Teresa Berganza: siempre con la verdad por delante
La cantante era verdad por los cuatro costados. Por defender la de Mozart fue capaz de enfrentarse incluso al intocable Karajan. Aunque si hubo un compositor con el que se identificó por encima de los demás fue sin duda Rossini
Cuesta trabajo en días como hoy la coherencia a la hora de escribir en pasado sobre alguien que sigue iluminando el presente. Alguien tan grande como Teresa Berganza, que enriqueció sus relaciones con amor, humor y, siempre, con la verdad por delante. El amor lo derrochó a raudales con los suyos, pero también con otros personajes que parecen escaparse del marco de alguien a quien se tiende a encasillar en el paisaje de la música clásica como un absoluto. De su amor a los de casa da testimonio lo que ocurrió tras un histórico recital en el Teatro de la Zarzuela, preludio de su regreso al coliseo madrileño en formato operístico: en 1991 con Rinaldo y un año más tarde como esa Carmen que la encumbra en la historia de la ópera. Aquella noche, tras regalar nueve propinas para saciar la sed de Berganza de la audiencia, se despidió con su castiza simpatía diciendo: “Me voy, porque tengo que dar la cena a mi nieta”.
De los que después llegaron a su vida, imposible olvidar la devoción con que hablaba de Luz Casal, que siempre correspondió con la misma moneda. “Si preguntas a Teresa cómo se siente cantando Carmen, dirá: Yo soy Carmen”, afirmó en una ocasión la cantante gallega. Teresa Berganza necesitaba afianzarse en la autenticidad para acometer cualquier proyecto. Hace unos años, cuando le envié una fotografía de la isla de Naxos, respondió: “Cuando, como Ariadna, llamaba a Teseo, imaginaba Naxos así”. Teresa era verdad por los cuatro costados. Por defender la de Mozart fue capaz de enfrentarse incluso al intocable Karajan. Aunque si hubo un compositor con el que se identificó por encima de los demás, fue sin duda Rossini (no por azar bautizó su casa como Rossiniana).
A ese respecto queda como anécdota un episodio que vivió con el reputado director Charles Mackerras, con quien tanto trabajó, quien después de un encuentro me pidió le transmitiese su amor. Entre risas, Berganza recordó entonces una anécdota sucedida en la Ópera de San Francisco. “Después del primer ensayo de Cenerentola me mostró sobre una partitura los adornos que él había introducido y me dijo que los aprendiese para aplicarlos en el siguiente. Me llevé la partitura conmigo y, en el posterior ensayo, al llegar el momento lo canté exactamente igual que la primera vez que pasé el papel. Mackerras paró la orquesta y, dirigiéndose a mí, preguntó por qué no lo había hecho tal y como él me había indicado. Ni corta ni perezosa contesté: ‘No te lo vas a creer, maestro, pero esta noche se me ha aparecido Rossini y me ha dicho: Teresa, no hagas lo que te dice Mackerras. Tú interpreta el papel como siempre lo has hecho. Que para eso te he elegido a ti para que me cantes’. Los músicos de la orquesta se echaron a reír, aplaudiendo mi broma. Y él no se enfadó, porque siempre fue conmigo muy rico y muy cariñoso”. Así era Teresa: fidelidad por encima de todo. La vamos a echar mucho de menos.
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