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Kirmen Uribe: “La novela es una segunda oportunidad que te da la vida”

El escritor vasco recupera en su último libro la figura de Rosika Schwimmer, célebre sufragista y pacifista de principios del siglo XX, como homenaje a las mujeres fuertes y valientes que le criaron

Kirmen Uribe
Kirmen Uribe, en la Biblioteca de Nueva York, el 23 de marzo.EDUARDO MUÑOZ
María Antonia Sánchez-Vallejo

Encerrada en 176 cajas en el sótano de la Biblioteca Pública de Nueva York, la historia de Rosika Schwimmer (1877-1948) se resistía a no ser contada. La peripecia vital de la sufragista y pacifista húngara exiliada en EE UU, que la revista Time glosó como una de las personalidades del año de su muerte junto a la del Mahatma Gandhi, permanecía en silencio, sin ninguna biografía a la altura del personaje, pese a la labor de su secretaria y amiga, Edith Wynner, que documentó durante 50 años la existencia de la activista en ese material, pronto olvidado y encerrado en esas cajas. Hasta que el escritor Kirmen Uribe (Ondarroa, Bizkaia, 51 años) empezó a buscar historias de mujeres fuertes y poderosas como las que le criaron en el Euskadi de los ochenta; figuras enérgicas que le llevaban a manifestaciones proaborto o le insuflaban la pasión por los libros. Uribe descubrió en internet el tesoro de las cajas recopiladas por Wynner y presentó un proyecto para una beca, “de concesión dificilísima,” en la Biblioteca neoyorquina. El fruto de esa investigación, la novela La vida anterior de los delfines (Seix Barral), se presentó el lunes en Madrid y este miércoles en Barcelona.

Uribe, premio Nacional de Narrativa en 2009, recorre la venerable sede de la Biblioteca en una ciudad en la que vive desde 2018 y de la que se confiesa enamorado. En la novela, “un juego de espejos en el que también confluye la experiencia migrante” de ambos, la protagonista y el autor, Uribe aborda el perfil poliédrico de Schwimmer, “con una conciencia cultural e ideológica muy clara desde la niñez; sindicalista y feminista a la vez”, tan compleja que a menudo suscitó recelos en los distintos movimientos de las causas que defendía. “Se hizo famosa en Hungría, su país natal; la ficharon para la central de mujeres sufragistas de Londres; abanderó la Internacional feminista y alentó una iniciativa, el Barco de la Paz, con una amplia delegación de sufragistas, pacifistas, intelectuales y periodistas [estadounidenses] para Europa con el fin de organizar una conferencia de paz y parar la guerra”, explica Uribe, en alusión a la I Guerra Mundial (1914-1918). “Lo intentaron, aunque fracasaran: a menudo los triunfos en derechos civiles se han logrado a base de pequeñas derrotas, y la causa de Schwimmer confluyó después en la Conferencia de Naciones y, luego, la ONU”, sostiene el escritor, mientras recuerda que su legado y su memoria quedaron sepultados por la Guerra Fría.

Schwimmer fue una mujer de armas tomar, si se permite la expresión para alguien que, al negarse hipotéticamente a empuñar un arma contra los enemigos de la nación, se vio privada de la ciudadanía estadounidense, viviendo hasta su muerte en Nueva York en un limbo administrativo. El vívido interrogatorio ante el juez que debía decidir sobre la concesión de la nacionalidad, en 1929, abre el libro. Refugiada en EE UU al constatar que su figura empezaba a resultar molesta en Londres, la activista logró entrevistarse en la Casa Blanca con el entonces presidente Woodrow Wilson y forjó una relación fluida con el magnate Henry Ford; a ambos intentó convencerles de la necesidad moral de impedir la guerra en Europa.

El descubrimiento del tesoro Schwimmer puso a Uribe ante “un libro no escrito; una novela en crudo, con todos los ingredientes”, que el autor desarrolla en un juego de planos que van del Euskadi de los ochenta y el Nueva York contemporáneo a la Europa de la Primera Guerra Mundial. “La primera parte, sobre el año de la beca, 2018-2019, la cuenta el escritor, un trasunto mío. Son los años prepandemia, de aclimatación a Nueva York. La segunda, Nora, su compañera; un cambio de foco en el que vemos al escritor desde fuera, en una crisis creativa. La tercera la cuentan los hijos″, explica Uribe, que hoy se considera “más novelista que poeta” aunque siga frecuentando la lírica. “La primera parte es un relato autoficcional, porque el contenido tiene un significado, pero también la forma. La segunda parte la cuenta ella: es la juventud del autor, los años duros de heroína y violencia en Euskadi; la violencia social y cultural contra las mujeres”.

La sufragista Rosika Schwimmer, en una imagen sin fechar.
La sufragista Rosika Schwimmer, en una imagen sin fechar.ARCHIVO BETTMAN

El último tema se plasma en un episodio histórico. “El juicio en Bilbao en 1979 contra 11 mujeres que habían abortado, cuya defensa se basó en parte en la ley del aborto de Nueva York, según la cual el Estado debía garantizar a las mujeres la interrupción segura del embarazo. Esa ley recoge además el dictamen de un rabino de la ciudad” en favor de las mujeres, explica Uribe. La novela recuerda momentos del juicio, incluidas manifestaciones a las que él iba de la mano de su tía Bego, que le inoculó la inquietud social y la pasión por la lectura. “Las mujeres perdieron el juicio, y aunque apelaron, la sentencia fue confirmada por el Supremo, con el único voto en contra de [Francisco] Tomás y Valiente, al que después mató ETA… No ganaron, pero el proceso contribuyó a colocar el tema en la opinión pública”.

El libro es un compendio de causas y afanes, de alientos vitales, y el del alegato contra la violencia “es una idea muy vigente, no aprendemos las lecciones de la historia…”, dice, en referencia a la guerra en Ucrania. “Schwimmer quería parar la guerra, soñaba con una república federal mundial, sin ejércitos, como humanista que era. Fue siempre un paso por delante, creaba tensiones. El intelectual, el escritor, debe ser eso: incómodo”. A Uribe también le gusta ir un paso por delante, “tal vez por eso vine a Nueva York”, cuenta, mientras señala el parque, contiguo a la Biblioteca, bajo el que se acumulan “tres millones de volúmenes”, parte de los fondos de la institución. Una bella metáfora de cómo la savia de los libros ofrece un alivio al asfalto y las prisas de la ciudad de los rascacielos.

“Me gusta trabajar con la forma, que ha cambiado la literatura: la no ficción entra en la ficción, mi novela es muy transgénero, híbrida. El periodismo y el cine han cambiado la novela: qué habría sido de Faulkner sin el cine o de Hemingway sin el periodismo. Vivimos conectados a internet, y eso también está transformando la novela, que hoy es de género fluido”, apunta. Sigue escribiendo poesía (su último poemario, 17 segundos, en Visor, alude al promedio que un visitante del Met dedica a cada cuadro). Pero como crío con los zapatos nuevos de su último libro, se muestra vocacionalmente novelista: “Trato de escribir lo que no se ha escrito, de construir una realidad que no existe y hacerlo de una manera diferente. Para mí, la novela es una segunda oportunidad que te da la vida, porque el pasado es insistente”. El tema del exilio no es sin embargo nuevo en su obra: en la novela Lo que mueve el mundo recogía una historia de exilio protagonizada por un héroe anónimo.

Su pasado de adolescente en Euskadi, rodeado de mujeres fuertes (“la valentía de mujeres como Schwimmer está en todas ellas”); su presente, embelesado por los cantos de sirena de los rascacielos. ¿Qué o quiénes son los delfines que dan título al libro? “Unas criaturas de la mitología vasca, las lamias, parecidas a las sirenas, convertían en delfines a todos cuantos se enamoraban de ellas”, explica. El Kirmen Uribe de 2022 se debate entre los reclamos de las sirenas y de la ninfa Calipso, lejos como Ulises, pero a la vez tan cerca, de su Ítaca.

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