Descubrir el Mediterráneo
El accidente en el canal de Suez nos ha recordado que el Mare Nostrum es, como dice el historiador David Abulafia, un “lago comercial”. Suyo es el libro de referencia sobre la región
Se atribuye al dramaturgo Jacinto Benavente una ocurrencia inspirada por los continuos progresos técnicos ―del sonido al color― que vio incorporarse a las películas: “Con tanto mejorar el cine, van a acabar inventando el teatro”. Igual que la pandemia nos ha recordado, en tiempos de expansión virtual, la importancia de la presencia física, el encallamiento ―fea palabra― de un carguero en el canal de Suez ha hecho que, en tiempos de globalización desatada, hayamos descubierto el Mediterráneo. Lo que no consiguió el Open Arms cargado de inmigrantes lo ha conseguido el Ever Given cargado de contenedores.
Se refuerza así la idea de que el Mare Nostrum es, sobre todo, un “lago comercial”. La etiqueta no es de un publicista instalado en la Costa Azul sino de David Abulafia, profesor de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge, británico de origen sefardí y autor hace 10 años de El gran mar, una monumental “historia humana” de ese charco que baña tres continentes y que vio nacer las tres religiones del libro. Rosa María Salleras Puig tradujo sus 800 páginas para la editorial Crítica en 2014.
Ismail Pachá, virrey de Egipto, llegó a defender la integración de su país en Europa. Y no se refería a Eurovisión
Si el clásico estudio publicado por Fernand Braudel en 1949 era, dice Abulafia, una “historia horizontal” del Mediterráneo en la que trataba de fijar las características de ese mar estudiando una época determinada ―la de Felipe II―, la suya es una “historia vertical” que hace hincapié en los cambios a lo largo del tiempo. Por eso se extiende desde el año 22.000 antes de Cristo al 2010 de nuestra era. Es decir, desde “la mujer de Gibraltar” ―a la que le arrebató la gloria el “hombre de Neanderthal” pese a haber sido descubierta antes― hasta el hundimiento de la economía griega tras la crisis de 2008. En medio, todo lo que puedan imaginar: esclavos y comerciantes, héroes y villanos, guerreros de Troya y dioses del Olimpo, fenicios, romanos, aragoneses, otomanos y venecianos. Y, por supuesto, el canal de Suez. Inaugurado en 1869, es para David Abulafia uno de los primeros símbolos de la mundialización, acentuada cuando los diversos descalabros financieros lo dejaron bajo el control de una potencia del Atlántico Norte con intereses en el Índico: Gran Bretaña. “A pesar de las afirmaciones de aquellos que ven en el ‘orientalismo’ la expresión cultural del imperialismo occidental”, escribe pensando en Edward Said, “los señores del Mediterráneo oriental buscaban activamente el contacto cultural con Occidente, y se veían a sí mismos como miembros de una comunidad de monarcas”. Ismail Pachá, virrey de Egipto entre 1863 y 1879, llegó a defender la integración de su país en Europa. Y no se refería a Eurovisión (donde sí participa, por ejemplo, Israel).
El nacionalismo decimonónico primero y las heridas del colonialismo después partieron por la mitad una región en la que el norte rico y el sur pobre parecen no ya orillas distintas sino mundos enfrentados. Enfrentados por el miedo. Tanto que un barco que viene de Taiwán con bandera panameña y tripulación india nos resulta más cercano que una barca que viene de Siria.
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