Ricardo Bofill: “Yo fui el principio del ‘star system”
FUE EL PRIMER español que construyó un rascacielos en Estados Unidos –el 77 West Wacker Drive, en Chicago–, al que siguieron otros en Beirut, Tokio o Barcelona. Con un pasado en el que se codeó con primeros ministros franceses, poetas de la gauche divine –que compartieron su primer estudio– y con Julio Iglesias, del que fue consuegro, Ricardo Bofill (Barcelona, 1939) fue, hasta que apareció Calatrava, el proyectista español más internacional. Sigue en activo. Ahora construye sobre todo en Rusia y en China.
“Me fui en cuanto pude”, cuenta en sus memorias. ¿Qué buscaba? Tras la guerra, Barcelona era fea, sucia y pequeña. Y yo, antifranquista. Me expulsaron de la universidad y del país. Eso me llevó a ser otro tipo de arquitecto. He vivido como un nómada, dando vueltas para conseguir hacer arquitectura. Construir en 40 países te multiplica los puntos de vista. Viajar obliga a distinguir entre lo que piensas o esperas y la realidad. Te acerca a quien vive a escala planetaria, como un cantante, pero te aleja de la gente con una cultura más local.
¿Qué se mantiene al moverse tanto? Tu ADN: de quién eres hijo y cómo eres. Me he llegado a conocer bien y soy autocrítico. He sido hiperactivo, un niño prodigio, entre comillas, empujado por una madre judía italiana que me educó fomentando mis capacidades. Mantengo mis primeras convicciones: la defensa de las libertades individuales. Todas las que se reivindican ahora, incluida la eutanasia, las defiendo desde que tenía 15 años. No 16, 15.
Una visión macro. He necesitado entender las razones reales que hay detrás de una guerra, no solo detrás de la forma de una ciudad. Lo que se explica desde la prensa o los libros de historia rara vez es lo real. La óptica occidental es parcial.
¿Solo la occidental? Aquí habla mal de China gente que ni ha estado allí. Y allí te das cuenta de que es un país donde se ha dado el cambio más rápido de la historia de la humanidad. No defiendo su sistema político, pero es absurdo no tratar de entender qué ha pasado: China es como Europa en el siglo XX, ha logrado transformarse.
No socialmente… Pasar de un estado que aquí llamamos feudal a industrializarse es comparable a Francia tras la revolución.
En Francia defendían la igualdad. Tendrán los problemas del desarrollo. A lo mejor hay que asumirlos en esta primera fase. Es básico tratar de entender. No puedes repetir lo que has oído.
Hoy se reivindican proyectos como su Muralla Roja, en Calpe. Y todavía me llaman de Francia para hacer vivienda. Pero mi obra no tiene la trayectoria académica de los Pritzker. Me interesan otras cuestiones. El museo o la obra aislada no.
Construyó edificios aislados: el Teatro Nacional de Cataluña… Pero he trabajado más los problemas comunes. Museos o edificios de los que interesan a la mayoría de arquitectos hay un 1%. El resto del mundo es ciudad y vivienda.
Con el mítico edificio Walden, en Barcelona, quiso “introducir el templo en la vivienda social”. Aunque es la célula de la arquitectura, la élite arquitectónica no se interesa por la vivienda ni por la ciudad. La primera es lo básico, pero lo más difícil. La segunda es a la vez lugar de cambio social y espacio de corrupción y especulación donde están todos los males.
Cuando se tuvo que ir de España, ¿su familia lo apoyó? Mi familia es que era así. Mi padre, arquitecto y constructor, era de Esquerra Republicana, de familia de médicos que habían trabajado con Ramón y Cajal, un burgués catalán más bien catalanista. Mi madre era judía veneciana, hija de anticuario. Vengo de una familia ilustrada. Me apoyaron.
¿La religión ha tenido alguna importancia en su vida? Cero. He sido siempre ateo. Las religiones me interesan para entender lo que ocurre.
“mi obra no tiene la trayectoria académica de los premios pritzker. Me interesan otras cuestiones. El museo o la obra aislada no me interesa”.
¿La literatura le ha servido para proyectar? No. La arquitectura me ha servido como lectura del mundo. Cuando voy a Chicago y veo los rascacielos, lo primero que pregunto es cuánto vale uno. Es el dato fundamental. Un edificio que cuesta 200 millones de dólares cuesta lo mismo que la deuda que tiene Burkina Faso. La arquitectura que me gusta es la pobre o la extremadamente culta del Renacimiento. Cuando no es de primer nivel, la pobre ofrece mejores lecciones porque su estética no está basada en la riqueza.
No parece haber trasladado esa predilección por lo sencillo a sus proyectos. La arquitectura del Walden es ambiciosa pero sencilla. Yo vivo y trabajo en una fábrica…
Monumental. Sí, por la escala.
Comenzó haciendo proyectos utópicos. La arquitectura sola no tiene sentido. Los sociólogos, poetas y arquitectos del primer Taller decidimos relacionarla con otras disciplinas. Analizábamos los tipos de familia en lugar de asumir la familia burguesa como modelo. Entonces hablar de homosexualidad era impensable. Luego la vida me ha enseñado que la familia burguesa es un modelo económico que funciona cuando hay crisis. Equivale a protección. Siempre hay resistencia al cambio, pero estábamos convencidos de que se podía cambiar la manera de vivir, estas cosas que siguen pensando los jóvenes. Para existir, la utopía se tiene que transformar en realidad, y ese paso le hace perder ambición. Es necesaria para cambiar, pero construirla es peligroso. Algunas han degenerado en lo contrario de lo que defendían.
¿Sus utopías fracasadas le han hecho menos osado? Argelia fue un intento de hacer vivienda de otro modo. Trabajábamos con el Gobierno hasta que, en lugar de adaptar la tradición, se pusieron a comprar prefabricados a Polonia que les compraban a los rusos que a su vez les compraban a los inventores franceses. La necesidad de vivienda es un gran negocio.
Siempre ha sido consciente de la relación entre arquitectura y negocio. Lo aprendí en Nueva York. Lo primero que preguntaban los promotores era ¿cuánto cuestas?, ¿qué garantías das?
¿Qué garantías daba? En los contratos preguntaban: si te mueres, ¿qué ocurre? Eso te descoloca una vez. Luego lo tienes pensado. Cuando tienes responsabilidades fuertes y conoces el parámetro dinero, puedes hacer dos cosas: jugártelo para hacer arquitectura social o hacer los productos más caros del mercado. Y yo he hecho las dos cosas. Las viviendas de Argel y el edificio más caro de Japón –la sede de Shiseido en Ginza–. La vivienda social es el tema más difícil. Concentra todas las contradicciones y perversiones. He seguido haciendo proyectos para Rusia, China y ahora India. La arquitectura potente en los países occidentales se ha terminado.
¿Por qué le interesa la escala gigante? Aeropuertos, rascacielos, barrios… Mi padre era un buen arquitecto, pero un constructor artesano. Trabajé con él. Hice la casa de mi tía en Ibiza con 19 años. Luego quise pasar de la artesanía a la industria.
¿No terminó de estudiar? Terminé en Ginebra.
Defiende la ciudad mediterránea. ¿Cabemos todos? Sí: plazas, escala humana, continuidad y mezcla. Está en crisis porque es cara, pero la gente del suburbio solo quiere quedarse allí cuando se parece al centro.
Durante siglos las ciudades han crecido a capas. ¿Cómo hacerlo hoy? Hoy no hay un modelo urbano porque no hay modelo social. No hay utopía política, o la que hay tiene capacidad crítica, pero no capacidad de propuesta. Constatar las limitaciones de la democracia no es fácil. Sobre todo cuando no hay alternativas.
¿No las hay? Políticamente los modelos que proponen son del pasado, no sirven para el presente. La parte crítica actual es bastante buena, folclórica a veces y un poco vulgar, pero interesante. En cambio, la parte propositiva es baja.
¿Usted qué propone? Vivimos una incertidumbre generalizada y la arquitectura no puede darle la espalda. Dicho esto, a mí lo que me emociona de la arquitectura es el espacio, no la voluntad de solucionar la vida de la gente.
¿Las ideas que lo llevaron a oponerse a Franco no conducen a un tipo de arquitectura? Sí. No participo en concursos para edificios aislados.
Fue contestatario contra Franco, pero no lo ha sido en China, donde ha construido, o en Rusia, donde no se sabe qué tipo de régimen gobierna. Yo sí lo sé. Sé muy bien cómo funciona Rusia…
¿Cómo? Stefan Zweig escribió Viaje a Rusia, que todavía define al país: tres veces Norteamérica y mucho más vacío. Impera la meritocracia, pero es piramidal y autocrático. Allí los profesionales liberales ven la democracia como algo de tercer nivel. Lo importante es tener trabajo y mantener el orgullo ruso de ser una primera potencia mundial. Las libertades llegan después de todo eso; por eso, cuando construyo allí, lo único que puedo hacer es mi edificio lo mejor posible. Que la arquitectura no puede salvar al mundo lo supe con 35 años.
La reparación arquitectónica que defiende, ¿no debería conducir a la autocrítica? Todas las profesiones que avanzan reparan. Para curar una cosa es necesario arriesgar otra. A mí me estimula la invención. Son las diferencias lo que salva. Toda Europa como Alemania sería una aberración. Lo mismo en arquitectura. No todo lo que se haga desde un despacho tecnológico de Londres tiene que valer para todos los lugares del mundo. Imponer un estilo a otras culturas es una locura.
Usted ha sido parte del star system. Pero de otra manera. Yo fui el principio del star system [risas].
“LE CORBUSIER NO ME GUSTA. SU TEORÍA URBANÍSTICA ES DE MALA PERSONA. EN FRANCIA SOY UN CRÍTICO RECONOCIDO DE SU OBRA”.
Luego Calatrava le robó el puesto. Es un tipo que vale. Tendrá defectos, pero tiene gran capacidad y talento. Yo he querido revisar la arquitectura de los lugares, la de la historia y a mí mismo. Ponerme en crisis me da energía.
¿Qué proyecta ahora? Los últimos años de mi vida. Me toca aceptar que la muerte está cercana. Saber disfrutarlo es duro, pero apasionante.
¿Se aprende a envejecer? Hay culturas que lo enseñan, pero uno aprende conociéndose a sí mismo. Cada vez me conozco más. Sé lo que sé hacer y lo que no, pero sé tener opinión. Y puedo ver a los demás sin apasionamiento. Incluso a los arquitectos.
¿Qué quiere decir? De los arquitectos buenos sé cómo es cada uno, qué vale, qué sabe y dónde se equivoca. Me interesan los que tienen talento para crear espacios nuevos. Por ejemplo, Kazuyo Sejima.
Es generoso que reconozca a una competidora. A los arquitectos no les gusta hablar de colegas vivos. Incluso cuando hablan de los muertos, hablan de muertos poco conocidos. Moneo no habla de Miguel Ángel, habla de Villanueva, que está bien, pero no deja de ser un arquitecto de tercera… No sé, si te pones a leer en serio, también leerás a Cervantes o a Shakespeare, ¿no?
¿Un arquitecto solo puede ser grande si es capaz de reinventar el espacio? No. Foster lo que crea es tecnología. Y también es grande. Es un superdiseñador, pero delante de la plaza de Bernini no te sabe decir las proporciones que hay. Hay muchas maneras de ser arquitecto. A mí me gustan los creadores de época.
¿Quiénes son hoy? Muchos. A Richard Meier lo llamo el Miró de la arquitectura porque siempre hace lo mismo pero muy bien. Y eso que es discípulo de Le Corbusier, que no me gusta.
Criticar a Le Corbusier en su disciplina es negar la mayor. En Francia soy un crítico reconocido. Su teoría urbanística es de mala persona.
¿Usted es buena persona? No, no lo sé. Pero él era malo. No le gustaba la ciudad, por eso la dividía: una máquina para vivir, otra para trabajar. Era un gran creativo con una ideología nefasta. Admiro el talento de Frank Gehry. Le sale tarde, primero se tiene que aclarar personalmente yendo al psicólogo, pero tiene un talento impresionante para crear.
¿Usted ha necesitado un psicólogo? No. Hago autoanálisis constantemente.
¿Ese replanteamiento lo ha aplicado a su vida familiar o ahí ha sido conservador? Al principio creía que tenía que estar solo, asociaba familia a inmovilidad. He tenido una vida muy de los setenta, de los que estábamos en el lado del cambio en las relaciones familiares. Por tanto, he tenido muchas relaciones.
¿Cómo se educa a un hijo cuando uno ha escrito “tomaba sustancias alucinógenas a altas horas de la noche tratando de hacer la revolución”? Siempre te equivocas con la educación de los hijos. La permisividad completa crea problemas, y el sistema ordenado francés, también. Las mejores formaciones despiertan las capacidades de cada uno. La educación judía consolida la personalidad. No busca formar, busca potenciar.
La de su madre. ¿Cómo supo ver sus cualidades? Esto no se debería contar, pero ya de pequeño me decía que era una persona especial.
Lo decimos todas, ¿no? Pues al final fue verdad porque comencé a construir y conseguí muchos premios.
A su hermana, también arquitecta, ¿se lo decía? Menos.
¿Tenías que ser chico para ser especial? Es posible.
Usted tiene dos hijos de dos parejas distintas. El primero es arquitecto, y el segundo, economista.
Al primero lo conoce media España desde que se casó con la hija de Julio Iglesias. ¿Se sintió cómodo en el papel cuché? Bueno…, para mí lo de aquí es algo local. Durante una época participé de la vida social francesa al nivel más alto.
¿Disfrutó? No me gusta. Cuando estaba con Mitterrand era el invitado 39 en sus recepciones y lo dejé porque era aburrido. Cada país tiene sus reglas de juego. Si te interesa o el poder te da algo…, pero yo he estado siempre al margen del…
¿Del? Del poder.
“a los arquitectos no les gusta hablar de colegas vivos. Incluso cuando hablan de los muertos, hablan de los muertos poco conocidos”.
Se obsesionó con hacer un rascacielos. Sí. Hoy tengo varios…, debe ser el complejo de un tío que ha nacido en un lugar limítrofe, periférico, como Barcelona.
¿Cómo ve hoy su ciudad? Es una ciudad sin Estado. Un país con dos grandes ciudades es una rareza, piense en París o en Londres.
Piense en Roma y Milán. Italia es un país de ciudades. Allí cada urbe funciona por su propia dinámica. Barcelona ha vivido al margen del poder. Ha sido una ciudad de libertades y mezcla. Todavía hoy el catalanismo y la gente que llega de fuera siguen siendo dos mitades con sendos riesgos de endogamia.
¿Cree que está creciendo bien? Ya no crece, cambió con los juegos olímpicos.
Su hotel Vela redibujó la fachada marítima. Lo han vendido a los cataríes por el doble de lo que costó.
¿Su vida planetaria le convierte en un gran arquitecto o en un gran personaje? Me es muy difícil pensarme de otra manera. ¿Cómo sería si no me hubiera ido por el mundo? Posiblemente triste, porque soy muy poco botiguer [comerciante].
Para no serlo, montó uno de los estudios más potentes del mundo. ¿No ha tenido problemas económicos? No. He conseguido el dinero necesario para tener las menos preocupaciones posibles. Para ser libre has de tener suficiente dinero y nula preocupación por el estatus social.
¿Cómo recuerda la casa en la que creció? Una casa del grupo R, en un pasaje por encima de la Diagonal. A mi padre le gustaba vivir en los pasajes porque no había ruido. Era burguesa y moderna.
Lo que ha sido usted. ¿Ah, sí? [risas].
¿Cómo se ve? Inquieto. He llegado a la conclusión de que o haces funcionar la cabeza, o te mueres. O tienes curiosidad, o esto se acaba.
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