Nacho Ares describe en su última novela los entresijos de la construcción de la Gran Pirámide de Keops
El escritor considera que la edificación del monumento fue “más sencilla” de lo que habitualmente se cree
Es lógico pensar que el faraón Keops quisiera ver qué tal iba la construcción de su pirámide, y desde luego tiempo no le faltaría para hacer una visita de obras durante los veinte años que, según Heródoto (y los egiptólogos están de acuerdo), se tardó en levantarla. El escritor Nacho Ares (León, 51 años) imagina esa escena en su nueva novela histórica, La pirámide blanca (Grijalbo 2022), dedicada a explicar desde la ficción, pero con gran conocimiento de causa, cómo se construyó el monumento más representativo del Antiguo Egipto. La novela, que sigue la edificación de la pirámide desde su primer diseño sobre papiro a la colocación en su interior del difunto Keops ―la entrega de llaves, como si dijéramos―, tiene como protagonistas a un sacerdote del templo de Ptah y mago, a un constructor atribulado por la magnitud de la empresa y su hija, y a un hijo del faraón con ínfulas de arquitecto.
En la novela, Keops está obsesionado con conseguir una tumba única inviolable y cree que la manera de hacerlo es utilizar magia, para lo que ficha al mago Djedi (un personaje acreditado en el papiro Westcar), que conoce los secretos del legendario santuario secreto de Thot. Nacho Ares —que ha estudiado Egiptología en la Universidad de Manchester y es un popular divulgador de la civilización faraónica, con numerosas obras publicadas— maneja con mucha gracia la trama ficticia, mezclándola con elementos reales de la construcción de la Gran Pirámide. “No hay que ser muy pijoteros cuando se escribe novela, cuando se trata de entretener”, señala el autor.
La novela nos regala momentos como en el que el faraón observa la pirámide acabada (a falta del piramidión de electro y oro en la cúspide): “Keops levantó la mirada hacia la pirámide que se erguía frente a ellos con una majestuosidad inusitada. Estaba completamente cubierta de piedra blanca. El refulgir del sol hacía casi imposible mirarla sin cubrirse los ojos con la mano. Era espléndida”.
Ares ha pasado de la época de Amarna y el Imperio Nuevo (La hija del sol, 2017), más novelesca, al Imperio Antiguo, que es como más sobrio. “No sabemos casi nada de Keops ni de los otros faraones de esa etapa, hay muchas lagunas que te permiten inventar”, señala el novelista. ¿No es un poco de trampa utilizar la magia para explicar la construcción de la Gran Pirámide? “Bueno, yo soy un poco mago, miembro de la Sociedad Española de Ilusionismo, y uso mis recursos. Me gustó la idea de poner en relación la magia del Antiguo Egipto, la que se explica en los cuentos del papiro Westcar, por ejemplo, y que incluía también trucos, con la pirámide. En el Egipto faraónico el ilusionismo y la magia tradicional se aglutinaban en el concepto de heka, no separaban como nosotros la magia esotérica de la magia artística, mecánica. Yo juego literariamente con que se crearan efectos de ilusionismo dentro del monumento para engañar a los posibles intrusos en la tumba del faraón”. Algunos episodios, sin ánimo de hacer spoiler, recuerdan El truco final (El prestigio).
Ares reconoce que el método exacto de construcción “sigue siendo un enigma”, aunque parece claro que se utilizaron rampas (se han encontrado restos). Él aprovecha la teoría propuesta en 2006 (por el arquitecto francés Jean-Pierre Houdin y su padre Henry Houdin) de una rampa interior en espiral. Pero recalca que nos queda mucho por saber de la Gran Pirámide y “aún no se ha dicho la última palabra” sobre el tema. “Creo que hay más cámaras de las que conocemos y que hemos bautizado aleatoriamente (cámara de la reina es como decir quiosco de pipas, no sabemos qué es en realidad), algunas estarán vacías o llenas de arena, pero parece claro que hay huecos en la estructura”. En esto, afirma que sigue los últimos análisis de la Universidad de Waseda que confirmaron las anomalías de masa y el reciente estudio de microgravimetría y georradar que demostró las variaciones de densidad en el monumento (que, sin embargo, podrían deberse simplemente a la diferencia de calor en los bloques de piedra). En todo caso, “el debate me permite crear una estructura interior inventada”, en la que figura una cámara secreta donde estaría el verdadero enterramiento de Keops (la cámara del rey sería un señuelo u otra cosa), dispuesto de una manera similar a la que mencionó Heródoto: debajo de la pirámide y rodeado de agua subterránea desviada del Nilo, como en una isla que aludiría a la mitología. Ares apunta que en la posible existencia de una cámara oculta cree hasta el mismísimo egiptólogo Zahi Hawass.
En su novela, Ares, que personalmente se desmarca de las teorías esotéricas de los “piramidiotas” y “egiptolocos”, destaca la utilización de un farallón de roca en la meseta de Giza sobre el que se edificó la pirámide, aprovechando la altura de esa base. “Eso hizo que no fueran necesarios tantos bloques de piedra, hoy sabemos que el 25% de la pirámide es el volumen de esa roca natural y, por tanto, no hicieron falta ni el 40% de los bloques que se calculaba”. Según el escritor, “la construcción de la Gran Pirámide es mucho más sencilla” de lo que se creía, “se hablaba de dos millones de bloques, pero con uno y pico ya la haces”. Un millón de bloques… “Sí, por supuesto, no deja de ser un trabajazo, no digo que sea fácil, me sigue pareciendo sobrecogedor”.
De lo mejorcito de la novela, junto con las visitas que hace subrepticiamente Keops a la pirámide en construcción (ni el propio faraón ha de saber cómo está dispuesto el interior más secreto, para evitar fallos de seguridad), es el asalto de saqueadores a la Pirámide Roja de Seneferu, padre de Keops, en Dashur, la tercera más grande de Egipto. Es, y valga la palabra, un pasaje estremecedor. “Nunca hemos visto una pirámide intacta”, suspira Nacho Ares, “me ha encantado imaginarme cómo sería entrar por primera vez en una de ellas intacta, el terror que pasarían los ladrones en lo que no era sólo un robo de propiedad del Estado sino una profanación sacrílega”.
Ares se abona a la teoría de que la esfinge de Giza es anterior a la Gran Pirámide. “No hablo de atlantes, ni archivos de Cayce ni de chorradas, pero quizá sea prefaraónica y los egipcios aprovecharan una estructura geológica vagamente escultórica para darle forma; en todo caso, la atribución a Kefrén no es nada clara, podría haber sido tallada en época de Keops; yo me permito hacer guiños porque, insisto, La pirámide blanca es una novela”.
El escritor se ha paseado bastante por dentro de la Gran Pirámide, aunque no se ha quedado a dormir como su amigo y colega Javier Sierra (para ambientarse al escribir su última novela, La pirámide inmortal). “Sí, he visto todo lo visible, excepto las cámaras de descarga encima de la cámara del rey. Es un monumento con montones de preguntas. La verdad, para escribir de Egipto y sus misterios no hace falta echar mano de nada esotérico, los enigmas reales son suficientes”.
Los tópicos de Hollywood y el sexo
¿Ha tenido que luchar con los tópicos de Hollywood al describir su pirámide en la novela? “Hay cosas que resulta difícil erradicar, como la idea falsa de que las pirámides se construyeron con mano de obra esclava. En cambio, otras se han explicado bien, como el sistema de cerramiento de bloques con arena que se muestra en Tierra de farones. Aunque no se enterraba a nadie vivo y Joan Collins no se quedó dentro”. Hay poco sexo en La pirámide blanca, lo que parece ir a contracorriente en la narrativa sobre el Antiguo Egipto, en la que recientemente hemos visto hasta a Nefertiti en posiciones muy comprometedoras. “Me lo han dicho; bueno, cada uno hace en su casa lo que le da la gana y es mi pirámide. No es que sea mojigato. En un momento dado, el mago y la hija del constructor se comen a besos. De acuerdo, no es lo máximo que se puede hacer, sobre todo con faldellín…”.
Babelia
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