Ida Vitale: “Respecto a mi abuela sí, soy joven”
La poeta uruguaya habla de su lectura compulsiva desde niña y publica a los 98 años su nuevo poemario, ‘Tiempo sin claves’
Con un siglo a sus espaldas, no hay desgracia que pueda tumbar la energía y vivacidad de Ida Vitale, poeta uruguaya que ha vivido dictaduras, exilios y pérdidas que no le borran el humor y la capacidad de escribir. Con 98 años, la premio Cervantes acaba de hacer una gira con un nuevo poemario a cuestas, Tiempo sin claves (Tusquets), en el que se va librando de todo lo que molesta. Da envidia.
Pregunta. La solapa del libro la define como la poeta más joven de América Latina.
Respuesta. (Ríe). Está bien, los disparates funcionan como propaganda. Yo creo que nadie espera que le digan la verdad.
P. ¿Se siente aún joven?
R. Respecto a mi abuela sí (y sigue riendo). Pero prefiero no pensarlo porque los límites se me vienen encima.
P. Uno de sus poemas dice que después de los 80 rechazas el chile, el azafrán y el ego. ¿Son las ventajas de la edad?
R. ¡Las mismas podría tener sin haber llegado a los ochenta! Sí te ahorras los egos propios. De los de los demás me río.
P. Sus poemas están llenos de preguntas.
R. Siempre son más seguras que las respuestas. La vida te las plantea a cada paso: o eres una cosa neutra o te haces preguntas. Es una obligación humana.
P. ¿Cómo lee?
R. Siempre en libro de papel, luego lo colocas en la biblioteca y de cuando en cuando te saluda.
P. ¿Más novela o poesía?
R. En general más novela. La primera que leí en la adolescencia fue Guerra y paz porque estaba debajo del teléfono, pero a una edad incorrecta. No es para un niño. Tenía un tío médico absolutamente odioso y leía sus libros de medicina cuando no me veía.
P. ¿Los entendía?
R. Yo debía ser un poco sádica porque me fascinaba ver esa historia horripilada de enfermedad, como una biblioteca de horror, él nunca se enteró.
P. ¿Cómo pasó de los libros de medicina a los de poesía?
R. La poesía llegó mucho después, lo raro es que leyera cuentos de hadas. Los leí también, todo. Era más agradable que los libros de medicina.
P. Cuando empezó a comprarlo y elegirlos usted, ¿qué buscó?
R. Vivía a tres cuadras de la universidad y en las librerías de viejo ojeaba, leía de forma absolutamente desequilibrada, me interesaba todo. En una época tenía que terminar un libro antes de acostarme.
P. Ha estado en Alcalá, en Madrid, en Juzbado (Salamanca). De aquí a Milán. ¿Le gusta el contacto con los lectores?
R. Con los lectores no, con la gente (ríe). ¡No se me ocurre llegar a Juzbado y preguntar quién me ha leído! Es un pueblito divino, fue muy lindo.
P. ¿Cómo definiría este libro?
R. La despedida, quizá. ¡O de repente no! Me tienta mucho la prosa y eso pide más tiempo, más energía, más ideas, más plan.
P. Creo que tiene novelas escritas que no ha publicado.
R. No tanto. Tengo borradores, pero responden a un momento y cuando los dejas caer, no vuelves. Como el juicio crítico funciona, no me tienta seguir con aquello.
P. Despedida, dice. ¿De su marido fallecido?
R. No, de todos. Mi marido murió hace años y hubo un libro después. Pero no lo vinculé con despedida, no sea que luego entres a un cuarto oscuro y haya una manera de comunicación (ríe).
P. ¿España debe pedir perdón por su pasado colonial?
R. Tenemos que agradecerle a España, no pedir perdón, aunque bueno, los presidentes tienen que contentar al pueblo. Es una cosa absurda. ¡Pedir perdón al pasado! ¿Y nosotros qué? ¿Inmunes? Eso de recriminar es un absurdo. Todo lo que pasó forma parte nuestro. Es grotesco. Entiendo que países colonizadores puedan ser culpados, pero hay que ver si en ese proceso no vino el rescate de un país. Incluso con África, que es la gran víctima, ¿qué sería de África si no hubiera habido una intervención exterior? ¿Estarían todavía comiéndonos? (ríe) ¡Yo qué sé! ¿Hay que entrar a saco en un pasado? Los uruguayos que fueron víctimas, como dirían hoy ¿entre nosotros no nos victimamos? El mundo es complicado.
Babelia
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