De los Ríos en el país de los soviets
El diputado socialista publicó en 1921 sus impresiones sobre su viaje a la URSS. Halló un país más cercano a Dostoievski que a Engels, con una planificación extrema económicamente inviable y una preocupación única en las familias: comer
A[…]cumulaba melancólicamente el polvo en el anaquel superior de mi biblioteca cuando encaramado en la escala que permite acceder a él dí casualmente con un ejemplar del libro que recoge las impresiones y reflexiones suscitadas por la visita al país de los soviets del escritor y diputado socialista por Granada Fernando de los Ríos entre octubre y diciembre de 1920. Decir que he leído con interés Mi viaje a la Rusia sovietista, publicado en 1921 y reeditado por Alianza Editorial en 1970, es quedarme corto. Al hilo de sus páginas el autor, enviado por el partido socialista español para entrar en contacto con la nueva Rusia revolucionaria y sopesar las posibilidades de ingreso del PSOE en la Tercera Internacional apadrinada por Moscú, comenta cuanto ve y oye tanto en el interior como en las afueras del circuito oficial con gran lucidez y objetividad. Sin ocultar su admiración por la grandeza y heroicidad de la empresa llevada a cabo por Lenin y los suyos, no encubre en ningún momento lo que le parece erróneo o contrario a los valores democráticos de las sociedades modernas. Sus críticas al Estado-Leviatán son clarividentes y leídas casi un siglo después conservan a la luz de otras experiencias revolucionarias una vivísima actualidad.
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La semblanza de los líderes soviéticos con quienes conversó o a los que tuvo ocasión de escuchar en sus intervenciones públicas está trazada con singular destreza y expresividad. De los Ríos retrata cabalmente a un Lenin, cuya estatura y aspecto le recuerdan los de Pío Baroja, mientras con la mayor serenidad le pronostica que la dictadura del proletariado previa a la instauración de la sociedad comunista durará 40 o 50 años en Rusia a causa del analfabetismo y atraso. A un Trotsky en orador hierático y de voz metálica, investido de un gran carisma, y que desenvuelve su dialéctica revolucionaria como quien desgrana irrefutables silogismos. A un Bujarin embebido de mesianismo eslavocomunista, al que califica de Saint-Just de la Revolución Rusa y que como éste sería víctima de ella durante las grandes purgas estalinistas.
La exclusión de las fuerzas políticas que contribuyeron decisivamente al triunfo de la Revolución de febrero de 1917 a partir de la toma del poder por los soviets el 7 de noviembre (anarquistas, mencheviques, sindicalistas, etcétera) le inspira una razonable inquietud. De los Ríos reproduce el texto firmado 10 días después de la segunda Revolución por un grupo de comisarios del pueblo denunciando el terror político instaurado por el nuevo Gobierno en unos términos que anticipan las críticas formuladas por Gide y otros simpatizantes de la URSS en la siguiente década. Ajeno a todo maximalismo y llevado por su simpatía a lo que denomina la “santa herejía” nuestro autor se evadió del trayecto oficial del viaje para visitar dos veces la aldea en la que vivía, jubilado de la política, el expríncipe Kropotkin. El anciano líder anarquista ocupaba una modesta casita con huerto y jardín y en premio a sus pasados servicios a la causa revolucionaria Lenin le había concedido la posesión de una vaca con la prohibición expresa de que le fuera requisada por los celosos agentes de la planificación.
Como en la España de los años 40, el mercado negro operaba a
plena luza del día
Al hablar del llamado “frente industrial”, el autor de Mi viaje a la Rusia sovietista observa que nadie puede dejar el puesto que le ha sido asignado por los planificadores sin suscitar sospechas y ser tildado de contrarrevolucionario. El inmovilismo burocrático, dice, afecta lo mismo a los obreros de las fábricas que a profesores y artistas y clausura el horizonte vital de quienes se hallan sujetos a él. Dada la carestía de productos de primera necesidad, el núcleo de las preocupaciones de cada familia, añade, se reduce a una sola: comer. La planificación extrema le parece económicamente inviable y trae como consecuencia la plaga de las estadísticas falsas. Como en la España de mi niñez, el mercado negro operaba a la luz del día y las estrategias de supervivencia prevalecían sobre la ley.
Todos los vendedores están de pie, preparados para huir tan pronto se presente la policía; y hay entre el público a ello dispuesto la mujer de tipo gentil que ayer fue gran dama de Corte, la joven empleada del Comisariado, la privada de este o aquel prohombre de hoy, la obrera del taller, el aldeano, el profesor, el obrero, el agiotista; allí está revuelto todo Moscú, unido casi siempre por la necesidad y solo en muy pocos casos atraído por afanes superfluos.
Las manifestaciones de fervor revolucionario a las que asiste en Moscú y Petrogrado eran entonces sinceras (cuando yo visité la URSS en los años sesenta habían dejado de serlo y solo existían en los cuadros de la llamada pintura “realista socialista”). Enfrentado al entusiasmo y espíritu de sacrificio de los militantes bolcheviques, Fernando de los Ríos no puede por menos que rendirles homenaje. Ningún país como Rusia, escribe, posee tal capacidad para soportar los sufrimientos y privaciones y esta pasión impregna la totalidad de su tejido social. Tras los dogmas incontrovertibles del nuevo régimen advierte no obstante, sagazmente, el influjo de la ortodoxia religiosa bizantina: el viejo credo de un solo poder y una sola fe. Por dicha razón, la Rusia de los soviets le parece más próxima a Dostoievski que a Engels. Como muestra hoy la simbiosis del autoritarismo de Putin con la exaltación del nacionalismo y de la simbología eclesiástica, las raíces de la historia perduran más allá de los trastornos y cambios aparentes. Los cismáticos varían, pero sus persecutores no.
Ningún país como Rusia, dice, posee tal capacidad para soportar los sufrimientos
La famosa pregunta de Lenin, “libertad, ¿para qué?”, elude el hecho esencial de que sin ella la igualdad de los ciudadanos no se asienta en la base real de su libre albedrío. La dictadura del proletariado, observa De los Ríos, se ha convertido ya en la del partido comunista y la vanguardia de este acapara todo el poder en la medida en que encarna presuntamente la verdad suprema. “Ahora bien, añade, el privilegio es de suyo invasor […]y arrastra a aquellos que lo disfrutan a diferenciarse de los parias del espíritu que no han llegado al reino de la verdad”. Dicha situación, prolongada hasta un futuro remoto, no da alas a la conciencia proletaria sino que la sujeta a los dictados y consignas impuestos de lo alto. La estructura política totalitaria del Estado de los soviets, concluye, contradice la de los partidos socialistas de Europa que no se han adherido a las cláusulas de la Tercera Internacional pues niega los valores humanistas y culturales que estos abrazan.
Pese a su simpatía admirativa por la ambición de la experiencia soviética, De los Ríos no cae en la trampa de negar los peligros y errores que la acechan. El fiel defensor de los valores republicanos de la Institución Libre de Enseñanza no abdicó nunca de ellos y sufrió con estoicismo las críticas de los incondicionales que luego avalarían los crímenes y persecuciones de Stalin. En su lugar hizo suyo el proverbio amicus Plato sed magis amica veritas [amigo de Platón, pero más amigo de la verdad].
Juan Goytisolo es escritor.
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