La Pèrgola de Valencia, el “milagro” de los conciertos y la pandemia
Este escenario frente al mar, que este sábado cumplió 100 recitales, solo se ha cerrado durante el confinamiento
La música en directo no despierta de la pesadilla en que se ha convertido la covid-19, aunque se adapta con formatos novedosos, impulsados por los poderes públicos. Al aire libre, con uno o dos artistas por jornada y una serie de restricciones (controles sanitarios en los accesos, movilidad reducida, sin posibilidad de comer ni beber en la platea…) que determinan la nueva experiencia en que se ha convertido la música en directo. Todas esas condiciones ya se ponían en práctica en el distópico julio de 2020, en uno de los contados escenarios europeos cuya actividad apenas se ha interrumpido por el coronavirus: la Pèrgola de la Marina de Valencia. Una sala de conciertos al aire libre que hoy es objeto de deseo para artistas y promotores locales e internacionales. Solo cerró durante el confinamiento estricto del pasado año. El resto del tiempo, el público ha respondido religiosamente como una catarsis en tiempos de pandemia. Este sábado celebra su concierto número 100 en tres años.
El promotor, Quique Medina, explica: “Nada ha sido tan duro para la promoción de conciertos como la covid-19, pero la Pèrgola es, seguramente, uno de los lugares en Europa más adaptados para ofrecer garantías sanitarias: aire libre, espacio suficiente, diurno, junto al mar… un milagro”. Viento de cara para una propuesta que el pasado verano era pionera a la hora de exigir que el público permaneciera sentado, no fumara (no se puede en todo el recinto) o no se quitara la mascarilla. El precio de la entrada es de cinco euros (antes de la pandemia era gratis) y el aforo máximo de 400 personas. Medina dice que “cuando nos podamos poner de pie lo cambiará todo, pero de momento la necesidad de disfrutar de la música en directo y de este entorno hace que nos quedemos sin entradas en prácticamente todas las fechas”.
La Pèrgola, el templete varado en mitad de una gigantesca explanada tras la Copa del América, acogió su primer rugido de amplificador en febrero de 2018. Actuaron los barceloneses Mujeres y los locales MAR. Este fin de semana lo harán Sr. Chinarro o Chaqueta de Chándal. Los conciertos son a las 12 del mediodía los sábados y domingos.
“Cuando creíamos que ya teníamos controladas todas las salas de València, ahí estaba la Pèrgola para recordarnos lo importante que es recuperar y reutilizar espacios poco transitados y transformarlos en algo nuevo”. Pol Rodellar, miembro de Mujeres, recuerda que en una de sus visitas incluso les ofrecieron llegar al escenario en un barco, justo antes del primer guitarrazo. Considera que la clave del éxito de este enclave urbano ha sido “mover la música a espacios y horarios más normalizados”. La presencia de público joven y de menores es habitual, algo diferencial también para el músico Luis Brea (“hacer conciertos para toda la familia, rodeados de mar y sol, en un entorno urbano…”). Rodellar recuerda que sirve para que “personas que no van normalmente a conciertos, descubran grupos y otras formas de cultura”.
Al grupo estadounidense de pop-indie Cloud Nothings le preocupaba que un entorno “paceful tropicalia” no fuera receptivo a su música, “pero la mayoría de asistentes disfrutaron tanto como nosotros de Valencia”. A los veteranos británicos The Wedding Present les sorprendió que las fotos que les habían enviado “no hicieran justicia a ese escenario: ¡es un quiosco real junto al mar! Esperamos volver”.
Los londinenses Public Service Broadcasting admiten que no las tenían todas consigo cuando les propusieron una fecha en diciembre: “Pero nos encontramos un clima magnífico y una multitud acogedora. Es uno de los sitios más singulares donde hemos actuado, muy preferible a cualquier bar lleno de humo y escaleras en medio del invierno británico”. “Inspirador” para Alice Wonder, “insuperable” para Ricardo Lezón (de McEnroe), “con un ambiente que levantaría a un muerto” para Martín Vallhonrat, de Carolina Durante, o, sencillamente, “algo tan bonito”. Así lo describe Miqui Puig, que tras décadas actuando en “discotecas, tejados o casas okupas”, lo recuerda como una experiencia gratificante: “Me sirvió para completar el círculo del baile allí donde nuestros abuelos ligaban con señoras de sombrilla y sombrero de cinta”.
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