Mitra en la mitología virtual
En ‘Transverse Orientation’, el coreógrafo griego Dimitris Papaioannou ofrece al espectador una inmersión en su propia mitología, que no es otra que la desinencia de la gran mitología que rige nuestra civilización desde lo simbólico a lo poético
Recientemente en unas declaraciones en Londres, sincerándose ante la prensa, Dimitris Papaioannou (Atenas, 57 años) decía no sentirse ni ser coreógrafo; perfecto. Aceptamos al griego como animal de compañía, exótico, eso sí. Y extemporáneo al género profesional y a la clasificación que, seamos sinceros, ha perdido peso desde los tiempos de Meyerbeer y Taglioni, cediéndolo en el entorno contemporáneo a eso que se da en llamar “figuras transversales” del tipo de Pina Bausch y Robert Wilson, por sólo citar dos de último refugio que están presentes, y mucho, en la compleja armazón estética de Papaioannou. El coreógrafo griego dijo en el mismo encuentro: “Recurro a mis bailarines si tengo que reglar una secuencia coreográfica” (sic). Y aquí todos ellos son excelentes artistas, dan un virtuoso recital de adaptación corporal y casi polimorfismo figurado.
Es decir, se trata de un autor de gran espectáculo, de director de obras capaz de controlar los medios actuales, unirlos y dar al espectador una inmersión en su propia mitología, que no es otra que la desinencia de la gran Mitología ―con mayúsculas― que ha marcado y rige nuestra civilización desde lo simbólico a lo poético. El traspaso a través del mar-bañera, el Mediterráneo, como linfa vivificadora y biela cultural, dispuso los elementos que del mundo ático pasaron a la Magna Grecia y de ahí a Roma. Eso somos y de eso se informa Transverse Orientation, la obra que ha programado el Festival de Otoño de Madrid este fin de semana; esas son las herramientas que Papaioannou usa como si de un cirujano se tratara, cada vector mítico es un escalpelo para decirnos, más que quienes seremos, hacia dónde no vamos. El final está tratado como un principio homérico, una apertura sinfónica.
La poeta y helenista Anne Carson (flamante Premio Princesa de Asturias de las Letras) vio el anterior espectáculo de Papaioannou, The Great Tamer [ver reseña EL PAÍS], y escribió un largo poema, una respuesta tan lírica como orgánica a aquel alegato sobre la capacidad destructiva del hombre sobre sus propias construcciones y eficacias. Recurrí a la también poeta y especialista en la obra de Carson, Isel Rivero, que tradujo el poema y me aclaró muchos detalles que hoy están en Transverse Orientation no como una continuidad lineal, sino como una especulación más profunda, una variación angustiada y hasta por momentos perversa de la labor despiadada (Tánatos) del hombre con sus propias invenciones.
Davenport ya atribuyó a Carson y su poesía muy tempranamente un “poder de invención infinito”, y que me permito extrapolar a Papaioannou con su experimentar sobre las tablas. En cierto sentido, Papaioannou es un folclorista depurado que escarba en su etnia y gráficas para prefigurar una síntesis cognoscible y artística (¿no es esto lo que han estado haciendo todos desde Esquilo a Ovidio y desde Anaxágoras a Virgilio?); dice Carson: “La ficción es siempre falsificación” (en “Eros dulce y amargo”), pero esa ficción se yergue en verdad suprema en manos de Papaioannou, nos la devuelve con autenticidad. Para evitar una descripción baladí vuelvo a Carson: “Porque en esta danza la gente no se mueve. El deseo se mueve. Eros es un verbo”. Y esta es la clave conclusiva: Eros y la sensualidad representada a través del desnudo, a veces obcecado, otras pleno y exaltado, pero dominando, mostrándose en su facultad estatuaria ―otra herencia bien reconvertida― donde todo erotismo pasa por la simbiosis mítica. Hay vida mientras hay deseo.
Con habilidad a veces circense, Papaioannou gestiona la invención de figuras fantásticas que sugieren seres míticos y arcaicos, quizás hidras, centauros, grifos y faunos, pero el caso es que los dispone sobre el tapete de la acción coréutica enriqueciendo notablemente la atmósfera. ¿Es un viaje a Hades o se regresa de él? El minotauro, el laberinto, también quizás Onfalia y Heracles intercambiando roles (algo tan de moda hoy con las definiciones, por otro lado, nada nuevas, de transgénero): una catarata de sugerencias, de coro trágico que, en la recta final, se afana en levantar un monumento arrimando piedras ―a la manera del poema de Elizabeth Bishop que, por cierto, escribió en Atenas― con la desesperación y la urgencia ansiosa típicas del teatro griego.
Es la punición que nos toca y nos advierte: ¿es que no somos todos un poco y bastante griegos? Nos espeta Papaioannou. Sísifo tiene una respuesta ambivalente. El toro, encarnación de un Mitra eterno que colisiona con el sacrificio y lo representa, es otro hito y hallazgo de Transverse Orientation. Está demostrado cómo en la cultura ática los autómatas de uso teatral eran comunes (Ateneo de Náucratis nos lo cuenta varias veces y muy entretenido en el Banquete de los Eruditos) y el toro amenazante no solo sirve al cuadro del rapto de Europa, sino que es una precisa cita del teatro eterno. Al final, ¿hacia dónde van poetas, descriptores, efebos y ninfas? Es un acto de Odiseo con sus puniciones y su fuente promisoria manando esperanzas y continuidad.
La ventaja de futuro es que a Papaioannou le queda en la mente y en la mano, en la recámara, un repertorio infinito de mitos, sus mitografías y sus iconografías, sus personajes disponibles. Me parece ver a Ganímedes, Ajax, Dédalo, Ícaro, Pentesilea, haciendo cola para que nuestro no-coreógrafo les de la oportunidad de lucir palmito y cualidades en un ballet, porque esto que vemos, es, a fin de cuentas, un ballet en toda regla y en toda la dinámica amplitud de un término vivo en su dialéctica.
Babelia
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