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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO
Columna
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La reina Sibila de Jerusalén nunca amó, ay, a Orlando Bloom

El personaje real de ‘El reino de los cielos’ fue una mujer compleja que perdió cinco hijos, además de la Ciudad Santa, y fue fiel a su impresentable marido, Guy de Lusignan

Jacinto Antón
Eva Green como Sibila de Jerusalén, en 'El reino de los cielos'
Eva Green como Sibila de Jerusalén, en 'El reino de los cielos'

En el proceloso mundo de la Historia siempre está bien tener unos nombres que sirvan de asideros, gente que te interesa por motivos personales, que te atrae, y que hacen de puerta de entrada en las diferentes épocas. No tienen que ser, y de hecho lo más corriente es que no lo sean, las figuras más relevantes del período. Por ejemplo, el húsar Lasalle para la época napoleónica, el aviador Johannes Steinhoff para la Segunda Guerra Mundial o el conde Almásy para la historia de la exploración. Como personaje favorito de la Edad Media, y dado que de la Dama del Unicornio no sabemos nada, yo tengo, además de al vilipendiado Reinaldo de Chatillon, a Sibila de Jerusalén, reina de 1186 a 1190 y que tuvo la desgracia de perder para la cristiandad la Ciudad Santa. Sibila es menos popular que estrellas del Medioevo como Eleonor de Aquitania, Ricardo Corazón de León, Juana de Arco o Saladino.

Mi querencia por Sibila no viene en todo caso de las historias de las cruzadas de Runciman o Asbridge, o de las crónicas de Guillermo de Tiro, sino de algo tan prosaico como la película de Ridley Scott El reino de los cielos (2005), que ha hecho por promocionar la Edad Media tanto como Ivanhoe, Los caballeros de la mesa cuadrada y las ferias medievales. Allí, en el filme de Scott, aparece una Sibila, encarnada en Eva Green ―de la que se ha dicho que tiene ojos de mapache, y de ser así ¡que vivan los mapaches!―, que me tiene el corazón robado desde entonces. Su aparición en casa de Balian de Ibelin (Orlando Bloom) vestida que parece Melchor (luego ya no) y con ganas de guerra nada santa explica más el atractivo del orientalismo que una charla con Edward Said.

El caso es que acabo de leer un libro que le dedica amplio espacio a Sibila, Queens of Jerusalem, the Women Who Dared to Rule (Reinas de Jerusalén, las mujeres que se atrevieron a gobernar), de la medievalista de Oxford y el University College de Londres Katherine Pangonis, (Weidenfeld & Nicolson, 2022) y he descubierto que casi todo lo que creía saber de ella es falso. No es que me importe mucho: puedo vivir muy bien, incluso perfectamente, con la idea que me había hecho de Sibila. Pero la historia es la historia y hay que ver cómo la retorció Ridley en aras del espectáculo.

De entrada, la verdadera Sibila (1160-1190) nunca tuvo un romance con Balian de Ibelin (1144-1193), que en realidad estaba casado con María Comnena, sobrina del emperador de Bizancio y viuda de Amalarico de Jerusalén, el padre de Sibila y su hermano Balduino IV (el célebre rey leproso), que los había concebido con su primera mujer, la extraordinaria Inés de Courtenay, de armas tomar y de célebre belleza, antes de que le hicieran repudiarla. Es decir, para aclararnos, Balian era el marido de la madrastra de Sibila, lo que no suele predisponer al ligue, y no el joven idealista recién llegado a Tierra Santa gracias a Liam Neeson (Godofredo de Ibelin).

En principio, Sibila no parecía llamada a ser reina: estaban su padre y su hermano, un año menor que ella. Y a la chica la metieron en un convento, donde fue instruida por su formidable tía abuela, Yvette, princesa de Jerusalén, hija de la no menos imponente y con precioso nombre de mariposa Morphia de Melitene, reina consorte de Balduino II. Pero el padre, Amalarico, murió de disentería contraída en campaña y el leproso Balduino IV no parecía tener mucho futuro dinástico. Así que se buscó un buen marido para Sibila que tenía todos los puntos para ir a ser la reina de Jerusalén, y la casaron a los 16 años con Guillermo de Montferrato, pariente del rey de Francia y apodado, confiemos que por su habilidad guerrera, Espada Larga, que la dejó viuda (y embarazada) al cabo de un año al morir de malaria. Para ayudar a la comprensión histórica, Sibila llamó a su hijo Balduino (V).

El rey leproso, Balduino IV, según Ridley Scott.
El rey leproso, Balduino IV, según Ridley Scott.

Es verdad lo de la película de que la joven quería mucho a su hermano, al que desde pequeño ya se veía que algo le pasaba, pues jugaba a pincharse con clavos en los brazos y no le dolía. La enfermedad le atacó especialmente en las extremidades y la cara, que no podías mirar mucho rato sin marearte, aunque fueras templario (el historiador Jonathan Philips me dijo recientemente que la impactante imagen del rey leproso con máscara metálica que presenta Ridley Scott es errónea: con lepra no puedes llevarla).

Entretanto, la progenitora de Sibila, Inés de Courtenay regresó a la corte como reina madre tras haber enviudado de Hugo de Ibelin, hermano de Balian (con lo cual el caballero que interpreta Orlando Bloom no sólo estaba casado con la madrastra de Sibila, sino que su hermano era el padrastro de la chica). Hugo de Ibelin había muerto durante una peregrinación a Santiago de Compostela. Inés se había vuelto a casar con Reinaldo de Sion y sostenido al tiempo varias relaciones extramaritales, entre ellas una, al parecer, con Heraclio, el patriarca de Jerusalén. Hay que ver lo que dieron de sí las cruzadas.

Volviendo a Sibila, que es el objeto de este enmarañado paseo histórico, hemos dicho que no tuvo un romance con Balian de Ibelin, pero sí con su hermano, no el casado con su madre, Hugo, sino un tercero llamado, Dios mío, Balduino (!) de Ibelin. Parece ser que Sibila se enamoró perdidamente, pese a que él le doblaba en edad. Desgraciadamente, fue capturado en una escaramuza por tropas de Saladino, y, cuando lo liberaron, a Sibila ya se le había pasado el arrebato y se había entregado (como se dice en las historias de princesas y en Los Bridgerton) al que sería el hombre de su vida; y no lo pudo escoger peor: Guy de Lusignan.

Su padre, abuelo y bisabuelo habían sido famosos cruzados (y su hermano Aimery amante de Inés, la madre de Sibila, que no tenía el concepto de Tierra Santa muy pillado), pero él era un botarate. El cronista Roger de Howden explica, con tono cotilla de Lady Whistledown del siglo XII, que la relación de Sibila y Guy empezó como un coup de coeur: “La hermana del rey, viendo que el dicho Guy era guapo, lo escogió para ser su esposo, pero no atreviéndose a decírselo a su hermano, lo amó secretamente, y él se acostó con ella”. Estamos en terrenos de Ridley Scott, aunque con la persona equivocada. El romance sacudió el Reino de Jerusalén, temiendo muchos caballeros que se iban a encontrar con el incompetente Lusignan como rey mientras Saladino se frotaba las manos. Y así pasó. Sibila fue muy criticada por poner sus sentimientos (por Guy) por encima del sentido de Estado, que es exactamente al revés de lo que muestra El reino de los cielos. Es posible que Ridley Scott, con tanto Balduino, se haya liado.

Orlando Bloom en el papel de Balian, en 'El reino de los cielos'.
Orlando Bloom en el papel de Balian, en 'El reino de los cielos'.

El resto es conocido. El rey leproso, tras intentar seguir llevando las riendas del reino y hacer corregente al hijo de 9 años de Sibila con Monferrato, Balduino V, fallece sin conseguir separar a Sibila de Guy. El niño rey muere en 1186 (se ha llegado a sugerir que asesinado por su propia madre), Sibila sube al trono con la condición de que se divorcie de Guy, pero en la ceremonia de coronación -la primera vez que una mujer es consagrada reina por propio derecho sin un marido al lado- proclama inesperadamente que ella, Sibila I, elige “por mí misma como rey y marido a Guy de Lusignan, el hombre que era mi marido”. Katherine Pangonis señala en su libro que no está claro qué relación tenían Sibila y Guy y si ella estaba dominada o no por él. En todo caso, llega el desastre: en la batalla de Hattin (1187), Saladino aniquila a las fuerzas cristianas y hace prisionero a Guy (y le rebana el cuello personalmente al amigo Reinaldo de Chatillon). Sibila se hace cargo de la desesperada defensa de Jerusalén. Aquí la historia coincide con la película de Ridley Scott: Balian se suma a la lucha y él, Sibila y el patriarca Heraclio, en formato trío militar, comandan las tropas de la ciudad sitiada. En el combate aparecerá otra mujer destacable, Margaret de Beverley, una peregrina que combate con una cacerola como yelmo. Es cierto que Balian, en un inspirado e inspirador momento, hizo caballeros a todos los defensores. También que amenazó a Saladino con arrasar los lugares santos del Islam en la ciudad si no ofrecía una rendición generosa. Finalmente el sultán accedió.

Y la última reina de Jerusalén partió de su ciudad caída no para ser feliz con Balian en cualquier sitio, como en el happy end (especialmente para Saladino) de El reino de los cielos, sino para volver empecinadamente al lado de Guy, ya liberado. Sibilia vivió para participar en el asedio de Acre, pero murió allí, en el campamento de su esposo y junto a sus dos hijas supervivientes (en total perdió cinco hijos) en 1190, a causa de una epidemia de peste. Tenía 30 años. Se desconoce dónde está su tumba. La historia es la historia, y es implacable. Pero yo sigo imaginándole, y deseándole, a Sibila, mi querida Sibila, una vida larga y feliz con Orlando Bloom.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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