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Maribel Cintas: “Las desigualdades no favorecen ni a los ricos”

En su casa luminosa de Tomares (Sevilla), la historiadora Maribel Cintas (Badajoz, 75 años) tiene la escultura que Emiliano Barral hizo de Manuel Chaves Nogales, el gran periodista republicano al que ella ha dedicado gran parte de su vida

Juan Cruz
La escritora Maribel Cintas, en su domicilio en la localidad sevillana de Tomares
La escritora Maribel Cintas, en su domicilio en la localidad sevillana de TomaresPACO PUENTES

En su casa luminosa de Tomares (Sevilla), la historiadora Maribel Cintas (Badajoz, 75 años) tiene la escultura que Emiliano Barral hizo de Manuel Chaves Nogales, el gran periodista republicano al que ella ha dedicado gran parte de su vida, y cuya biografía la distingue como uno de los documentos que ayudaron a que se conociera mejor la figura de tan decisivo testigo de la Guerra Civil.

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Esta entrevista recoge las opiniones que ella misma tiene sobre lo que pasa.

Pregunta. ¿Cómo ve lo que ocurre?

Respuesta. Mal. Las desigualdades nos están destrozando; no creo que favorezcan ni a los que sacan partido de ellas, los ricos. El ser humano no puede aceptar que la vida sea así. Lo normal sería que hubiera concordia, solidaridad, una igualdad más o menos razonable...

P. ¿Y en su propio país?

R. Muy mal también. Los políticos de derechas deberían ir a un psicólogo. Están obsesionados con lo que hace el Gobierno, volcados en la crítica destructiva de los que consideran su enemigo. Veo al Gobierno más templado. Puede hacerlo de una forma más o menos equivocada, pero la oposición tiene mala idea; es muy cateta, como la Vieja del Visillo.

P. ¿Qué le ha llamado la atención al respecto?

R. Veo en [Pablo] Casado incongruencias que no son dignas de un político de la oposición. Azaña, Alcalá Zamora, Fernando de los Ríos… cualquier ministro de la República tenía una gran altura de miras.

P. Y no eran de izquierdas…

R. ¡No! Si es que la República era burguesa; aceptaba opiniones divergentes, no extremistas.

P. ¿Había entonces este griterío?

R. En todos los Parlamentos hay salidas de tono que luego se hacen populares, fíjese en el Parlamento inglés, pero siempre hubo cortesía. Lo que se llama crispación es aquí mala leche.

P. La mala leche es mala voluntad.

R. Y sentimiento de inferioridad. Por eso decía que la derecha debería buscarse un psicólogo.

P. ¿Qué educación tuvo?

R. Estuve en un colegio de monjas muy católicas. Era de comunión diaria en el Bachillerato y me creía muchas cosas de Dios y de la política. Hasta la universidad estuve como en una jaula. Primero, me eché un novio demócrata cristiano, cuyo padre era opositor a Franco. Empecé a saber que había exiliados, conocí a Jorge Guillén en la casa de aquel hombre, luego tuve un novio revolucionario y a la vez dejé a Dios y a Franco.

P. ¿En qué cree ahora?

R. En la bondad, en la solidaridad, en los grandes valores. En la naturaleza, en la familia inmediata, las dos grandes certidumbres de la vida.

P. ¿Y en las personas que no conoce?

R. He estudiado mucho la masonería. No es lo que mucha gente piensa. Abogan por la solidaridad, la tolerancia, la libertad, el respeto. Todos los que le nombré de la República fueron masones. Franco les tenía rabia, igual que a los judíos, en este caso imagino que por mimetismo con Hitler.

P. Estudió la vida de un gran periodista. ¿Cómo ve el oficio?

R. Me encanta el periodismo, lo hace gente interesantísima, abnegada, aunque esta parezca una palabra tan católica… Pero ahora hay jóvenes que no ganan para comer, dependen de los clics, aunque siguen con entusiasmo enterándose de lo que pasa para contarlo. Eso es sublime.

P. Ve mal lo que pasa. ¿Un remedio?

R. La educación. Que no se eduque solo en los colegios, que los padres se dediquen a enseñarles a los hijos. Y que los padres estén educados. Y que se acabe el botellón. El alcohol no es el maestro de la vida. ¡Parezco la abuela cebolleta, pero no entiendo a estos jóvenes en una vorágine de meados y guarrerías, con unos tipos borrachos que se quieren coger el culo! ¡Todos los días y todas las noches! ¡Por Dios bendito!

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