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CONVERSACIONES A LA CONTRA

Clara Obligado: “Borges era aburridísimo”

La autora argentina exiliada en España se siente al fin joven en su vejez

La escritora Clara Obligado.
La escritora Clara Obligado.
Berna González Harbour

Leer a Clara Obligado es muy diferente a estar con ella. Su prosa es tan honda, excava tan profundamente en los recovecos de la memoria y la naturaleza que una imagina a un ser meditabundo, intimista, casi una asceta en plena contemplación de los pétalos de una flor en crecimiento, muy alejada de la realidad de la terraza madrileña ruidosa donde nos encontramos para charlar. Pero no es así. Cercana, risueña y parlanchina, esta argentina de 72 años se siente hoy todo lo joven que no pudo sentirse cuando huyó de la dictadura y se instaló en Madrid. La reina de los talleres de escritura, discípula de Borges y autora reconocida, publica Todo lo que crece (Páginas de Espuma), una historia de vida y observación imbricada de naturaleza.

Pregunta. La naturaleza: ¿se puede leer como un libro?

Respuesta. Es un buen libro de texto y un gran manual de sabiduría porque resiste mucho más que nosotros. Un ginkgo no tiene edad, pero yo sí. No tiene final de la vida, no tiene caducidad, se sigue reproduciendo y la única forma de acabar con él es matándolo. Tenemos un antropocentrismo equivocado que no sirve para pensarnos bien.

P. Las moscas sin embargo viven 20 días. Dice en su libro.

R. Yo creo que resucitan (ríe). Son eternas.

P. ¿Le duele aún lo que dejó atrás?

R. La pérdida de un país es una amputación, como la muerte de los padres. Yo soy de pampa y cada vez que veo una línea recta me emociono.

P. También dejó atrás su pareja, un desaparecido que describe como “amortajado por las algas”.

R. Fue arrojado desde un avión, sí. En este libro avanzo hacia un pensamiento en que la muerte está integrada en el paisaje porque la naturaleza metaboliza incluso nuestros errores. Era mi pareja y cuando comprendí que le habían tirado al río, al estuario del río de la Plata, fue consolador. Para mí es un río muy familiar y pensar que allí duermen muchos desaparecidos es una manera de integrarlo con la naturaleza que me repara de alguna forma.

P. Llegó de Argentina y decidió dar talleres de escritura cuando, como dice su editor, aquí solo había talleres de coches.

R. Yo, como Don Juan, en castillos y conventos (ríe). He dado clases en la cárcel, en el Círculo de Bellas Artes, en la universidad, en distintos países, para mí ha sido un regalo. Hago exactamente lo que me gusta y sigo en ello.

P. ¿Y quién le ha sorprendido más? ¿Presos o universitarios?

R. Es lo mismo. Si tú despiertas el asombro a la gente, la literatura se vende sola porque es un gran don. Yo he trabajado con gitanas que no sabían leer y hacíamos poemas con palmas y de la misma manera di clase en universidades complejísimas y encuentras lo mismo, que es el asombro. No somos tan distintos.

P. ¿Y en la cárcel que encontró?

R. Mucho dolor, sobre todo de mujeres separadas de sus hijos. Muy buena gente. Muchas ganas de leer, lo mismo que en el Círculo de Bellas Artes o en la Universidad de Viena. Todos tenemos nuestra cárcel.

P. ¿Se puede aprender a escribir?

R. No se puede enseñar a ser escritor. Ser escritor es una anomalía que cada uno carga con ella. Pero a escribir, por supuesto. Te puedo enseñar a leer y a leerte. Hasta ahí llego. Más allá, es un problema de cada uno.

P. Millás suele decir que, cuando alguien le dice que quiere probar a ser escritor, le responde: eso no se lo dices a un cirujano.

R. Ser escritor no es una buena idea. Como todos los destinos que tienen algo mágico, es muy complejo. No es una decisión que hay que tomar a la ligera. No empujo a mis alumnos a ser escritores. Si quieren serlo, los acompaño, que es otra cosa.

P. ¿Y es de verdad una decisión convertirse en escritor?

R. En algún momento sí, tienes que cambiar tu vida para una actividad no lucrativa que te exige todo. Hay gente que logra vivir de ello, pero es un 1 por 1.000. En líneas generales hay que tener una vida que permita becarte a ti mismo para poder escribir.

P. ¿A qué más renuncia como escritora?

R. Al tiempo libre. Yo carezco de él. La literatura es una amante posesiva sin control.

P. Dice que recordamos antes de nombrar. ¿Qué recuerda usted?

R. Yo tengo una memoria casi intrauterina, me recuerdo a mí misma mirándome los pies o intentando caminar. No tuve una infancia feliz y creo que tiendes a recordar muchísimo más que los que tienen infancia feliz. De esa zona viene gran parte de mi literatura, de una zona preverbal.

P. Su madre tenía un lema: pudiendo ser infeliz, para qué ser feliz.

R. Aprendí con ella que hay gente a la que le gusta ser infeliz y no hay que ir en contra. Yo no tengo nada que ver. El exilio me enseñó a disfrutar de estar viva. Mientras esté viva, estaré contenta. Es una alegría filosófica, puedo estar contenta pase lo que pase.

P. Fue discípula de Borges. ¿Qué le enseñó?

R. Lo más importante: que alguien como él puede ser aburridísimo a unos niveles importantes. Y a leer al bies. Borges me daba literatura inglesa y no tocaba Shakespeare, Byron, que daba por sentado, sino a De Quincey, Christopher Marlowe. Pero te podía recitar media clase en anglosajón y ¡cómo ibas a interrumpir a Borges! No le adorábamos. Mi generación era de izquierdas y Borges de derechas. Gran parte de mi generación no le ha leído. Yo no estoy de acuerdo con él pero escribe como los dioses. Es bueno no adorar a los escritores sino verlos como personas. El mito no ayuda.

P. ¿Tiene buenos amigos escritores?

R. Los escritores me aburren muchas veces. Yo siempre les digo a mis alumnos: traten de no conocerles.

P. De joven se sintió vieja y hoy joven.

R. El exilio te envejece. Éramos viejos jóvenes cuando llegamos con la vida destruida y un contacto con la muerte muy importante, lo que es propio de los viejos. Nosotros no tuvimos juventud, fuimos una generación aniquilada. Y hoy me siento muy próximo a los jóvenes: en la precariedad, la vida, el feminismo, la droga, la locura sexual.

P. ¿Madrid la ha acogido bien?

R. No, los países no acogen. Uno no llega al aeropuerto y se encuentra a uno con una paella en una mano y una tortilla en la otra para recibirte. Si eres un árabe rico Madrid te acoge. Pero si eres emigrante, Madrid no te acoge. Yo quiero a esta ciudad y la odio también.

P. ¿Por qué la odia?

R. Vivo en Sol y estoy viendo devastar la ciudad. En mi edificio ya no hay vecinos, es todo Airbnb; ya no hay comercios, todos son bares. De noche no se puede dormir porque se ha cedido la ciudad a los borrachos de todo el mundo.

Por eso huye cuando puede a la Vera, en Cáceres, donde uno entiende que escriba una joyita como Todo lo que crece.


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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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