Tamara Kamenszain, la poesía de una vida
La escritor argentina, autora de ‘La boca del testimonio’ y ‘Una intimidad inofensiva’, muere a los 74 años
Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) fue, como Alejandra Pizarnik (a quien dedicó páginas ineludibles), como Mirta Rosenberg y como Juan Gelman, descendiente argentina de judíos europeos huidos de las masacres de sus países natales. En cada uno de esos poetas y de distintas maneras, esa posición es determinante. El padre de Tamara, Tobías Kamenszain, nacido en Polonia en 1918 y muerto en Buenos Aires en 2000, fue un alto dirigente de la comunidad judía argentina, y una de las figuras destacadas la obra de la poeta (o poetisa, como ella prefería): a él le dedicó uno de sus libros más deliberadamente construidos, El ghetto (2003): “En tu apellido instalo mi ghetto”, dice en la dedicatoria.
No debe deducirse de ningún modo que Kamenszain, fallecida a los 74 años el pasado miércoles a causa de un cáncer, haya vivido alguna forma de discriminación ni apartamiento; al contrario, fue una de las figuras centrales de una generación fundamental en los últimos 50 años y que incluye a sus grandes amigos Arturo Carrera y Juana Bignozzi. Esa mezcla, esa presencia de algo distante y ajeno en la propia escritura es lo que ha dado a la poesía argentina (y americana) una de sus más perdurables notas distintivas.
El eco de mi madre (2010), incide en ese carácter: la memoria de la otra lengua (el idish) que reaparece en la proximidad de la muerte y que le hace escribir: “No puedo narrar./ ¿Qué pretérito me serviría/ si mi madre ya no me teje más?/ Desmadrada entonces me detengo…”. El libro extiende el hilo de otras escritoras que trabajaron sobre la enfermedad y la pérdida del habla, como otra argentina hija de inmigrantes, Sylvia Molloy y su Desarticulaciones. El eco… se abre con el célebre primer verso de Los heraldos negros de Vallejo: “Hay golpes en la vida tan fuerte… yo no sé”. Kamenszain dedicó a Vallejo uno de los ensayos de La boca del testimonio: lo que dice la poesía (2007), en el que hace una sutil lectura de esa línea, centrada en los puntos suspensivos, en aquello que interrumpe el discurso, en el golpe que quita la palabra e impone su no saber, en lo que hace pasar del impersonal “hay” al subjetivo “no sé”. No es extraño que Paul Celan haya sido otro de sus poetas más citados.
Testimonio, relato: La novela de la poesía tituló Kamenszain a su obra reunida (Adriana Hidalgo, 2012, con un muy documentado prólogo de Enrique Foffani). No porque pretendiera burlar las fronteras entre géneros sino al contrario: porque en esos silencios elocuentes, en esos desvíos, en esas torciones y distorsiones del decir se cifra una trayectoria, una vida escrita. Una vida que incluye su periplo psicoanalítico, al que dedicó un precioso Libro de los divanes; su marido y padre de sus hijos, el escritor Héctor Libertella (1945-2006), a quien ofrendó el precioso El libro de Tamar. Están, claro, los poetas, particularmente los jóvenes, a quienes Kamenszain, al contrario de lo que suele suceder, fue prestando cada vez más atención: La boca del testimonio, que contiene los mencionados capítulos dedicados a Vallejo y Pizarnik, se cierra con uno centrado en tres poetas veinte o veinticinco años más jóvenes que ella: Cucurto, Gambarotta y Iannamico.
Kamenszain suele ser ubicada dentro de la generación de los neobarrocos, o “neobarrosos”, como lo denominó otro de sus amigos, Néstor Perlongher, cuyos Poemas completos (1997) llevan un epílogo de Tamara. Ella escribió también el epílogo a Medusario (1996), antología canónica de los neobarrocos. Fue, en ese sentido, plenamente moderna: asumió que el poema debe ser escrito y también pensado: toda su obra ensayística va en esa dirección. En Kamenszain, además, la crítica parece adquirir un sentido intelectualmente gregario: una conversación con sus colegas, vivos y muertos, una tentativa de entender qué es y qué significa, hoy, la poesía. Sin solemnidad, sin perder nunca la sonrisa que estaba, también, en sus escritos. En 2017, con ocasión de un congreso sobre Pizarnik en la Universidad Hebrea de Jerusalén, hicimos juntos largos paseos por la ciudad. La crónica que escribió sobre ese viaje a Israel, que no visitaba desde su adolescencia, es una obra maestra de inteligencia y humor.
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