Esgrima de laboratorio
Zendaya y John David Washington miden sus fuerzas en este estilizado y demasiado insustancial duelo amoroso

Malcolm & Marie pretende jugar en la liga de los grandes recitales interpretativos, pero para eso hace falta una verdad de la que esta película en gran medida carece. Zendaya es una actriz galáctica capaz de convocar por sí sola a una generación de nuevos espectadores y sin duda su romance con la cámara parece hecho para soportar grandes retos. Pero como le ocurre en el capítulo extra que avanza la segunda temporada de Euphoria, su desgarro está prematuramente plagado de los tics de quien ya se relame con sus personajes. Dirigida otra vez por Sam Levinson, hijo de Barry Levinson y creador de la popular serie de HBO, la actriz se mueve en un terreno que en el fondo le resulta confortable y de alguna manera esa seguridad le resta profundidad a un trabajo que require una fragilidad que va más allá de su sobrada confianza y técnica. Porque Malcolm & Marie, un drama en blanco y negro sobre el cine, el amor y la vampirización artística, da demasiadas cosas por sentadas.
Se trata de una película plagada de la cinefilia propia de la generación del padre de Levinson, que es la que en los años sesenta creció con los clásicos que esta película invoca en boca de un joven director afroamericano (John David Washington, hijo de Denzel Washington, protagonista de Tenet y actor dotado de una poderosa mirada oblicua), que en su noche de debut despliega sin tapujos su insufrible narcisismo y egolatría. Rodada en pleno confinamiento, las casi dos horas del filme transcurren durante la noche del estreno, cuando la pareja al fin se queda sola en una casa de líneas minimalistas cuyo aroma a anuncio de perfume por algunos momentos apesta. Obsesionado con cada frase de la crítica aún caliente de Los Angeles Times, al joven director los elogios de la especialista que firma la reseña solo le parecen muescas de una mirada condescendiente hacia el cine firmado por afroamericanos. El personaje aspira a medirse con Barry Jenkins y Spike Lee, pero no solo: también con William Wyler. Él y su novia, una exyonqui aspirante a actriz cargada de dolor y reproches, se lanzan envenenados dardos, aunque en el fondo más que un plato amargo lo que ofrecen al espectador es un sofisticado pastel disfrazado de combate verbal. Levinson brinda a Zendaya y a Washington dos personajes para el lucimiento y aunque la película no está basada en ninguna obra de teatro sino en un guion del propio director, su dramaturgia se inscribe en la reciente hornada de adaptaciones teatrales de las decepcionantes Una noche en Miami y La madre del blues. La culpa, obviamente, no es del teatro. Moonlight, del citado Jenkins, también adaptaba una obra teatral y su lenguaje es puramente cinematográfico.
Pero aquí manda una elegante fotografía, la esgrima dialéctica y el metacine. Se reflexiona sobre la crítica, se cita a Wyler y su versátil filmografía o se bromea sobre las películas de la franquicia Lego. Eso sí, se omite la influencia más evidente, que no puede ser otra que John Cassavetes. Aunque Levinson olvida que la diferencia es que Gena Rowlands y Cassavetes jamás se miraron en el espejo de otras películas sino en el de su propia vida, y para ellos el cine era la negación misma de ese juego de laboratorio que transpira Malcolm & Marie. Cuando al padre del cine independiente le preguntaban qué significaba la libertad creativa apenas acertaba a explicarlo, solo decía que los que de verdad son libres saben que el cine es un misterio y nunca una salida.
MALCOLM & MARIE
Dirección: Sam Levinson.
Intérpretes: Zendaya, John David Washington.
Plataforma: Netflix.
Género: drama. Estados Unidos, 2021.
Duración: 106 minutos.
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