Elena Rueda, Marcos y Rafael Martín: “El coleccionista debe pensar en grande”
La de ellos es la historia de la célebre Colección MER, pero esencialmente la de una pareja admirable que se hizo a sí misma desde un origen poco favorable. Su hijo ha tomado el testigo
La apasionante historia de la familia formada por Elena Rueda Rodríguez y Marcos Martín Blanco es un buen ejemplo de las sorpresas que están a la orden del día en esta serie sobre mecenas del arte. La de ellos es la historia de la célebre Colección MER, pero esencialmente es la de una pareja admirable que se hizo a sí misma desde un origen poco favorable.
Hoy Elena tiene 83 años y Marcos, 92. Y ante los problemas de salud que los aquejan, y que ellos combaten con estoicismo aunque sin lugar para la solemnidad, no hay mejor traductor para sus ideas, siempre jóvenes, que su hijo Rafael, continuador natural —y no solo por el vínculo filial— de su legado, si por algo “MER” es el acrónimo de “Marcos, Elena y Rafael”.
La casa en la que transcurre la entrevista pertenece a los años sesenta, que son tan emblemáticos para la Segovia donde se encuentra como para el mundo, y su interior es un laberinto de obras contemporáneas de altísima calidad, seleccionadas por la pareja con coraje, espíritu contracultural y un sentido de la diversidad admirables. Los sótanos albergan más de 700 obras, puesto que no existe un coleccionista al que la falta de espacio no le pese, y algunas de ellas están en las cajas originales en que fueron enviadas.
Pero ni Elena ni Marcos se hicieron ricos con el arte, sino que el fruto de lo que ganaron con su negocio de venta de cochinillos y embutidos. Tras una larga, sacrificada e improbable trayectoria como emprendedores agropecuarios y, en el caso de Marcos, como consultor económico y ex jefe de Asesoría Económica del Ministerio de Obras Públicas, lo invirtieron en ese rubro con tal lucidez que, pese a la escasa formación que tenían previo a su incursión en este universo, hoy los rodea un conjunto de obras de un valor incalculable, y que ellos adquirieron cuando nadie les prestaba atención a sus autores.
En este matrimonio, Elena ha sido el motor y Marcos, la visión. Y en ese contraste ha estado el meollo de la sinergia que han establecido, que ha sido reunida en un espléndido catálogo, y en la que la suma de las partes forma un todo coherente y, por sobre todo, personal e hipnótico, entre genialidades, aquí y allá, de artistas tan disímiles y excepcionales como Julian Schnabel, Jenny Saville, Eric Fischl, Juan Usle o Andrés Serrano.
Un Pigmalion
Ganadora del Premio Arco al Coleccionismo en 2004, MER, con un foco mucho más puesto en la temática del cuerpo humano que en una cronología o en una escuela estética, es una colección impresionante. Pero no lo es menos hablar con Rafael, uno de los protagonistas de este triángulo cuyos otros dos miembros, sus padres, han sido catalogados por el estadounidense Dan Cameron como “coleccionistas del éxtasis”.
“Mi padre –dice Rafael a EL PAÍS- viene de un pueblo muy pequeñito de Segovia en el que nadie estudiaba, y desde pequeño siempre quiso formarse, de manera que a costa de empeño fue bachiller y terminó Ciencias Económicas. A partir del momento en que su posición económica cambió, empezó a hacer mucha consultoría internacional relacionada con la infraestructura, con carreteras, con planeamientos hidráulicos, etcétera, por lo cual mucha de la gente que contrataba terminó ocupando roles claves, por ejemplo, en la administración de Felipe González. Después fue invirtiendo y, tanto como consultor como en sus inversiones, tuvo una enorme visión. Desde que se casaron, mis padres visitaban todo el tiempo a mi abuela, y buscando casas se toparon con esta, con la intención de hacer tres casas: una para mi tío, otra para mi abuela y otra para ellos. Pero el plan original cambió, y cuando no tenían un duro apareció en la vida de mis padres un pintor y decorador de casas y de yates muy reconocido, Gerardo Rueda, quien en 1979 no solo aceptó el cargo de decorarles la casa, sino que les financió su trabajo. Y bueno: entre las cosas que trajo había obras de artistas contemporáneos, que al principio ellos no entendían porque no tenían educada la mirada. Es que Gerardo, que no te imponía nada, de alguna manera fue el Pigmalion que les abrió el mundo y les cambió la manera de ver el arte, lo cual se plasmó al cabo de algunos años”.
Así de apasionante es la historia de Elena y Marcos. Rafael continúa: “El ojo de ellos ha mejorado de una manera increíble, y el esfuerzo que hicieron de recorrer galerías, el modo en que se toparon con Soledad Lorenzo y con María del Corral, y la forma en que se adentraron en el mundo del arte, es increíble. Mi padre aplicó tecnología industrial a la cría ganadera, y con la misma visión se metió junto a mi madre en este camino, y eso los llevó a conocer a artistas contemporáneos que en su momento estaban relegados, y cuya obra hoy vale muchísimo dinero”.
No es de extrañar, entonces, que Marcos y Elena hayan declarado que el arte contemporáneo los ha transformado como personas, no sin añadir: “Gerardo Rueda nos metió el gusanillo, y luego nos propusimos visitar galerías y museos al menos una tarde a la semana. Al cabo de tres años empezamos a entender algo, como los bebés que empiezan a hablar. Habrá gente que diga: ‘Después de un año, algo habrás aprendido’. Pues no, lo demuestras cuando de repente dices ‘papá’ y ‘mamá’. A partir de ahí empieza el gozo”.
Nos propusimos visitar galerías y museos al menos una tarde a la semana. Al cabo de tres años empezamos a entender algo, como los bebés que empiezan a hablar
Pero, ¿qué es el coleccionismo para Rafael, más allá de la pasión que comparte con sus padres? “Pues cuando los cuadros ya no los tienes colgados, sino que los tienes que apilar y, por lo tanto, hay una pasión que va más allá. En el caso de mis padres, un gancho muy fuerte fue la atracción inicial por la pintura. Y se fueron dando cuenta de qué obras compradas habían crecido no solo por su valor, sino por su calidad, y de que también sucede lo contrario, de modo que llegaron a hacer una purga de unas 100, 150 obras, a través de salas de subastas. Eso les abrió un mercado para la venta y luego otro para la compra. Y demostraron que con recursos limitados su evolución podía ser exponencial, porque muchas de las obras importantes que tiene la colección se han comprado a costa de haber vendido otras”.
Un museo
En medio de ese suceso, acaso la realización de un museo de primer nivel, que está pendiente, sea uno de los pocos sueños que la familia no ha podido concretar, lo que implica una mala noticia, más que para ellos, para la sociedad española. “Lo fácil es siempre quitarle a la cultura, que es un campo en el que mi padre se ha manejado con unos criterios muy ambiciosos, propios de otras disciplinas”, dice Rafael. Y remata: “No tiene sentido tener las obras almacenadas, porque tú eres el propietario pero ¿qué derecho tienes a tenerlas apiladas como si se tratara de un mausoleo? Lo lógico es visibilizarlas”. De todos modos, admite que es más optimista que realista.
Antes de terminar, tendrá tiempo para explicar, entre risas, por qué, más allá del medio empleado —dibujo, fotografía o pintura— Marcos se ha volcado tanto por el cuerpo humano, sin eludir, en ocasiones, los enfoques explícitos: “Mi padre ha tenido una vena cabaretera bastante importante, y no es casualidad que la mayoría del cuerpo humano que se muestre sea de mujeres. Creo que ha buscado el lado irónico de la figuración. Y siempre ha aplicado para el coleccionismo, aparte de su ojo, una mente analítica y procedimientos propios del mundo de la empresa, sintiendo que el coleccionista debe pensar en grande y realizando un gigantesco esfuerzo personal y económico”.
Hace algunos años, Marcos dijo: “Muchas veces nosotros pensamos en tirar la toalla, porque la mayoría de lo que veíamos nos parecía una tomadura de pelo. Pero a base de ver, ver y ver, te vas modulando. Porque te gusta, porque te sublima, porque te hace dichoso, porque te llena”.
Concluyó burlándose también de la enfermedad que padece: “Me gustaría tener tres años más, porque para entonces o estaré muerto o no entenderé lo que sucede y, por lo tanto, no deberé ocuparme de la colección”.
Se sabe: el humor y el buen gusto van de la mano.
Babelia
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