Claudia Piñeiro: “Ya me queda poco tiempo para ver que Argentina va a estar mejor”
La escritora publica la novela ‘Catedrales’ y reflexiona sobre las múltiples crisis que han sacudido a su país, desde la dictadura hasta la pandemia
Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 61 años), la novelista de La viuda de los jueves (Alfaguara, 2005), ha vivido todos los terremotos y desastres contemporáneos de Argentina, hasta esta pandemia. Era una muchacha cuando la dictadura sometió a la sociedad a la bota militar, y en los últimos años luchó con ahínco para que en su país hubiera al fin una ley para el aborto. El latigazo del virus ha ahondado en las sucesivas crisis endémicas argentinas. Ahora acaba de publicar su novela Catedrales, donde la crueldad y el fanatismo religioso se esconden bajo falsas apariencias. Para promoverla ha venido a España, donde ha recibido varios galardones como autora de novela negra. Esta entrevista se hizo telemáticamente, antes de que ella participara en la Semana Negra de Gijón, donde obtuvo el premio Dashiell Hammett.
Pregunta. Como en El extranjero de Camus, su país, que fue tan próspero que ayudó a sobrevivir a la España de la posguerra, sufre tantas crisis que parece que haya tocado en la puerta de la desgracia.
Respuesta. Cuesta pensar en el destino de los países y las sociedades, sobre todo cuando un virus lo trastoca todo tanto. Siempre tengo la sensación de que las cosas van a cambiar, pero ya me queda poco tiempo para que se cumpla esa esperanza de que Argentina mejore. Este ciclo empezó con la ley del aborto, por la que luché tanto, que obtuvimos en tiempo de pandemia. Eso estuvo bien. Ahora es difícil levantarse así que hay que esperar a que pase la pandemia para dar otra vez las fichas del futuro.
P. En un tiempo aquí se vivió de la riqueza argentina.
R. Hay un mito con eso. A nosotros también nos han hecho creer que tenemos un país rico, con cuatro climas, campo, ciudad, trigo, carne… Y el poder del mundo pasa por otros lados. No sé si somos un país tan rico como creíamos, porque además la riqueza tiene que ver con la posición de poder que tienes en el mundo para negociar las cosas. Tenemos graves problemas de endeudamiento, con cuestiones que solo en parte dependen de nosotros. A lo mejor no somos un país tan rico y tenemos que trabajar muy fuerte para que sea menos pobre. No nos deberíamos relajar con esas ideas que nos han metido.
Nos han hecho creer que tenemos un país rico, con cuatro climas, campo, ciudad, trigo, carne… Y el poder del mundo pasa por otros lados
P. ¿Tiene la sensación de que estas crisis que padece Argentina amenazan a su país como en la época de la dictadura?
R. La palabra dictadura, justamente porque tuvimos una, la reservamos para casos muy particulares, como aquella que tuvimos en los años setenta. Nunca ha habido luego nada cercano a aquello, aunque pudieran gustarnos más o menos algunos gobiernos. Envidio los países democráticos no presidencialistas. Ustedes tienen un sistema no presidencialista. Estuve ahí en dos años en que no podían armar gobierno, y me preguntaba qué hubiera pasado en Argentina en un caso así. Porque aquí somos muy dependientes del poder ejecutivo. Y ustedes siguieron adelante sin problemas. Nosotros necesitaríamos un poco más de institucionalidad y un sistema menos apoyado en el poder ejecutivo, que funcionara más allá de las personas. Eso ayudaría a mejorar algunas cuestiones del país. Pero hay que tener en cuenta que somos democracias jóvenes, y esto sucede en toda Latinoamérica. Doscientos años parecen muchos, pero no es tanto para la consolidación de un país.
P. Su país es un país moderno. ¿Cómo tardó tanto en legalizarse el aborto?
R. No toda Argentina es tan moderna como se piensa. Aparte de eso, la razón de esa tardanza hay que buscarla en la injerencia de la Iglesia en las cuestiones de Estado. Uruguay es el único país que tiene, con Cuba, aborto desde hace mucho tiempo, y ahí hay separación de Iglesia y Estado. Nos decían diputados y senadores cuando íbamos a hacer activismo a favor del aborto: “Estamos de acuerdo, pero cuando vayamos a nuestras provincias los obispos nos retarán y hablarán mal de nosotros en las iglesias”. Cuando el actual presidente, Alberto Fernández, fue a ver al Papa Francisco hubo aquí la especulación de que quizá éste lo iba a abroncar por haber apoyado la ley del aborto… Piense que no hace tanto que tenemos divorcio vincular o matrimonio igualitario, con la Iglesia siempre haciendo lobby en contra.
P. En España se asocian sus obras a la literatura negra, y por ahí recibe premios. Pero no parece tan negra su literatura, más bien multicolor.
R. Cuando me pongo a escribir no pienso: “Voy a escribir una novela negra”. Voy a escribir una novela y busco el lenguaje para contar lo que pasa. Debo reconocer que en mis novelas siempre está presente la muerte, aunque en ellas hay vitalidad, lo que escribo tiene que ver con la vida, llena de enigma y por tanto de búsqueda de la verdad. Por eso termina habiendo en las novelas una línea policial. Incluso cuando a veces no me reconozco en ese género, siento defraudar a quienes lo buscan en mi literatura. Las preguntas clásicas son “¿Quién lo mató? ¿Y por qué?”. Mis novelas tienen otras preguntas.
Debo reconocer que en mis novelas siempre está presente la muerte, aunque en ellas hay vitalidad
P. ¿Qué preguntas se hace en Catedrales?
R. “¿Cuál es el crimen detrás del crimen?”. Aparece una chica muerta, Ana, 30 años atrás. Y todos se preguntan lo que pregunta el policial clásico. Pero en esta muerta las preguntas son otras: ¿qué le pasó a Ana?, ¿por qué estaba sola aquella tarde?, ¿quién la traicionó? Porque los personajes insisten con preguntar solo quién la mató y por qué es uno de los motivos por los que la verdad se les escapa durante treinta años. El crimen detrás del crimen es lo que no aparece. Henning Mankell, Horace NcCoy o Petros Márkaris cuentan historias que tienen esas claves que no solo narran asesinatos, sino que reflejan lo que pasa en la sociedad.
P. Y esta nueva novela subraya la importancia que tiene la solidaridad para defender causas.
R. Hablando con el colega mexicano Guillermo Arriaga, dijo una frase que no olvido: cada sociedad tiene los crímenes que tolera. Los personajes de esta novela tienen que asumir qué fue lo que no hicieron para que Ana no padeciera ese crimen. A veces en la sociedad tenemos que asumir que el cambio nos implica a todos. Se ve muy patente con la violencia de género. No hace muchos años nuestros padres nos decían que calláramos si escuchábamos gritos de violencia en la casa de al lado. Hoy llamamos a la policía.
P. Hace 11 años Soledad Gallego-Diaz dijo de usted: “Claudia Piñeiro no tiene gran opinión de las personas adultas”. ¿Sigue siendo así?
R. Siempre busco los claroscuros en las personas adultas, y muchas veces mis personajes mayores de edad tienen más oscuros que claros. En casi todas mis novelas tengo un adolescente que logra ver el mundo con más claridad que los adultos. Generalmente es al que se considera el raro, porque es el que está marcando donde están las grietas. En cambio, con los adultos me gusta marcar esas contradicciones, esos oscuros.
Babelia
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