Alejandra Pizarnik, el mito vuelve
Un libro colectivo celebra a la poeta argentina y se anuncia una biografía con material inédito para el 50º aniversario de su muerte el año que viene
¿Puede una escritora cambiar de piel medio siglo después de su muerte? Alejandra Pizarnik, sí. Tras la publicación de Árbol de Diana, su cuarto libro, prologado por Octavio Paz, Pizarnik (Avellaneda, 1936- Buenos Aires, 1972) se convirtió en un nombre inevitable de la poesía del siglo XX. La leyenda de esta poeta de culto, alentada por una muerte trágica a los 36 años una noche en la que los barbitúricos fueron demasiados, no ha parado de crecer con la sucesiva aparición desde 2000 de su poesía, prosa y diarios, al cuidado de la poeta Ana Becciu, albacea de la escritora. Pero los inéditos que se conservan en la Universidad de Princeton subrayan la sensación de que su identikit (retrato robot) creativo todavía reserva sorpresas.
Algunas serán desaveladas por Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito, de Cristina Piña y Patricia Venti, que Lumen anuncia para enero de 2022, antesala de las conmemoraciones por los 50 años de su muerte (se publicará antes, este julio, en Argentina). Entretanto, la vigencia de la poeta en España explica Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces (Huso), un libro homenaje editado por Mayda Bustamante, que celebra este 29 de abril los 85 años del nacimiento de la autora de El infierno musical con las miradas de 85 escritoras de 15 países diferentes, que dan cuenta de su onda expansiva sobre distintas generaciones. Hay testimonios infrecuentes (el de su hermana Myriam, entre ellos) y aportes críticos valiosos para entender cómo fue cambiando y enriqueciéndose a lo largo de estas décadas la imagen de quien César Aira, flamante Premio Formentor, llamó alguna vez “el último objeto de lujo de la literatura argentina”.
Elige tu propia Alejandra
“Cuando murió el 25 de septiembre de 1972, Alejandra era considerada, esencialmente, una poeta deslumbrante”, cuenta desde Buenos Aires Cristina Piña, su biógrafa, y una de las autoras que participa en Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces. “Hoy sabemos que fue mucho más: una diarista fascinante, una crítica literaria sagaz y, también, la autora de textos narrativos profundamente transgresores que empezaron a conocerse a partir de 1982”.
Pizarnik cifró su estilo en la brevedad, la distorsión lógica (aprendida en las Voces de Antonio Porchia) y en una potencia visual a la vez contenida y brutal que todavía impacta: “He dado el salto de mí al alba. / He dejado mi cuerpo junto a la luz / y he cantado la tristeza de lo que nace”, escribe en el primer poema de Árbol de Diana (1962). “Tú eliges el lugar de la herida / en donde hablamos / nuestro silencio./ Tú haces de mi vida / esta ceremonia demasiado pura”, dice en otro de Los trabajos y las noches (1965), pasión incandescente en cinco versos.
La pregunta no es ya quién fue Pizarnik como cuando el misterio alrededor de su figura era estruendoso (el combo fragilidad emocional, bisexualidad, suicidio imponía silencios que solo el paso del tiempo permitió procesar), sino qué Pizarnik prefiere el lector. ¿La transgresora que coquetea con la obscenidad en La bucanera de Pernambuco o la poeta sublime de “palabras como piedras preciosas” aprendidas en la tradición francesa?
¿La seductora de vitalidad proverbial y conversación deslumbrante, que se codeó en París con Cortázar y en Buenos Aires con el grupo surrealista y el de la revista Sur o la adolescente eterna que tras besar al escritor Ricardo Zelarayán, autor de La gran salina, alegaba que había sido “un beso por prescripción médica” para exorcizar deseos lésbicos?
¿La “pequeña náufraga” azotada por su inadecuación para funcionar en el mundo o la libretista deliberada del “personaje alejandrino” y de su propio mito que pintó Aira en la colección Vidas Literarias de Omega?
¿La artista genial y autoexigente que blandía con precisión samurái un idioma ajeno a su hogar (sus padres eran inmigrantes rusos de origen judío) y que trabajaba hasta 14 horas interviniendo y comentando sus lecturas como documenta el Fondo Pizarnik (772 libros y papeles de trabajo que se encuentran hoy en la Biblioteca Nacional de Argentina) o la que dudaba de “la importancia de ‘ganarse la vida’ una misma”?
Un diamante tiene muchas caras.
Pizarnik para reír
Los textos en prosa de Pizarnik comenzaron a estudiarse a partir de Textos de sombra y últimos poemas (1982). Esa antología preparada con material inédito por las poetas Olga Orozco y Ana Becciu, amigas de ella, fue clave. Incluía a la prosista y la dramaturga de Los poseídos entre lilas y La bucanera de Pernambuco o Hilda la Polígrafa. Ese libro descubrió páginas desopilantes, con un registro que va del absurdo a los juegos glosolálicos con el lenguaje y también un regreso a la temática sexual —que Pizarnik había abordado en La condesa sangrienta—, pero mezclada ahora con el humor, lo popular y la grosería. Estos tonos provocaron rechazo en referentes poéticos de la generación anterior, pero le franquearon la admiración de autores más jóvenes.
“Con la correspondencia, que empezó a publicar Ivonne Bordelois en 1998, aparece otra novedad: un registro afectivo desconocido, que matiza la oscuridad y la angustia de los Diarios”, sostiene Piña. “Las cartas desmontan la idea de una Pizarnik que solo se preocupaba por ella misma. Es cariñosa y generosa con los amigos como se ve en las que dirige a Antonio Beneyto”, subraya la investigadora. El rol de Beneyto, artista surrealista fallecido en octubre de 2020 de covid, es capital para entender el derrotero de Pizarnik en España, que se aborda en un interesante ensayo de Fanny Rubio, incluido en el libro coral de Huso.
Magnética, Pizarnik puede ser peligrosa, reconoce Piña: “Cuando uno está desarrollando su escritura, ella impregna mucho. Pero no se la puede imitar, como no se puede imitar a Rimbaud ni a Lautrémont: fueron malditos en el sentido de que unieron vida y literatura. Ella también. Para Pizarnik vida y poesía son la misma cosa.”
Un aniversario con novedades
Amante de las libretas y las tintas de colores, Alejandra Pizarnik subrayaba, anotaba y dibujaba sus libros. En 2018, Myriam, su hermana, donó a la Biblioteca Nacional Argentina 122 volúmenes y varias carpetas de trabajo de la poeta, que se sumaron a los 650 libros adquiridos por la institución en 2007. Estas piezas protagonizarán en 2022 los homenajes por el cincuentenario de su muerte. Evelyn Galiazo, directora de investigaciones de la biblioteca y autora de un estudio crítico sobre esos rastros materiales, los define como una "parte esencial" de la obra de Pizarnik, "que en ellos se revela en estado de permanente 'work in progress' (elaboración)".
En 1999, la Universidad de Princeton compró los papeles privados de la escritora que Julio Cortázar, su gran amigo, había recomendado sacar de Argentina. "Ni la prosa ni la poesía ni el diario que conocemos están completos", sostiene la investigadora. "El material de Princeton es esencial y hay mucho inédito", afirma Cristina Piña. Estas novedades, promete, integran su Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito.
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