Discurso de Marta Sanz en el homenaje a Grandes: ‘Almudena en su ciudad’
Con su sensible capacidad de observación y su dominio del oficio de escribir, la escritora habló sobre su ciudad desde la doble perspectiva del conocimiento casi científico y la curiosidad por comprender
“La calle Churruca, corta y estrecha, nace en la plaza de Barceló y va a morir, casi sin darse cuenta, en la calle Sagasta, al lado de la glorieta de Bilbao, que para mí siempre ha sido y será el verdadero centro de la ciudad”. Este párrafo, recogido en el prólogo Modelos de mujer (1996), marca el epicentro, el núcleo irradiador, de la narrativa de Almudena Grandes, una escritora para la que el tiempo y el espacio de la historia son fundamentales. Madrid, siempre en los renglones de Almudena y Almudena paseando, con los cinco sentidos despiertos, por las calles, glorietas, parques, plazas y paseos de un Madrid cuyos planos y topónimos se superponen en transparencia sobre las circunvoluciones -perfectas, precisas, metódicas- del mapa cerebral de Almudena Grandes. Impresionan el ensamblaje de las tramas y la construcción de una ciudad, que es muchísimas ciudades a la vez, sobre la que se definen los movimientos complejos y las inercias de los seres de ficción. Los vectores que marcan los trayectos, líneas que unen puntos distantes: arriba y abajo, dentro y fuera, ayer y hoy.
Grandes buscaba un sentido al laberinto, y la narración con sus indicadores de espacio y tiempo fue el recurso para encontrar el hilo y devanar una madeja de memoria profundamente conciliadora. Democrática. Desde los años treinta hasta el 27 de noviembre de 2021, fecha de su muerte, todas las ciudades de Madrid configuraron una cartografía habitada por voces plurales, una cartografía ordenada cronológicamente y a la vez rica en sus reminiscencias, pentimentos, en la superposición conflictiva de sus estratos… El Madrid de 1937 se encaja en el de 1978 que se superpone con el de 2007. Se produce el levantamiento en la página de un Madrid eterno y universal. Local e inequívocamente histórico.
Con su sensible capacidad de observación y su dominio del oficio de escribir, Almudena Grandes habló sobre su ciudad desde la doble perspectiva del conocimiento casi científico y la curiosidad por comprender: en Los pacientes del doctor García, Premio Nacional de Narrativa 2018, identificamos exactamente La casa de las Flores, el Café Lion, la cárcel de Carabanchel y el piso de Galileo 14 en el que Clarita Stauffer establecía contactos para realojar nazis o sacarlos de España. Junto a esa concreción de historiadora y geógrafa, de filóloga que graba las variedades diatópicas, diafásicas y diastráticas de quienes habitan o habitaron Madrid, encontramos el detalle literario de una imprecisa pero siempre verosímil “habitación grande con dos balcones en la calle Españoleto” o “el almacén precintado de la calle Hortaleza” de Las tres bodas de Manolita (2014). Aunque en esta novela, los dos hitos más importantes son espacios lamentablemente sólidos, sangrientos y reconocibles: la cárcel de Porlier y Cuelgamuros. Para la escritora era importante llamar a las cosas por su nombre en aquel Madrid de hombres y mujeres valientes.
En Las edades de Lulú (1989), Grandes ya se acerca a una definición de Madrid justo antes de que Pablo y Lulú pasen al lado del Bernabéu haciéndole una peineta. Con el Madrid de la República y con el Atlético de Madrid, Almudena no era tibia. Sin embargo, en el amor por la ciudad, como en cualquier amor que merezca ese nombre, caben máculas y claroscuros: “Esta ciudad-no ciudad, caótica e híbrida, (…) el único sitio donde se puede vivir a gusto, en medio del desastre, porque nadie pregunta nada, porque todo el mundo es nadie, y puedes salir a comprar el pan con zapatillas y bata de boatiné y no te mira nadie, y te regalan un par de boquerones en vinagre con las cañas, en bares ruidosos con el suelo alfombrado de servilletas de papel arrugadas (…) un pueblo fantasma de porteros preguntones, y usted a qué piso va, y a usted qué coño le importa, un pueblo provinciano, aburrido y pretencioso en medio de la ciudad, una ciudad enorme de la que todos dicen que es un pueblo”.
Estamos en los ochenta y las mujeres gozan en las camas de Madrid. No obstante, lo más llamativo del párrafo radica en esa cualidad ambivalente, rural y urbana, que nos hace pensar Madrid como un prisma que Grandes enfoca e ilumina desde todas sus facetas: hay un Madrid de centro y de periferia que poco a poco deja de serlo porque lo lejano se vuelve cercano -Ciudad Lineal-, la urbe crece y se constata ese alargamiento del músculo y la arteria de la ciudad viva; hay un Madrid del pasado y del presente; de día y de noche; oficial y clandestino; un Madrid acomodado de buena familia que vive en un piso grande en Argensola y se muda a un chalé en la Moraleja frente a un Madrid menesteroso; Madrid de vencedores y vencidos; de cuerdos y de locas ingresadas en las páginas de La madre de Frankenstein (2020); de duelo y fiesta, de trabajo y ocio, bares de cañas y vermú de grifo, gente que toma copas en casa mientras ve el fútbol; hay un Madrid de realidades que se vierten en las ficciones y de ficciones que acaban formando parte de nuestro cuerpo porque no se puede negar que el inmenso y compasivo Galdós recorría la médula, tan empática con los lectores y las lectoras de Almudena Grandes; hay un Madrid interior y otro exterior, las casas y la calle, lo íntimo y lo público, los pisos de largos pasillos -yo diría que Almudena tenía una visión urbanística e inmobiliaria de su ciudad-, “un balcón de geranios rojos frente al cuartel de Conde Duque” en El corazón helado (2007), pero también cementerios, hospitales, la Universidad Central de San Bernardo, los lugares donde se nace, se muere y se aprende, cómo se hace el amor en la ciudad y qué se come, un montado de lomo con una cervecita en el bar de la Autónoma por ejemplo; hay un Madrid a vista de pájaro, cenital, de incomparable cielo azul, “un mar de tejados y azoteas”, un Madrid alto pero también profundo, de pavimento y subsuelo, el metro de Lista a Tirso de Molina en su precioso relato Tabaco y negro. Un Madrid de Mercado de Barceló (2003) donde se hace la compra con carrito y se pide la vez. Un Madrid de personajes que no han nacido aquí y son tan madrileños como cualquiera.
Los lugares no son espacios para ambientar una escena, sino que forman parte de la manera de ser de las criaturas de ficción que los habitan. Madrid se recoge dentro de las páginas de las narraciones de Almudena Grandes y, a la vez, se agranda, se hace inabarcable… Se concentra en un alfilerazo de sensaciones multiplicadas en la temperatura de un día concreto, el olor a churros, el ruido de un bar, las vecinas que cantan “Ay, campanera”, y se abre como universo en expansión.
La vida de la gente es lo que más le importaba a Almudena. La vida de la gente en una España, en un Madrid, que desde el ejercicio de la memoria y la belleza de la palabra literaria aquilata los valores democráticos. Me van a permitir recuperar un momento de El corazón helado: “Ignacio Fernández Muñoz aterriza en Barajas y se reencuentra con un Madrid diferente, que él fue memorizando un día tras otro durante su exilio. Ignacio se reencuentra con su memoria de un Madrid anterior a la guerra y, en su paseo y su reconstrucción mental, en sus contrastes y juegos de las siete diferencias, la ciudad se va abriendo ante él como un tesoro: la Castellana, Cibeles, Alcalá, Recoletos, el Gijón, la Biblioteca Nacional, las Vistillas donde se fijó la última imagen de una ciudad y una guerra perdidas… El Madrid de su, desde hoy, hija predilecta es su Madrid, el que ella les presta a sus personajes, pero también el que sus personajes le regalan a ella: a través de la mirada de Ignacio Fernández Muñoz, Grandes comparte con quienes la leemos una ciudad que se vive con un amor a veces contrariado. Con un gran amor”.
En sus narraciones, Grandes logra amalgamar todas las facetas del contradictorio prisma madrileño para alcanzar una síntesis hondamente humana que nos interpela colocándose a nuestro lado con una familiaridad que tiene mucho de grandeza literaria: acompañamos a la escritora en sus visiones de Madrid y comprobamos que sus protagonistas somos nosotras y nuestras abuelas, nuestros padres y amantes. Los cristales del escaparate de la tiendecita, que se clavan en el hígado de Galán y están a punto de matarlo en Inés y la alegría (2010), son los mismos contra los que se pegaba mi nariz cuando mi abuela Juanita entraba a comprarme caramelos de violeta. En el Madrid de Almudena Grandes, torrencial y metódica, confluyen la mirada de la niña de la calle Churruca y la de la mujer que recorrió medio mundo, llegó a multitud de personas con sus relatos y acabó viviendo en una calle paralela a la calle fundacional. A la calle donde empezó todo.
Te mandamos un beso Almudena allá donde estés. Incluso las mujeres profanas como yo te lo mandamos y celebramos contigo este merecido honor, este nombramiento, que te concede esta ciudad de la que todas y todos formamos parte.
Discurso pronunciado por Marta Sanz en el Teatro Español el lunes 13 de junio durante el acto de entrega del título póstumo de Hija predilecta de Madrid a Almudena Grandes.
Babelia
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