Moby, de la ‘rave’ al auditorio
El neoyorquino ficha por el prestigioso sello alemán de música clásica Deutsche Grammophon y publica ‘Reprise’, un álbum con 14 de sus temas en versión orquestada
Es posible que muchos le hayan escuchado sin saberlo. Sus filigranas de estudio pusieron banda sonora a anuncios publicitarios, series de televisión y películas. Al neoyorquino Richard Melville, conocido como Moby, el éxito le sobrevino con su cuarto trabajo, Play (1999), el primer álbum que liberaba su licencia para que se utilizara y reprodujera gratis. Forjaron su nombre unas inconfundibles melodías, producto de mezclar hallazgos electrónicos ajenos. Despachó entonces 12 millones de ejemplares de un disco que elevó su música a la cumbre, pero que a él lo hundió en un pozo autodestructivo de sexo, drogas y alcohol.
El descendiente del autor de Moby Dick —Herman Melville es su tío bisabuelo— se rehabilitó y no ha probado una gota de alcohol desde octubre de 2008. Su música aúna la fuerza del rock con el impulso fiestero del house y unos estribillos dignos de cantarse. Desde el principio encontró seguidores en la cultura club, por lo que mantuvo también su faceta como pinchadiscos en Ibiza, su Nueva York natal o Los Ángeles, donde reside. Sin embargo, a los 56 años Moby huye de la fórmula que lo condujo al éxito global. “Un hombre mayor, miope y calvo no puede competir por un público de veinteañeros”, suspiraba al teléfono desde su domicilio, el pasado martes. Ahora ficha por el prestigioso sello alemán de música clásica Deutsche Grammophon y publica un álbum con 14 versiones orquestales de sus himnos más coreados.
El disco verá la luz el 28 de mayo, aunque ya puede encargarse. Se llama Reprise, un término que en teoría musical se refiere a la repetición de un fragmento. El nombre entronca además con el pasado del artista, que educó su oído con los compositores clásicos antes de formar su propia banda de punk con letras sobre veganismo y convulsionar al ritmo de las primeras raves neoyorquinas, unas fiestas clandestinas con música electrónica. Junto a una veintena de músicos de la Budapest Art Orchestra, Moby redefine sus grandes éxitos, unas veces en clave íntima y minimalista y otras, explotando la grandeza de una gran orquesta. “Es un tipo de música alejada de las bravuconadas del rap o el malditismo de los rockeros. Me parece más directa y honesta, solo pretende emocionar. Compartir algún aspecto de la condición humana, crear espacios”, apunta el artista.
“Un hombre mayor, miope y calvo no puede competir por un público de veinteañeros”, dice a sus 56 años
La idea de reformular algunas de sus canciones surgió hace unos siete años. Moby ya había renegado de las grandes giras internacionales y empezó a llevar a cabo recitales acústicos en trasteros de conocidos o pequeños teatros. Despojado de todo adorno electrónico, explica que le atrajo “la simplicidad del sonido, el contacto directo con el público y la vulnerabilidad que toda la actuación desprendía”. Un trienio después, tal vez a la busca de nuevos formatos, acudió a un concierto del británico Bryan Ferry —líder de Roxy Music—respaldado por la Filarmónica de Los Ángeles: “Me quedé boquiabierto”. Tras la actuación, la responsable artística de la orquesta le propuso algo parecido y Moby aceptó. Debutó en el sonido orquestal de la mano del coro góspel que dirige Gustavo Dudamel.
El demócrata Eric Garcetti, alcalde de Los Ángeles, acompañó al piano la puesta de largo. Como si se tratara de una epopeya del sueño americano, entre el público se hallaba un representante de Deutsche Grammophon, que después del concierto llamó al camerino de Moby. Así descubrió a un gurú de la electrónica este sello clásico que ha tenido en su nómina a los más grandes intérpretes y compositores de la música culta, y que en los últimos años está haciendo un esfuerzo por modernizarse, con fichajes como Max Richter o Francesco Tristano. “Estoy acostumbrado a trabajar solo, encerrado en mi estudio, cacharreando con mis aparatos, pero esta vez he tenido que cooperar con varias decenas de músicos, lo que supone un reto enorme para mí”, relata Moby. Preparó los arreglos en Los Ángeles, pero no quiso volar a Hungría para continuar con la producción orquestal.
“Allí habría resultado un estorbo y preferí quedarme en casa”, explica. También se muestra cauteloso al recordar su pasado, descrito en los dos tomos de su autobiografía: Porcelain (2016), que comprende su vida como okupa y pinchadiscos antes del éxito repentino, y Then It Fell Apart (2019), donde narra el lado más sórdido de la fama. “No podría volver a escribir unas memorias, porque mi vida es maravillosamente aburrida. Se mantiene intacta pese a la pandemia, porque me dedico a estar en casa, leer y trabajar”, señala el músico. Llenó estadios y supo pulsar en su mesa de mezclas los resortes del gran público, esa masa que desea alcanzar el éxtasis frente al escenario. Pero cuando se levanten las restricciones, Moby cambiará la pista de baile por el auditorio.
Babelia
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