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Tres soledades unidas por la Patagonia

La chilena Paulina Flores traza una conmovedora y emocionante historia de lugares y vidas extremas en su novela de debut ‘Isla Decepción’, una de las grandes apuestas de la rentré literaria

Jacinto Antón
La escritora chilena Paulina Flores, retratada el miércoles en Barcelona.
La escritora chilena Paulina Flores, retratada el miércoles en Barcelona.©Consuelo Bautista

Mucho de lo que hay en la espléndida Isla Decepción (Seix Barral, 2021), una de las grandes novelas de la rentré y que transcurre en las agrestes extensiones de la Patagonia chilena, puro fin del mundo, puede sonarle a algunos lectores a Melville, a Conrad, a Jack London, a Chatwin, a Coloane por supuesto, a la más pura tradición, en suma, de la gran aventura y el viaje en el mar y en territorios extremos. Pues no. Paulina Flores (Santiago de Chile, 32 años), la autora, que debuta en la novela tras el aplauso unánime a sus relatos de Qué vergüenza y que ha sido elegida por Granta una de las mejores narradoras en castellano menores de 35 años, es taxativa: no se ha inspirado en ellos y no tiene ningún rubor en decir que mayormente no los ha leído, ni siquiera al gran Francisco Coloane, su paisano.

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“Al contrario, he tratado de alejarme de esos referentes, no repetir cosas ya escritas, y no caer en esa idea masculina de la aventura, que me provoca rechazo”, explica en Barcelona, donde ha realizado un máster de literatura. “Las mujeres estamos salvando la vida continuamente, a ver si eso no es una aventura, escapar del feminicidio”. Y prosigue: “No he querido dejarme influir por El corazón de las tinieblas o Moby Dick, obras de las que se dice que ya no hay nada que se pueda escribir del género después de ellas”. Pero la gente, los lectores, le dirán que han visto esas influencias, ¿no? “Me lo dicen sólo hombres”, zanja. Flores ríe al ver la cara de estupefacción y pesar de su interlocutor, que venía preparado para una entrevista épica, llena de sal, lobos marinos y arpones, en la que únicamente habría que cambiar pescadores de ballenas por pescadores de calamares, el Pequod por los chimaos, los buques pesqueros chinos como el Melilla de su novela; Nantuckett por Punta Arenas. Y resulta que lo de los “muchachos foca” es de Ginsberg, no de Coloane... Es la de la novelista una risa fresca y contagiosa, traviesa. “¿Quieres saber qué me ha influenciado? Te vas a reír tú ahora: Sailor Moon, la serie de manga y anime, y el cine, la música y las series coreanas”.

Isla Decepción es la historia de tres personajes que confluyen en Punta Arenas, en el Estrecho de Magallanes, lugar de pingüinos, guanacos, y mermelada de calafate: Miguel un hombre que se ha refugiado allí y rehecho su vida como capitán de barco pesquero, su hija Marcela, una urbanita que huye de la capital por un desengaño amoroso y decide visitar a su padre, y un misterioso joven coreano -llamadle Lee Jae-yong-, con un pasado turbio en Busán, al que Miguel y su tripulación han rescatado del mar medio ahogado y que procede de uno de los barcos de Extremo Oriente que faenan al borde de la legalidad, en condiciones tremendas, casi de esclavitud, en los límites de las aguas chilenas. “Es terrible lo que algunas personas se ve forzadas a hacer para que podamos comprar por 5 euros unos daditos de calamar, me ha interesado rastrear esa industria, saber de dónde viene lo que comemos”.

Flores se ha basado para describir la vida a bordo en artículos periodísticos sobre la explotación de esas tripulaciones y en su propia investigación. “Partí de casos reales, de gente que se tira en el Estrecho de Magallanes para huir de la explotación y los malos tratos, de condiciones casi esclavistas. Es un mundo muy secreto, de una crueldad y abusos insólitos, de hecho casi nadie ha subido a esos barcos para explicar lo que pasa en ellos, por eso no hay documental de Netflix; los únicos que pueden dar algún testimonio son los prácticos chilenos que ayudan a hacerlos pasar por el estrecho”. La escritora recalca que en todo caso, pese a su trabajo de documentación, Isla Decepción es una novela y no una crónica sobre los calamareros, que es como se denomina a esos tremendos barcos faeneros que pasan años en el mar entregando sus capturas a los grandes navíos congeladores. En el Melilla trabaja el joven coreano protagonista, que lleva a las espaldas un enigma y al que le tira los tejos el capitán y maltrata el feroz contramaestre. Es como un Billy Budd oriental. Flores tampoco entra al trapo de la referencia. “El mundo del calamarero es de hombres sin duda, pero mis 33 tripulantes no son lo esperable, se pelean salvajemente sí, pero también se acarician y se dan besos. En ese sentido me fascinan Fassbinder y Querelle. Una amiga me dijo ‘me encantan esos marineros tuyos que se tocan todo el tiempo’”.

Escribir del mar, señala la autora, ha sido “un capricho”, con parte de investigación y parte de juego, que le ha permitido a Flores profundizar en cosas que le apasionan, dice, como la fauna marina, o la zona oscura de las profundidades. “Estamos en Marte, pero aún no sabemos todo lo que hay en el mar”. Flores es una urbanita de Santiago como Marcela que no conocía Patagonia antes de decidir ambientar allá su novela. “Chile es un país súper centralista y resulta que la capital no es todo el país ni mucho menos. Es cierto que Chile es alargado y la comunicación entre norte y sur muy difícil. Patagonia está lejísimos. A tres horas de vuelo de Santiago. Descubrí el lugar, las cosas que suceden en Isla Desolación tenían que pasar en el Estrecho de Magallanes. Debía ser ahí. Descubrí la naturaleza del sur, Punta Arenas y el viento”. El viento es una referencia constante, casi física, en la novela. “En Punta Arenas es una cosa seria, en la ciudad se tienden cuerdas para poder andar bípedo”. La escritora viajó muchas veces, conoció gente. ¿Son especiales los magallánicos? “Hay una especie de sensibilidad de frontera, pero he querido huir del cliché, lo del índice de suicidios por el clima, lo de la aspereza…”.

La novela contrapone los tres mundos de los personajes, el marino extremo del joven coreano, el Punta Arenas del padre y el Santiago dejado atrás por la hija. “Voy hilándolos, Marcela, urbanita, con su corazón roto, Facebook y su obsesión con Mad Men, es el personaje más cercano al lector. Pero trato de mostrar formas de vida distintas. No es que seas ganador o perdedor, sino diferente. En el caso del chico coreano, me sirve además para mostrar un sistema neoliberal que abusa de las personas, algo que tiene un espejo en otros ámbitos de explotación laboral de mi país”. Lo de que fuera coreano -con espíritu de Martin Eden-, “es otro capricho y responde a mi obsesión por Corea, un país que he visitado y me fascina, y es también un desafío”.

Todos son almas solitarias. “Es un libro sobre la soledad como algo malo y algo bueno. Hay también un dolor cuando queremos estar solos, desolados y románticos y no podemos. Cuando no hay forma de desconectar, cuando siempre hay una botella de plástico de coca-cola al lado“. Escribir Isla Decepción ha sido, dice, un reto. “Me costó harto tiempo, dos años”, señala usando el americanismo. “Fue muy arduo investigar, pero disfruté mucho; me costó cerrar la novela porque no quería acabarla, despedirme de los personajes. En los cuentos tienes un pacto con el lector de que vas a hablar de un momento de una vida, pero en la novela parece que todo es posible… No sabía nada de escribirla, fue como perderse y descubrir qué era y no era una novela”.

Hay pasajes terribles y otros muy líricos, como esas citas de versos de e. e. Cummings que hace Marcela, “la razón de que me ría y respire es el amor, oh, el amor, y la razón de que no me caiga en esta calle es el amor”. “Leo mucha poesía, es como tomar una copa de vino, el libro está muy influenciado por esa experiencia del lenguaje que da la poesía, Cummings sí, y Ashbery, y Gabriela Mistral”. ¡Gabriela Mistral! Estuvo en Patagonia, cerca de Puerto Natales; desde su casita aislada en las soledades inmensas, hoy visitable como pequeño museo, se ven las Torres del Payne. “Vivió allí como maestra rural, casi una manera de exilio, escribió Desolación que me ha influido mucho, como Toda culpa es un misterio. Hartos poetas se aíslan”. En el silencio que se hace resuena una frase de la novela, versos de Cummings vía Björk, “entonces volveré mi rostro y oiré un pájaro/ cantar terriblemente lejos en las tierras perdidas”.

Paulina Flores revela que está embarcada en otra aventura literaria, con mayor hibridación si cabe, una novela urbana, “de vuelta a la ciudad, sí”, con el telón de fondo de las protestas callejeras en Chile, influenciada por el manga y la novela picaresca española, y con protagonista de género “no binario”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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