Españoles ciegos ante el exilio ajeno
Editoriales y librerías latinoamericanas se suman al éxodo de los escritores hacia Europa. Sería absurdo no apreciar la riqueza cultural que traen
Los tres últimos premios Cervantes latinoamericanos son o han sido exiliados. Cristina Peri Rossi e Ida Vitale, de la misma dictadura: la que gobernó Uruguay entre 1973 y 1985. Sergio Ramírez, de la persecución de su antiguo compañero en el Frente Sandinista y hoy tirano de Nicaragua: Daniel Ortega. Se verifica así el aviso del poeta Mario Trejo: conviene cuidarse de la derecha cuando es diestra y de la izquierda cuando es siniestra. Esa frase, que algunos atribuyen erróneamente a Mario Benedetti (otro exiliado), fue la elegida por Susana Constante para abrir su novela La creciente. La publicó Tusquets en 1982, tres años después de que la autora argentina (otra exiliada) ganara la primera edición del premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical con La educación sentimental de la señorita Sonia. La edición más reciente se publicó en 2013, con prólogo de Ricardo Piglia, en Fondo de Cultura Económica de Argentina.
Constante murió en Sitges en 1993, meses después de que lo hiciera en Madrid Daniel Moyano (otro exiliado). Ambos tuvieron que salir de la Argentina tras el golpe militar de 1976. Y ambos recalaron en España, lo mismo que otros de sus compatriotas, como Antonio di Benedetto ―hoy célebre por el rescate de Zama― o Héctor Tizón. O que Clara Obligado, que sigue viviendo en Madrid igual que Cristina Peri Rossi o Nora Catelli siguen viviendo en Barcelona. Su llegada a España coincidió con el final de la dictadura de Franco, es decir, con el momento en que el país empezaba a ponerse de moda y su literatura pasaba de tener lectores a tener público. La apertura de fronteras de la nueva narrativa española se sumó, además, al cierre de puertas del boom latinoamericano. No cabía más gente en el autobús de la fama y toda una generación de autores -muchos de los cuales vivían en la Península- terminó en el limbo, un agujero negro de indiferencia mesetaria que durante años se tragó también nombres como los de Juan José Saer o el propio Piglia. Por no hablar de seniors como Elena Garro o Armonía Somers.
En los últimos años, muchos latinoamericanos han elegido de nuevo España como lugar de exilio político o económico. Además de escritores y periodistas, ahora llegan editoriales y librerías. Muchas están en la feria de Madrid, que el próximo domingo, a la una, acoge un coloquio entre la mexicana Lydia Cacho, el cubano Yunior García Aguilera, el venezolano Rodrigo Blanco Calderón y el citado Sergio Ramírez. Los cuatro llegaron a este rincón de Europa huyendo de sus países. La palabra exilio entró en el castellano en torno a 1220, pero su uso fue raro hasta 1939. Destierro era lo frecuente. Las fechas las estableció el lingüista Joan Coromines, que vivió en carne propia los rigores de la palabra: él fue uno de los 400.000 republicanos que pasaron a Francia al final de la Guerra Civil perseguidos por las tropas de Franco. Una gran cantidad terminó en América Latina, que siempre agradeció su aportación a la cultura de los países que los acogieron. Sería de ciegos no hacer lo mismo.
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