“Cada vez más la piratería está siendo impulsada por el crimen organizado. No hablamos de cuatro adolescentes”
Daren Tang, director general de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, defiende que creadores e intermediarios deben trabajar juntos o el modelo “no será sostenible”
De joven, fue pianista de jazz. “De forma muy seria”, subraya Daren Tang (Singapur, 50 años). Tanto que sus actuaciones le ayudaron a costear parte de la carrera en Derecho. Para sus padres, sin embargo, no bastaba: le convencieron para buscar un trabajo donde ganara “dinero suficiente”. Hoy ocupa el puesto de director general de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO en sus siglas en inglés), agencia de la ONU, y no padece las mismas estrecheces económicas que muchos artistas. Pero su experiencia como creador le dejó alguna lección. “Siempre me he mantenido en contacto con la comunidad de músicos, y sé lo complicado que es”, afirma.
La historia personal de Tang ofrece una segunda moraleja: “La cadena de valor de la propiedad intelectual es extremadamente compleja. Implica a muchísimos actores. Están los creadores, los sellos, las plataformas, los productores, las organizaciones colectivas de los derechos de autor y, luego, el consumidor. Hay que encontrar un sistema equilibrado y eficaz que permita a todos mantenerse. Si no nutre a todas las partes, no será sostenible”.
Algunos, eso sí, parecen alimentarse más que otros. Ahí están los músicos que denuncian que Spotify o YouTube obtienen ingresos millonarios gracias a su obra, y solo comparten las migas; o los grandes estudios que se llevan el 60% de cada entrada de cine; o los escritores que reciben el 10% del precio de venta de sus libros. Tang responde que el poder alcanzado por las plataformas digitales supone “un desafío, pero también una oportunidad”. Recuerda que “muchos artistas latinos” dominan las escuchas en streaming, y cita a Despacito o el rapero Bad Bunny, que descubrió en su reciente visita a España, donde participó en un encuentro con jóvenes talentos locales en la IE University. Para rematar su argumento, apela a la diplomacia: “No hay un lado ganador en esta batalla. Si se convierte en una conversación divisiva, no ayudará a la industria”.
El choque, sin embargo, es la tónica habitual del sector. Varios eurodiputados reconocieron que ningún asunto en los últimos años fue tan polémico como la votación en el Parlamento de Estrasburgo de la nueva directiva de la UE sobre el copyright, que España está transponiendo. Y los creadores lamentan a menudo que sus obras se difunden más que nunca, pero sus ingresos no han mejorado. Tang avisa de que su organización no opina de leyes nacionales, pero sí admite su sorpresa: “Yo vengo de Asia y debo decir que en otras partes del mundo hay una actitud bastante positiva hacia la propiedad intelectual. En Europa, donde se fundó el sistema moderno de derechos de autor, a veces hay escepticismo. Se percibe en determinadas áreas como un obstáculo”.
Frente a ello, él aporta optimismo: “La industria creativa se ha convertido en una parte muy grande de la economía. En México supone más del 3,5% del PIB. En España también supera el 3%. Ya no solo los países desarrollados, sino también los que están en vías de desarrollo están empezando a promoverla. El denominador común en todo el mundo es tomársela muy en serio”. Sus ejemplos abarcan desde Bollywood y Nollywood, las dos mayores fuentes globales de producción de cine por encima de Hollywood, al éxito de la cultura de Corea del Sur; de las nominaciones al Oscar para Javier Bardem, Penélope Cruz o Guillermo del Toro a las creadoras de videojuegos Lara Marín y Lara Rodríguez, las ceramistas o los músicos Jacobo Serra y Valeria Castro, que conoció durante su estancia en España.
La WIPO nunca prescribe legislación, como destaca una y otra vez Tang, sino que impulsa a los Estados miembros y a los protagonistas del sector a hablar y encontrar soluciones. La agencia puede contribuir con datos, informes, contactos o programas específicos —el departamento para creadores ayuda a los artistas a aprovechar la tecnología en su beneficio, mientras que WIPO Alert señala páginas web piratas— para los autores, pero no con sugerencias directas. Por ejemplo, explica, la organización está analizando recientemente el auge de los streamers en su Comité Permanente de Derechos de Autor y Derechos Conexos, como parte de un tema más amplio sobre el entorno digital.
Una de las grandes batallas de la organización que preside es la lucha contra la piratería. Al fin y al cabo, para la industria cultural siempre ha sido el enemigo público número uno. Tang evita contestar si esa misma industria también debe hacer autocrítica por un exceso de resistencia y retraso en adaptarse a la revolución digital, y prefiere centrarse en una receta para combatir los accesos no autorizados: “Lo más complicado, quizás, es fomentar una conciencia de que, cuando alguien crea, debes respetarlo. Eso significa que no les quites ilegalmente algo que han sacado de su talento, de su alma, de su tiempo. Lo segundo que debemos hacer es crear un buen mercado de propiedad intelectual donde se puedan consumir las canciones u otros productos. Y lo tercero es tener las leyes y regulaciones correctas para que, si es necesario, se pueda actuar con la fuerza de una manera eficiente y justa. Cada vez más la piratería está siendo impulsada por el crimen organizado. Así que no estamos hablando de cuatro adolescentes”.
Aun así, Tang desgrana números que apuntan a un futuro sólido para la creación. Cita el colosal volumen de negocio de los videojuegos, el mayor de todo el sector cultural (147.000 millones de euros en 2020, según la consultora estadounidense Newzoo); o el aumento disparado del streaming en los últimos años. Donde, recuerda, “Latinoamérica es la región de más rápido crecimiento”. Se pueden añadir los 363,8 millones de euros recaudados por el conjunto de las entidades de gestión de derechos de propiedad intelectual en 2020 —en plena crisis pandémica, cuando el cine, por ejemplo, ingresó 169,7 millones de euros— o las 24.928 nuevas creaciones que se inscribieron ese mismo año en el Registro General de la Propiedad Intelectual.
Para explicar la importancia de los derechos de autor, Tang recurre de nuevo a una historia personal: “En España me reuní con una señora que vendía tartas. Era abogada, pero dejó su trabajo porque se dio por vencida y comenzó un negocio de venta de postres desde su casa. Y la propiedad intelectual también es relevante para ella, porque no se trata solo de grandes empresas, sino de los emprendedores, pymes, innovadores y creadores. Si no proteges tu marca registrada, hay muchas posibilidades de que a alguien le guste. Y pese a todo el trabajo que has hecho para ofrecer una experiencia única al cliente con tu comida, no podrás ganarte la vida con eso”. A él le sucedió con el piano. Por lo menos, intenta que no les pase a otros.
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