La colosal maqueta de Cádiz escondía un secreto de Estado
El historiador Rafael Garófano descubre la historia del lujoso modelo de la ciudad portuaria realizado en el siglo XVIII como parte de un plan del rey Carlos III que nunca llegó a concluirse
El rey Carlos III quedó maravillado con su nuevo e impresionante juguete. Tras permanecer un buen rato mirando esa inmensa maqueta de Cádiz de 25 metros cuadrados hecha con ébano, caoba y marfil, le puso la mano en el hombro a su creador y dijo que “era el vasallo que tenía más habilidad”.
Para llegar a ese grado de preciosismo extremo en la réplica de Cádiz, el teniente coronel Alfonso Jiménez —que es quien relata, por cierto, esa primera impresión de su propia obra— se sobrepasó tanto en los costes que ahí murió una empresa que estaba llamada a reproducir los modelos en relieve de todas las plazas fuertes de España. La pieza gaditana realizada entre 1777 y 1779 era demasiado cara, artística y cuidada para tratarse de un objeto que estaba llamado únicamente a ser un secreto de Estado, pues se trataba de una reproducción exacta de una plaza fuerte estratégica que serviría al rey para tomar decisiones militares y tácticas.
La historia de la maqueta de Cádiz tiene algo de enigmática, algo que la hace más atractiva. ¿Qué hace ese gran compendio de calles y monumentos en miniatura y rodeados de olas de pan de plata en el interior de una gran sala del Museo de las Cortes hasta coparla casi por completo? El Ayuntamiento de la ciudad, su actual depositario, la mima con esmero: la restauró para la celebración del Bicentenario de la Constitución de 1812 y la limpia cada poco tiempo. Pero hasta que el historiador Rafael Garófano no ha publicado su obra La maqueta de la plaza fuerte de Cádiz 1779. Guía didáctica e historia (editado por Q-book) no se han desvelado los principales enigmas que la rodeaban, como el carácter de materia reservada que tuvo durante más de un siglo y que contribuyó a extender el velo de misterio que la envolvía.
Aunque solo quedó en una maqueta y está lejos del emplazamiento para el que fue ideada, el proyecto del modelo en relieve de Cádiz formaba parte de una idea mucho más ambiciosa con la que “Carlos III quería imitar a los Borbones franceses para tener su propio cuarto de modelos de las plazas fuertes de España”, según explica Garófano. El espejo en el que mirarse era el actual Musée des Plans-reliefs, ubicado en Los Inválidos de París, que entre 1668 y 1870 recreó 260 planos relieve de recintos fortificados.
El espacio seleccionado por la monarquía española para colocar los modelos fue el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, lugar en el que llegó a estar expuesta la recreación de Cádiz y donde la contempló por primera vez Carlos III en julio de 1779. Y la persona seleccionada para realizar la réplica fue Jiménez, un teniente coronel de Infantería y maquetista reconocido por sus reconstrucciones de prisiones reales en el norte de África, pero que despertaba “animadversión” entre los ingenieros del momento, como apunta el autor de la investigación.
La maqueta de Cádiz contó incluso con una normativa reglamentaria que debía regir una empresa comandada por el conde de Ricla, ministro de la Guerra. Se contaba con que el trabajo duraría años. “Jiménez se vio como un gran señor, mano derecha del rey que tiene su vida resuelta”, añade Garófano. Y, probablemente, así hubiese sido si el montante final de la pieza gaditana no hubiese costado 176.104 reales, una verdadera fortuna para la época que ya escamó durante su construcción a Francisco Sabatini, maestro mayor de Obras Reales. Esos resquemores, así como detalles tan concretos como lo que cobró un tornero por hacer mil pares de ruedecitas, entre otras piezas —fueron 407 reales—, han sido rescatados del olvido por el investigador tras zambullirse en los archivos del Palacio Real y de Simancas, donde descubrió el secretismo que rodeó el proyecto ligado a la seguridad defensiva del Estado.
“La ciudad de Cádiz ni se enteró en su momento de que Jiménez estaba haciendo la maqueta aquí”, detalla el investigador. El equipo se atrincheró en el Baluarte de la Candelaria y desde allí salía a medir alturas de cordel de los edificios y tomar reproducciones visuales con cámara oscura. Más de 30 ebanistas trabajaron para el militar hasta componer una reproducción exacta de la ciudad de 10,80x6,45 metros, a una escala de 1:250.
Ciudad ilustrada por antonomasia
Nadie pareció especificar a Jiménez que hubiera un tope en el presupuesto, así que se lanzó a hacer una obra preciosista, que iba mucho más allá de lo que se precisa para tomar decisiones de geoestrategia o inversiones militares. Con cedro, caoba, cerezo, ébano, marfil y hueso recreó calles, plazas y monumentos, distribuidos en 39 rectángulos. De toda esa volumetría, 350 piezas son desmontables y se pueden abrir para contemplar la distribución interior de los edificios. “La calidad de la de Cádiz supera a todas las que hicieron los Borbones en Francia”, asegura Garófano.
El nivel de detalle dibuja el urbanismo y arquitectura de esa ciudad cosmopolita y rica —en aquel entonces monopolizaba el comercio americano, y el 10% de sus 71.000 habitantes eran extranjeros— y su proyecto de futuro, ya que recreó la catedral, entonces en obras, tal y como debía ser según los planos, aunque su resultado final varió. Contemplar la maqueta hoy supone asomarse a una foto fija de ese Cádiz del siglo XVIII para descubrir que buena parte de su trazado de calles y de edificios sigue estando hoy ahí. Así lo defiende Garófano: “Tiene valor historiográfico local y nacional, porque representa a la ciudad ilustrada por antonomasia del momento”.
Durante décadas, el modelo en relieve de Cádiz fue un secreto custodiado por el Estado no exento de sobresaltos —como el robo de piezas que sufrió por parte de los franceses durante la invasión napoleónica— ni de mudanzas que le fueron mermando partes. A principios del siglo XX, Cádiz recibió de Madrid esta obra que, hasta los años 60, no se restauraría ni se recompondría de nuevo, sobre la base del “85% o 90% que se conservó”, como apunta el historiador.
Desde mediados del siglo pasado, la maqueta no ha salido del Museo de las Cortes, valorada como pieza artística de importancia y documento en tres dimensiones del poder que tuvo Cádiz. El gran juguete de Carlos III, preciosista y caro, por fin encontró su sitio.
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