El futuro del cine como forma de arte
Ganadores de los últimos grandes festivales y directores internacionales reflexionan sobre hacia dónde se dirigen las películas como expresión creativa, más allá de plataformas, taquillas o presupuestos
En los últimos tres años un terremoto sacude el mundo del cine. La culpa: una conjunción de diversos factores que han afectado varios estamentos de la industria. A una nueva generación de creadores que está sustituyendo a los nombres clásicos del cine de autor europeo se han sumado, por fin, la aparición de todo un grupo de mujeres cineastas, la búsqueda de formas distintas de expresión empeñadas en hacer filmes solo entendibles en una sala, y —en cuestión de premios— la entrada de numerosísimos votantes extranjeros en la Academia de Hollywood. El resultado: las dos últimas entregas de los Oscar han sido protagonizadas por películas construidas desde los márgenes de la industria, como Parásitos, del coreano Bong Joon-ho (que venía de lograr la Palma de Oro de Cannes 2019), y Nomadland, de Chloé Zhao (que había ganado en Venecia 2020). En el festival de San Sebastián, que se clausuró este sábado, han coincidido los ganadores de los últimos cuatro grandes certámenes: la georgiana Dea Kulumbegashvili (Beginning, Zinemaldia 2020), el rumano Radu Jude (Bad Luck Banging or Loony Porn, Berlinale 2021), y las francesas Julia Ducournau (Titane, Cannes 2021) y Audrey Diwan (El acontecimiento, Venecia 2021).
EL PAÍS ha preguntado a ellos y a otros creadores importantes por el futuro del cine como forma de arte y si se sienten parte de este nuevo movimiento. No hablamos de plataformas, taquillas ni presupuestos, sino de esa vivencia que remueva al público, del alma de las obras. Y en un tiempo en que museos como el MoMA neoyorquino, el centro Pompidou de París o el Reina Sofía en Madrid albergan obras audiovisuales tanto de experimentación como documentales o de corte más clásico y apuestan por el cine en sus actividades, los entrevistados regatean esa posibilidad: la mayoría subraya que el objetivo final es el público y que el cine nació como arte popular. “Nunca podemos olvidar eso”, insiste la francesa Céline Sciamma.
Cuando el año pasado Dea Kulumbegashvili (Oriol, Rusia, 35 años) obtuvo cuatro premios, incluida la Concha de Oro, con su Beginning, quedó claro que ahí había una poderosa cineasta. Su voz se ha sentido en el palmarés de la 69ª edición del festival de San Sebastián, porque la georgiana presidía el jurado de la sección oficial. Para ella, “el futuro está en presionar en la forma”. Y, por ello, lanza una cuestión: “Tenemos que preguntarnos si la narración tiene sencillamente que pasar o si es fruto de una atmósfera, del juego con la forma y el tiempo”. Y, efectivamente, siente que el cine se encuentra subido a una ola de cambio. “Curiosamente, de estos cuatro ganadores de los grandes festivales de clase A, tres son mujeres y sus jurados no han valorado el género. Creo que necesitamos aún más directoras que normalicen este proceso”. En el jurado que ella presidía, y que efectivamente otorgó una Concha de Oro a una creadora —la rumana Crai Nou (Blue Moon), de la directora debutante Alina Grigore— también estaba la francesa Audrey Diwan (París, 41 años), que hace dos semanas ganó el León de Oro veneciano otorgado por otro jurado especial: lo presidía el surcoreano Bong y en él estaba Zhao. “Cuando acabó la ceremonia de entrega, Zhao me explicó que habían valorado las películas sin ver quiénes las dirigían y que solo después se fijaron en que era una mujer”, cuenta Diwan. “Si hablamos de cineastas, Kathryn Bigelow abrió el camino para que una mujer dirigiera cualquier género, que no nos quedáramos en temas femeninos. En cuanto al futuro del cine como arte, está claro que pasa por la educación de los niños para que aprecien ese arte y lo entiendan. ¿Sabe qué les digo a mis hijos antes de ponerles en casa una película? Que es una ‘película prohibida’. Y les engancho. Por su reacción sé que no me tengo que preocupar del futuro del cine”.
Julia Ducournau (París, 37 años) provocó un terremoto hace dos meses en Cannes al lograr la primera Palma de Oro en solitario para una cineasta, y conseguirlo además con una película radical en su narrativa —aunque clásica en sus formas— como Titane, que vapuleó a los espectadores. “A veces sí siento que hay un cambio”, concede Ducournau. “Desde luego, así lo viví en el escenario de Cannes con la Palma en la mano. Lo que ocurría era más grande que mi película, que yo misma... De repente, me asomé a un futuro abierto a todos”. Sobre el arte, explica: “Veo películas que reactivan mi confianza en el cine como arte. Y solo puede obtenerse desde la libertad creativa. Como en la literatura, la pintura..., a veces lo sientes. Y en cuanto a los ganadores de festivales, está claro que no hay vuelta atrás. Hay una presión a favor de algo tan lógico y obvio como la paridad. Formar parte de esto me emociona”.
Cuando el rumano Radu Jude (Bucarest, 44 años) escucha la pregunta sobre el futuro del cine, se levanta, se sienta al lado del periodista y saca su móvil para abrir TikTok. “Esto es lo que no puede ser, no podemos creer que todo el audiovisual es cine ni que el cine se parezca al audiovisual”, asegura. “Olvidémonos de Hollywood, o de esas apuestas por otros formatos: del IMAX pasamos a las tres dimensiones, ahora hablan de la realidad virtual. Creo que la reflexión nos salvará como arte, que el lado epistemológico del cine será la base de ese futuro. Porque si piensas en la faceta de la representación, ya tienes TikTok: lo que ves es lo que hay. No necesitas el cine para ver el mundo, con una aplicación en el móvil es suficiente”, comenta mientras en la pantalla de su teléfono se encadenan vídeos y melodías.
Con su fascinante filmografía, Céline Sciamma (Pontoise, 40 años) se ha convertido en la realizadora europea de referencia con enorme influencia en las generaciones de jóvenes mujeres cineastas. Su voz se respeta. “No puedo separar el futuro del cine de los cambios político-sociales. Aquí es cierto que tenemos el viento a favor. Y el apoyo de los festivales a un cine más arriesgado es una buena noticia. Pero es importante se apoye en ideas fuertes. Si no, no podremos resistir, avanzar”, reflexiona la directora de Petit maman (2021). “Ese es el camino. De otro, saldrán filmes flácidos. Y para mí una película se ve en salas. No me preocupa el futuro del cine como forma artística, me preocupa que lo que triunfe sea esa flacidez”.
Carlos Saura (Huesca, 89 años) acumula una enorme filmografía que ha marcado la segunda mitad del siglo XX en el cine español. En los últimos tiempos, más allá de sus películas musicales, realiza unos cortos con fotosaurios, que es como denomina a las fotografías hechas por él, que posteriormente convierte en dibujos para que sean la base de esos filmes. Todos los días ve un par de películas, y por ello explica: “No sé por dónde irá el cine, ni tampoco reflexiono mucho sobre ello. Como espectador, me acuesto muy tarde, casi a las tres de la mañana, y lo veo todo: desde las buenas películas hasta las malas, y así aprendo lo que no quiero hacer”. ¿Y qué es lo quiere hacer? “No lo sé, lo que tengo claro es lo que no quiero hacer. Esa misma reflexión me vale sobre el futuro del cine como arte. No sé hacia dónde irá, pero seguro que irá”.
El francoargentino Gaspar Noé (Buenos Aires, 57 años) lleva un tiempo revolucionando el festival de Cannes con sus películas. En sus dos últimos filmes, Lux Aeterna (2019) y Vortex (2021), ha optado por la pantalla partida. “Una cosa es el cine, otra la televisión y ahora están mezclados”, cuenta. “Si en una década los grandes distribuidores son Amazon o Apple, las películas saldrán primero por plataformas y luego en salas, y entonces, quizá el espectáculo en cines será una cosa de burgueses. El consumo popular se realizará en casa. A mí no me preocupa eso como cineasta. Lo que sí me parece un tema delicado es la financiación. Sea lo que sea lo que hagamos, arte o diversión, si el dinero viene de esos conglomerados, cercanos a grupos conservadores, sufriremos una censura, desaparecerá el riesgo. Fíjese cómo ha desaparecido el erotismo en los dos últimos años. Es el advenimiento de una era frígida”. En cambio, al mexicano Alonso Ruizpalacios (Ciudad de México, 43 años) le asusta es “el exceso de información audiovisual”. El cineasta, procedente del teatro, ha ido ahondando en la creación y el riesgo hasta llegar a Una película de policías (2021), premio a la contribución artística en la pasada Berlinale, en la que usa en off la voz de dos policías reales para relatar su día a día mientras en pantalla les encarnan sendos actores. “La búsqueda insaciable de contenido me entristece. Realmente, ¿necesita el mundo otra película u otra serie? A esa pregunta debe responder el cine como arte, a esa y la obligación que tenemos como artistas de ofrecer disfrute, de sumergir al público en sueños y en el inconsciente. ¿Adónde vamos? No lo sé, pero seguro que será a un terreno en el que ya habrá estado Jean-Luc Godard”.
Cuando el próximo jueves se inaugure por fin el museo del cine de la Academia de Hollywood, en Los Ángeles, en una de sus vitrinas podrá verse el iPhone con el que Sean Baker (Nueva York, 49 años) rodó íntegramente Tangerine (2015). Con The Florida Project (2017) se confirmó como una de las grandes voces del cine indie estadounidense, y la proyección en el pasado Cannes de Red Rocket dividió al público. “Nos están empujando hacia los museos, y no sé yo...”, ríe. “Es extraño porque como autor sí siento que crezco en la faceta de artista. Para mí el futuro pasa por hablar de seres humanos, no por franquicias de superhéroes. Si analizas a los creadores de los años setenta, ahí encuentras las mismas dudas, que superaron con pasión. Mientras alguien celebre el buen cine, habrá buen cine”.
Babelia
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