El castillo soriano que enseñó a los cruzados a resistir en Jerusalén
Finaliza la restauración de la fortaleza de Osma, que disponía de un sistema defensivo que permitía a una pequeña guarnición rechazar enormes ejércitos
Abderramán III necesitaba tomar aquel castillo estratégico de la frontera del Duero. En el 934, se presentó al pie de la fortaleza de Osma con un poderoso ejército compuesto por varios miles de arqueros y máquinas de guerra. Frente a él, agazapados en una fortaleza erigida sobre un peñasco con pendientes que superaban los 45 grados, el rey Ramiro II de León y sus condes con tropas claramente inferiores, medio centenar frente a casi tres mil. Pero tenían un arma secreta: un sistema defensivo compuesto por saeteras desconocido hasta entonces en Europa y que les llevó a la victoria. Las crónicas cristianas señalan que los musulmanes no se atrevieron a escalar aquellos riscos. Por su parte, las fuentes islámicas sostienen que lo que en realidad ocurrió fue que los cristianos no osaron bajar.
El castillo de Osma (Soria), abandonado desde el siglo XIV, ha vuelto ahora a la vida después de más de diez años de estudios y de una restauración financiada por el Ministerio de Cultura. La investigación de la fortaleza –encabezada por Fernando Cobos, doctor arquitecto y experto internacional en patrimonio, y Manuel Retuerce, arqueólogo de la Universidad Complutense– ha destapado, entre otras cuestiones, la tecnología empleada por los reducidos defensores para rechazar las gigantescas acometidas musulmanas: las saeteras inclinadas, tecnología que los sorianos trasladaron a los cruzados para su guerra en Tierra Santa.
Las primeras noticias del castillo de Osma son del año 910, cuando se erige –sobre un asentamiento de la Edad del Bronce- en un pico de la inestable frontera que dividía el Reino de León del califato. Pocos años después de su construcción fue arrasado por los ejércitos de al-Ándalus. Decidido a convertirlo en la pieza clave de la frontera, Ramiro II lo refuerza para que pueda resistir a las tropas califales, que terminarían tomando y reconstruyendo en los años siguientes la cercana fortaleza de Gormaz, que se convertiría en su base de operaciones y de asedio contra Osma. Hasta levantaron varias torres de vigilancia en las proximidades para controlar cualquier movimiento cristiano en Osma.
Entre el 934 y el 989 Osma es ya la principal línea de resistencia del Reino de León en la frontera del Duero. Pero en el 989 Almanzor consiguió tomarlo y lo reformó. En el 1011 los cristianos lo recuperaron. Tres años después, los cristianos tomaron Medinaceli, a unos ochenta kilómetros al sureste, por lo que Osma perdió su importancia estratégica. En el siglo XIV se allanó su interior tapando las singulares saeteras para crear nuevos espacios habitables. En el XVIII sus mejores sillares –muchos de procedencia romana, ya que en las cercanías se erigía la ciudad romana de Uxama– se transportaron para levantar la catedral del Burgo de Osma. En 2005 se iniciaron los trabajos de restauración.
El castillo de Osma rebosa enigmas históricos y arqueológicos. Uno son sus saeteras, que se situaban al pie de sus muros, no en las partes altas de las murallas, como es lo habitual. La ubicación inferior de estas aberturas se debe a que las almenas solían ser barridas por las máquinas de guerra musulmanas, por lo que las bases de los muros eran los lugares más seguros para la defensa.
Las saeteras de Osma son una apertura mucho más estrecha de lo normal para evitar que las flechas enemigas se introduzcan, pero disponen de un pequeño conducto en su parte inferior por donde sale el dardo del defensor. Su inclinación, en el caso del castillo de Osma, variaba, según el lugar de la fortaleza donde se abriesen: más inclinación del terreno, más inclinación de la saetera, lo que permitía apuntar directamente a las tropas enemigas y mantenerse a salvo, una especie de tiro al plato. "En esta época, no existe en ningún lugar de Europa este tipo de defensa. Solo se ha hallado en algunos castillos cruzados en Tierra Santa construidos años después. Su aparición en Tierra Santa para defenderse de ejércitos superiores pudo ser debida a Pedro González de Lara, que era hijo del tenente real [máximo responsable] del castillo y que viajó a Jerusalén como escolta de la mujer del conde de Tolosa” o de su hermano Rodrigo González de Lara que construyó un castillo en Tierra Santa para donárselo a los caballeros templarios”, señala Cobos.
Alejado ya de la frontera bélica, sufrió una fuerte modificación a finales del siglo XIII y la primera mitad del XIV para adaptarlo a las necesidades del momento. En su interior se levantaron zonas de acuartelamiento con barracones y letrinas y más tarde unas dependencias episcopales.
La fortaleza de Osma estuvo a punto de desaparecer en el siglo XVIII cuando los Ejércitos borbónicos lo barrenaron para evitar que fuera tomado por los partidarios de los Austrias. Felizmente, la idea se desechó al no llegar nunca a Osma estos últimos. El castillo será en breve visitable. “Las pronunciadas pendientes que lo salvaron en los asedios, siguen ahí, por lo que solo se puede visitar si se va provisto de buen calzado y te gustan las excursiones”, señala Cobos. “De todas formas, es un castillo roquero único, por lo que merece la pena verlo”, concluye el arquitecto.
Babelia
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