Las paradojas del cine de Rodrigo Sorogoyen en su brillante pero alargada ‘As Bestas’
El director español estrena en Cannes Première su nueva película, un acercamiento a la España negra en tiempos de energía renovable
As Bestas es en gran medida el lado oscuro de Alcarràs, la película de Carla Simón que logró el Oso de Oro del Festival de Berlín y que reivindica la agricultura familiar como un acto de pura resistencia. En el fondo, la España que retratan ambas películas es la misma, un país con su tierra y sus cultivos amenazados por la nueva economía de las energías renovables. La codicia del presente destruye la riqueza natural de un territorio devorado por molinos eólicos o paneles solares. El amor a la tierra frente al dinero.
Presentada en la sección Cannes Première, creada el año pasado en el festival, la nueva película de Rodrigo Sorogoyen, coescrita junto a la guionista Isabel Peña, pone sobre la mesa la fuerza narrativa de su director pero también sus flaquezas. En realidad la mejor película del director de El reino es una serie, Antidisturbios, que era un peliculón de seis horas. Antidisturbios fue la confirmación de un director muy sólido que lograba trascender la pantalla del televisor con los estándares del mejor cine.
Existen paralelismos entre Antidisturbios y As bestas, especialmente en cómo los personajes femeninos rompen la dinámica de un relato cargado de una violencia atávica y masculina. Los hombres de Sorogoyen son duros como una piedra, pero las mujeres también. Una fuerza femenina que impone sus propias leyes contra una herencia de costumbres violentas. Pero la gran paradoja de As Bestas es que falla por la misma razón que Antidusturbios acertaba. Es decir, por esas secuencias tan largas y tan maravillosamente dialogadas que hacen de esta serie de seis capítulos una experiencia total sobre la pirámide de la corrupción política y económica española. A la forma de narrar de Sorogoyen y Peña les sienta mejor la libre extensión de una serie que la de una película, porque As Bestas sufre al estirar más de la cuenta una historia que pedía más concreción.
Es un mal común a muchas de las películas que se han proyectado en esta edición de Cannes y que tiene que ver con la intoxicación narrativa de las series que padece el lenguaje del cine. No es que una película no pueda ser larga, solo faltaba. Las tres horas de, por ejemplo, Drive my car, de Ryūsuke Hamaguchi, son tan necesarias como las 2 horas 45 de Pacifiction de Albert Serra. Pero lo que cuenta As Bestas hubiese resultado mejor sin esos diálogos tan prolijos, que aunque son marca de la casa, le restan fuerza al conjunto: como por ejemplo la conversación entre la madre y la hija o algunos de los momentos de alto voltaje interpretativo del bar del pueblo. Los actores se lucen, sin duda, pero el artificio asoma rompiendo el ritmo interior de una película que es muy buena pero no redonda.
Por lo demás, As Bestas es un filme brillante sobre la España negra en tiempos de las renovables. Con momentos portentosos, interpretada de maravilla y con una carga de violencia que mezcla los sucesos de Puerto Hurraco con el voltaje violento de Perros de paja. Sorogoyen y Peña tienen un instinto innato para hablar de la actualidad y hacerlo de forma valiente. Porque la España que retratan, esa España vaciada que no ha dejado de llenarse con una cosecha de buen cine, es un lugar propicio para contar la España de ahora. Esa disyuntiva que Sorogoyen ilustra con una de las imágenes más potentes de su filme, la del personaje que interpreta el actor francés Denis Ménochet a los pies de un molino de energía eólica como un nuevo quijote ante un nuevo y amenazador gigante.
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