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Ida Vitale y Sergio Ramírez: el ADN literario de dos premios Cervantes

La poeta uruguaya y el narrador nicaragüense conversan sobre las lecturas que los han acompañado siempre ('Las mil y una noches' y 'Guerra y paz') y la presencia de los escritores en las protestas latinoamericanas

Los premios Cervantes Ida Vitale y Sergio Ramírez, retratados durante el HAY Festival de Cartagena 2020.
Los premios Cervantes Ida Vitale y Sergio Ramírez, retratados durante el HAY Festival de Cartagena 2020.Daniel Mordzinski

Cuando Ida Vitale escribe poesía le gusta leer novelas y cuentos y cuando Sergio Ramírez escribe novelas o cuentos le gusta leer poesía. Ella busca el espíritu del relato para que sus versos corran y él la precisión de los versos para apuntalar los mundos de sus historias.

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Diecinueve años de vida separan a los dos últimos premios Miguel de Cervantes latinoamericanos. Ida Vitale con 96 años nació en Montevideo (Uruguay) el 2 de noviembre de 1923 y Sergio Ramírez con 77 años nació en Masatepe (Nicaragua) el 5 de agosto de 1942.

Dos escritores especializados en géneros literarios distintos pero unidos por las búsquedas de las palabras, las lecturas siempre de Las mil y una noches y Guerra y paz y por el premio literario más importante de la lengua española: él lo obtuvo el Cervantes en 2017 y al año siguiente ella que era la eterna candidata.

Los dos charlan en un rincón pegado a la barra de un bar que hace años eran el salón contiguo a la capilla del centenario convento de las clarisas, en Cartagena de Indias, hoy reconvertido en hotel. Esta mañana del 1 de febrero están allí resguardados del calor sofocante y húmedo de la ciudad colombiana y del bullicio alegre de los asistentes al XV Hay Festival.

Tras los saludos cariñosos, los dos escritores, invitados por Babelia a este encuentro, hablan de los libros que los han acompañado desde la adolescencia hasta hoy y de las lecturas que nutren sus obras y reflexionan sobre la presencia de los autores latinoamericanos en las protestas de los últimos meses. Empiezan a hablar a la vez, sus palabras chocan, y ambos se disculpan mutuamente mientras se invitan el uno al otro a continuar.

—Perdona, sigue tú.

—No, sigue tú, por favor.

Ida Vitale. ¡Las mil y una noches! Es la imaginación y la fantasía que siempre reconoces. Era muy chica cuando las leí por primera vez y me la censuraban, pero después volvía y me lo leía todo. Las he releído varias veces. Pero lo que más leía en la adolescencia era Guerra y Paz. Estaba en casa donde nunca había control de la biblioteca. Siempre me enamoraba de una persona o de otra en cada nueva lectura, y eso justificaba las relecturas.

Sergio Ramírez. Yo vuelvo a Guerra y paz al igual que vuelvo a Las mil y una noches. La primera vez que leí estas historias fue en la traducción de Blasco Ibáñez, de la versión del doctor Joseph Charles Mardrus, que es al que se refiere Rubén Darío. Hay otras versiones del francés, porque es la lengua de donde nos viene primero. Después está la versión de Burton [Richard Francis] que también es muy buena. Cada versión que uno lee es distinta, aunque se puede volver a Las mil y una noches como un libro nuevo, y por cualquier parte, eso es lo hermoso. Alguien podría decir que Las mil y una noches también es un libro pornográfico por sus escenas sexuales explícitas.

I. Vitale. Por eso me lo censuraban a mí [y la poeta ríe como una adolescente].

S. Ramírez. En cuanto a Guerra y paz es un libro donde se puede ver la sustancia, la carpintería, la composición. Es un libro de historia, es un libro de amor, es un libro de costumbres, es un libro realista, es todo. ¡Todo el universo está ahí!

I. Vitale. Las épocas en las que uno lee un libro hacen que este cambie. Con las diez u once lecturas que hice de Guerra y paz me di por satisfecha. De adolescente me interesaba mucho la historia, la veía como un marco variable, tentador. Descubrí a Napoleón y, lamentablemente, la primera impresión fue ¡que maravilla!, me fascinó el personaje. Claro, después me dejó curada de espantos para todos los personajes grandes de la historia.

S. Ramírez. Luego hay que tener en cuenta que el cine termina corrompiendo los libros. Cuando pienso en Guerra y paz, desgraciadamente, se me viene a la memoria la cara de Mel Ferrer o la Audrey Hepburn.

I. Vitale. ¡Me libré, me libré de eso por fortuna!

S. Ramírez. Hay muchas versiones. Hay una rusa que dura 15 horas. El cine tiende a reemplazar el imaginario espontáneo. La película que hace cada lector de la novela queda en la memoria del que lee porque inventa sus propios rostros, escenarios… Cuando te los sustituyen por el rostro que el director eligió ya cambia.

I. Vitale. Yo abomino del cine cuando es algo que ya leí o que sé que voy a leer. Eso es otra cosa. Es como si nos leyera el libro una persona que está dispuesta a mejorarlo.

S. Ramírez. La imaginación tiene su depósito, su refugio, su instrumento principal en los libros. La gran ventaja que el libro siempre va a tener es que uno puede inventar leyendo. En las películas o series no se puede inventar. Por eso la lectura es un acto creador. En el cine no hay creación para el espectador, el cine es una exposición de imagen. Yo no rechazo el cine porque para mí ha sido una parte fundamental de mi formación como escritor, pero son dos instrumentos distintos. Ahora la series y el cine en televisión y en la red son muy invasivos; acaparan el tiempo de la gente y, claro, también el tiempo de lectura.

I. Vitale. Hay épocas invasivas. Hace años que no voy al cine. Lo siento como una falla mía. Y sí, la adolescencia parece que es muy fácil que se deje plasmar por una imagen, por un acto, por lo que sea… Pero se supone que es el arte de nuestro tiempo. A ver durante cuánto tiempo el público aguanta todo tal cual es.

Los dos escritores se explayan hablando sobre cómo el mundo audiovisual contribuye a modelar no solo el imaginario de la gente sino su comportamiento en la vida real. Hasta que aparece Rubén Darío en la conversación. Otro punto común entre los dos y sobre cómo el poeta nicaragüense está presente en ellos como autores.

S. Ramírez. Rubén Darío es un fenómeno siempre actual. Sobre todo si lo vemos desde la perspectiva del siglo XXI por los caminos que abrió. La poesía latinoamericana del siglo XX no sería posible sin la transformación que hizo el modernismo, las estructuras en el atrevimiento, romperlo todo, no tener límites, además de haber dado paso a muy distintos lenguajes poéticos. Tanto por lo que significó César Vallejo, Borges, García Lorca, por otro lado, Machado. No existiría la poesía del siglo XX tal como la conocemos sin esa influencia de ruptura del lenguaje de Darío.

I. Vitale. Me fascinó en un momento, pero muy pronto vinieron Machado y Vallejo. No sé… creo que sentí que Darío concentraba lo decorativo de una época. Ahora bien: ¡Cuando Darío acierta, acierta por toda su generación! Es difícil elegir un poeta porque uno toma un poquito de cada uno. Y no siempre uno se fija en un poeta en lo que los demás consideran lo mejor.

S. Ramírez. Lo mismo es una redoma de los poetas parnasianos y de los poetas modernistas propiamente franceses. El fenómeno de ruptura es lo más importante que produce el modernismo. Abre muchísimas posibilidades. Darío es la música, Darío es el ritmo. Es un poeta que abre una caja de posibilidades y es posible tomar lo que es más útil para cada poeta.

Pronto esos ecos darianos cambian en la charla por los del compromiso de los autores latinoamericanos con la realidad y su presencia en las manifestaciones de los últimos meses en diferentes países.

S. Ramírez. Eso ha pasado siempre en la historia de América Latina. Los poetas quizás no inician las protestas o los movimientos, pero se ponen de parte de los fenómenos de cambio y terminan saliendo a la calle. Yo insisto en que uno puede ser un buen poeta y no meterse en la calle y se puede ser un gran poeta y estar preocupado por lo que pasa en la calle. Soy de los escritores que se preocupan por lo que pasa en la calle, pero habrá otros que no les preocupa o no lo expresan y eso no demerita su obra literaria. Tenemos una tradición de compromiso en América Latina y ha variado mucho en este siglo. Quizás las causas han cambiado. Antes teníamos unas causas muy bien definidas por las que luchar, hoy hay una confusión también acerca de las banderas.

I. Vitale. Pienso en las circunstancias del mundo en las que está el poeta; hoy está un poco liberado de la necesidad a lo Victor Hugo de ser el que dice toda la verdad. Ahora tenemos los diarios, la gente va a la noticia menuda. Hay un reemplazo en una categoría menor, pero creo que el poeta no está tan obligado a ser la voz del pueblo. Creo que si es la voz de sí mismo ya avanzamos mucho. Hoy una noticia puede sacudirte más que un poema.

S. Ramírez. La poesía, y sobre todo la literatura en general, tienen su poder de transformación individual. Es un evangelio que va a dar al corazón de cada quien. Aunque cada vez es menos un evangelio colectivo como aspiraba Walt Whitman de sacudir a las masas. Tal vez por las formas que ha tomado la comunicación, como decía Ida. La transformación individual sigue siendo muy importante. En la medida en que una poesía te toque y llegue al fondo está transformando y eso es una tarea inmensa. Cuando leo poesía pienso en la capacidad que tiene de transformarme, de tocar ciertas fibras que ya no me dejan siendo el mismo. Ese es el gran papel que tiene la poesía hoy.

I. Vitale. Yo soy casi más de prosa que de poesía. Cuando un libro lleva al lector a volver y a volver a él es porque hay mucho trasfondo que va pasando de a poquito. Tal vez depende de las edades, que a una determinada edad una no esté capacitada para entender todo.

El escritor nicaragüense cuenta, entonces, que suele estar atento a los nuevos autores. Luego empiezan a hablar de los libros en los cuales trabajan en la actualidad.

I. Vitale. Tengo que terminar una novela. He cambiado de país hace un par de años, he mudado mi biblioteca, estoy en otro apartamento y no he podido retomarla. La empecé hace ya como veinte años y la tengo en remojo, a lo mejor está pasada de moda.

S. Ramírez. La buena literatura no pasa de moda, Ida.

I. Vitale. Claro que hay modas. Parece que al poeta no se le marcan tantas normas, pero al novelista sí. No se escribe igual después de Ulises o de Cien años de soledad. Hay cosas que modifican mucho al público.

S. Ramírez. Yo quiero seguir adelante con mi ciclo del inspector Morales. Trabajo en la tercera novela. Ha sido un trabajo con muchos sobresaltos porque han ocurrido muchas cosas desde lo que pasó en Nicaragua a partir de 2018, eso llena de incertidumbres al libro porque es un libro que sigue la historia contemporánea. Pero ya llevo la mitad del trabajo y espero terminar antes de fin de año. Cuando escribo narrativa mis lecturas preferidas son los poemas.

I. Vitale. En cambio yo cuando escribo poesía leo más prosa.

Cuarenta y seis minutos después termina la charla porque Sergio Ramírez tiene una conversación en público en el salón de al lado. Cuando el escritor se acerca a Ida Vitale para despedirse los dos se percatan de que han charlado delante de un anfitrión al que admiran al descubrir a un Gabriel García Márquez que desde la mesa de centro les sonríe detrás de un ramo de rosas amarillas en la portada de un libro.

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