La maravilla del mundo que llegó a Cádiz
Un libro sitúa a la ciudad andaluza como la primera en España que contó con un estudio para tomar imágenes de las personas
“Este nuevo método de sacar la semejanza es tal vez una de las más misteriosas invenciones del siglo y puede ser admirado como una de las siete maravillas del mundo”. Tan seguro estaba George W. Halsey que su “novísimo” artilugio dejaría prendado a los gaditanos que no escatimó en anuncios de prensa. El 18 de diciembre de 1841, recién llegado a Cádiz desde La Habana, el estadounidense prometía ser capaz de hacer retratos en miniatura, con el auxilio del daguerrotipo, “en el sucinto tiempo de unos cuatro minutos”. Halsey no exageraba. Tan “extraordinaria” y “desconocida” era su máquina que resultó ser la primera que, en España, retrató a personas.
El historiador Rafael Garófano ha conseguido desempolvar una proeza, hoy olvidada, y que dibuja bien las ansias del momento por sacar rédito al daguerrotipo, el primer procedimiento fotográfico, presentado en París por Louis Daguerre en 1839. En su obra El primer establecimiento de retratos fotográficos de España. Cádiz, 1841, recientemente editada por la Diputación de Cádiz, el investigador reconstruye cómo estas prisas acabaron por hacer que los primeros retratos en España procediesen, en verdad, de una mejora del invento francés venida desde Estados Unidos.
Hasta ahora se consideraba que el francés Pedro Sardin, en Barcelona, fue el primero, a partir del 22 de enero de 1842, en emplear el daguerrotipo para retratos personales. Su cámara, que usaba la tecnología de refracción gracias al empleo de objetivo y lentes, llegó desde París. Sin embargo, hubo un primer retrato gaditano realizado un mes antes. La cámara de Halsey, "partiendo de París, pasó por Nueva York, La Habana y llegó a Cádiz", rememora Garófano.
La causa de este recorrido se encuentra en la fascinación y la consiguiente decepción que produjo el invento de Daguerre. El descubrimiento —"de los más bellos de la época", a juicio de Samuel Morse, el creador de la telegrafía— necesitaba largos tiempos de exposición para tomar una imagen sobre las placas metálicas. Con los primeros paisajes inmortalizados, la frustración por no poder hacer lo mismo con las personas no tardó en aparecer. "Todo el afán estaba en reducir el tiempo de pose que permitiese retratar a alguien", explica Garófano.
El dentista neoyorquino Alexander S. Wolcott lo consiguió un año después del invento de Daguerre, según la patente inscrita el 8 de mayo de 1840. Fue un golpe de efecto, prescindió del objetivo y empleó la tecnología de reflexión para acortar los tiempos, de los 10 a los cuatro minutos. Al fondo de una caja de madera con un orificio, un reflector cóncavo dirigía la luz hacia la pequeña placa de plata en la que quedaba impresa la imagen. “Era algo ingenioso, pero no científico”, añade el investigador.
El azar quiso que Halsey, profesor de caligrafía en La Habana, se encontrase en Nueva York cuando el artilugio de Wolcott salió a la venta. Lo compró, aprendió la técnica y regresó a la capital cubana. El 3 de enero de 1841, abrió el primer estudio de retratos con daguerrotipo de la isla y de toda Latinoamérica, como recuerda una placa en el edificio de La Habana donde estuvo. Después de seis meses, Halsey quiso más, y se embarcó hacia Cádiz "para hacer suerte en la metrópoli" del momento.
Allí, abrió su estudio en el cuarto de azotea de un edificio de la actual plaza de San Antonio, en la esquina con la calle de Buenos Aires. Anunció sus retratos como "miniaturas", en un alarde publicitario que convirtió el defecto en virtud. "La cámara de Wolcott tenía el problema de que las placas eran pequeñas y delicadas, pero no resultó un hándicap porque la gente lo asimiló como las miniaturas pictóricas que conocían hasta entonces", detalla Garófano. Más difícil de asimilar era el precio: cinco duros. "Altísimo y solo al alcance de la alta burguesía".
Pero Halsey no tuvo suficiente y dio el salto a Barcelona, el 1 de marzo de 1842. Sin embargo, erró, como explica Garófano: "Si hubiese ido a Madrid, habría sido el primer retratista de la capital, allí Fernando Couturier hizo los primeros retratos en junio de 1842. Pero en la capital catalana, Sardin ya estaba instalado y la guerra entre ambos no tardó en llegar. La polémica quedó reflejada en anuncios de periódicos y Halsey, finalmente, optó por marcharse de Barcelona.
El azar quiso que los dos volviesen a encontrarse en Cádiz. El 8 de febrero de 1843, Sardin se convierte en el nuevo retratista en la ciudad y, en marzo, Halsey regresa desde Londres. El norteamericano publicita otro procedimiento de miniaturas "muy superiores a cuantos hasta ahora han podido hacerse". La pugna también duró poco. El 1 de mayo de ese año, Halsey se marchó a América y 15 días después, el francés también decide irse. Cádiz se quedó así sin retratistas, pero esta fiebre no se apagó. Era la incipiente “exaltación del yo”. La misma de la que hoy se hace gala con los selfies, en los que las personas "registran su propia imagen de forma continua e ilimitada".
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