El espíritu libre de un seductor
Ricardo Bofill tenía varias maneras de mostrarse, era uno siempre en todo, así en política como en lo personal, y se traslucía en su arquitectura
Siempre suele haber una faceta de la gente a la que más queremos que no nos gusta. Pero nunca me sucedió con Ricardo Bofill, quizá la persona más original que desde el punto de vista personal he conocido desde los años de la editorial Seix Barral de la Barcelona de los 60 y 70, por donde también pasaron entonces sus inseparables Salvador Clotas y José Agustín Goytisolo, en los encuentros de los mediodías en una cervecería de la calle Balmes o en las noches de Bocaccio.
Era original porque tenía una personalidad unívoca: las cosas que no te gustaban de él estaban tan entrelazadas con todas las demás que te fascinaban, quedando minimizadas; ese punto de orgullo personal que mostraba se acababa convirtiendo en uno de los puntos fuertes de su amistad. Y eso era así porque, aunque tenía varias maneras de mostrarse, era uno siempre en todo, así en política como en lo personal, y se traslucía en su arquitectura, entendiéndola también como su mirada sobre el mundo.
Es cierto que desprendía una imagen de frívolo y de seductor, que también lo era; le gustaba dar esa imagen porque era un provocador nato: si le acusaban de niño pijo, aún se hacía más el pijo; si decían que su arquitectura era extravagante, aún lo exageraba más en el siguiente proyecto… Y así iba provocando en el amor, en el oficio… y hasta en la enemistad. Veo en él a un ser que deseaba ser realmente libre, se comportaba exactamente como le daba la gana, siempre según sus intereses vitales. Y ese contexto explica su particular sentido del humor, donde siempre había un comentario provocador y punzante, envuelto con el color del chiste o de la broma, que pespunteaba el elogio y hacía dudar al interlocutor. Nunca me pareció detectar mala fe: era esa manera de comentar y opinar muy parecida, creo, a la que en muchas ocasiones mostraba Oriol Bohigas.
Estudió de niño en Virtèlia, pero su paso por esa escuela privada de orientación cristiana y catalanista, supuesto vivero de la élite barcelonesa, no le hizo especialmente nacionalista. Es más, creo que Bofill nunca lo fue, en sentido estricto. Si algo fue siempre es internacionalista, como demuestra que buena parte de su labor como arquitecto la realizó fuera de España. Tampoco creo que fuera un gran exponente de la burguesía catalana: de las supuestas convenciones que la caracterizan, Bofill cumplía muy pocas, como demostró en todo y, en concreto, en el amor, uniéndose diversas veces y con actrices y artistas. Esa gran libertad personal, brutal, ese querer decir y defender y atacar y opinar lo que quería ya estaba en el ambiente familiar; algo de ello puede detectarse también en su hermana Anna, que se dedica, entre otras cosas, a la música.
No, Ricardo Bofill no era el arquitecto de la gran burguesía catalana, como no lo era prácticamente nadie de la Gauche Divine. ¿Quién representaba en aquellas noches a esa burguesía catalana que siempre se ha escondido de todo? No importa. El caso es que a Ricardo lo veía bastante poco estos últimos tiempos, pero sigo teniéndole y le tendré siempre por uno de mis mejores amigos. Su marcha me hace pensar, mirando atrás, que habría podido aprovechar más aquellos tiempos, que yo no tenía aún la mirada correcta para absorberlo todo, la riqueza de ideas y personas que apenas ahora empiezo a entender y abarcar. Con la muerte de tantos, y ahora la de Ricardo, a veces tengo la impresión de que, cuando me siento sola, soy yo la que ha muerto, mientras ellos, todos, siguen viviendo en este mundo.
Babelia
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