde viven unas 25.000 personas.Andrew CABALLERO-REYNOLDS (2022 European Union)
José Naranjo

El agricultor Blama Koumbo huyó hace seis años y medio de las fértiles riberas del lago Chad para encontrar refugio en este secarral de Fourkoulom barrido por un viento caliente que apenas inmuta a los arbustos que salpican el paisaje. “Además de la tierra, me dedicaba al pequeño comercio y la pesca y tenía unos pocos animales. Pero lo perdí todo”, asegura con amargura. El grupo terrorista Boko Haram arrasó su pueblo y no tuvo más opciones. Unas 30.000 personas conviven en este asentamiento improvisado y aguardan cada mes la llegada de la ayuda humanitaria que les permita tirar un mes más. Una guerra que hace tiempo que no sale en los titulares, pero tan devastadora como cualquier otra, les obligó a huir. Desde el primer minuto sueñan con un regreso imposible.

Las tiendas de plástico y las casetas de barro y paja levantadas con la ayuda de los organismos internacionales se han convertido en el hogar de un millón de personas en Chad, gentes que escapan de conflictos e impactos climáticos como sequías e inundaciones tanto en el interior del país como en sus conflictivos vecinos. Al sur, la guerra de República Centroafricana; al este, el problema de Darfur sudanés; al oeste, el yihadismo de Boko Haram y Estado Islámico que sacude a Nigeria y Camerún. Y las cifras van en aumento. En el mundo hay ya 100 millones de personas que dejaron atrás sus casas forzadas por crisis similares, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), frente a los 82,4 millones del año pasado. Un enorme país en movimiento.

En Amma, junto al lago Chad, el profesor Atchoumgue Sagorzou se desgañita para meter en vereda a los más de 200 niños que cada día vienen a su clase. La financiación de la Agencia Humanitaria de la Unión Europea (ECHO) ha permitido levantar estas aulas en medio de la nada, pero las condiciones son duras. “A muchos apenas los conozco, me suenan sus caras, pero es imposible que me aprenda los nombres de todos”, asegura Sagorzou mientras un pequeño recita la lección en la pizarra, el único mueble de todo el aula. Afuera, a casi 50 grados de temperatura, pequeños menos afortunados hacen funcionar la bomba para extraer el agua del pozo y acarrean las garrafas hasta su cabaña de barro y paja. Este asentamiento acoge a unos 25.000 desplazados internos que huyeron de la violencia yihadista.

Bajo las palmeras de Kalambari, a una media hora de distancia de Yamena, la capital chadiana, los motivos son otros, pero el resultado es idéntico. En agosto pasado estalló un conflicto intercomunitario en la vecina Camerún, donde también golpea Boko Haram, entre pescadores y pastores que compiten por recursos cada vez más escasos y unas 60.000 personas huyeron en dos oleadas hasta Chad. La estación de lluvias se acerca y todos temen que fenómenos extremos vuelvan a hacer la vida imposible a estos refugiados climáticos. Miriam Oumarou tiene dos niñas, Hawa y Amne, y una alfombra sobre la que duermen todos. “Nuestra casa y nuestras pertenencias volaron como el humo”, insiste.

“Cien millones de refugiados y desplazados es una cifra asombrosa”, asegura Filippo Grandi, responsable de Acnur, quien ha hecho un llamamiento a una acción inmediata. Mientras la comunidad internacional se ha volcado para atender las necesidades de la población que huye de la guerra de Ucrania, los fondos necesarios para abordar la ayuda humanitaria de los conflictos en África decrecen. El pasado mes de octubre, las raciones alimentarias a la población desplazada en Chad se tuvieron que reducir a la mitad. “La respuesta internacional a las personas que huyen de la guerra en Ucrania ha sido abrumadoramente positiva”, asegura Grandi, “pero necesitamos una movilización similar para todas las crisis del mundo, aunque la ayuda humanitaria es un paliativo, no una cura y las únicas respuestas son la paz y la estabilidad”

Un desplazado está en la misma situación de vulnerabilidad que un refugiado, la única diferencia es que no ha cruzado ninguna frontera. Según el informe mundial del Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés), la cifra de desplazados en mundo alcanzó los 59,1 millones a finales de 2021 frente a los 55 millones del año anterior. Nunca hubo tantos y los conflictos de Etiopía, Afganistán, Siria, el Sahel o la República Democrática del Congo están en el origen de este récord. Todos ellos están amenazados ahora, además, por la subida de precios de los alimentos de primera necesidad como consecuencia del conflicto en Europa: las tasas de malnutrición infantil ya se están disparando.

“La situación actual es vertiginosamente peor, incluso de lo que sugiere este dato histórico, ya que no incluye a los casi ocho millones de personas que se han visto obligadas a huir de la guerra en Ucrania. Los dirigentes mundiales deben hacer un esfuerzo titánico para prevenir y resolver los conflictos y poner fin a esta escalada de sufrimiento humano”, sostiene Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para Refugiados. África subsahariana fue la región más afectada, con más de cinco millones de desplazamientos registrados solo en Etiopía, el dato más alto para un solo país.

“El desplazamiento prolongado jamás podrá resolverse si no se procuran unas condiciones sostenibles para que los desplazados internos puedan retornar a sus hogares, integrarse a escala local o reasentarse en otro lugar”, afirma Alexandra Bilak, directora del IDMC. “Para resolver los factores subyacentes que retienen a las personas desplazadas en ese limbo, se necesitan iniciativas de consolidación de la paz y de desarrollo”. Solo en Burkina Faso, país de unos 16 millones de habitantes, se alcanza ya la cifra de dos millones de desplazados internos.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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